Era nueva en la empresa donde yo
trabajé muchos años. Era morocha, de labios carnosos, mirada híper provocadora,
flirtera y tenía una excelente delantera. La típica mujer que saludo y veo
pasar…pero aunque yo la ignoraba (porque yo creía que tenía cero posibilidades
de algo), ella no me ignoraba a mí. Igual, obviamente, yo no me había dado
cuenta que le gustaba…
Nos cruzábamos a diario, ya que ella
me asignaba en qué oficina podía dar clases o hacer traducciones en dicha
empresa. Y al principio hablé, pavadas, siempre muy profesional, siempre pensando
“qué buena que está la morocha”, pero agarraba mis planillas y seguía camino.
Hasta que una vez la escuché quejarse de la falta de valentía de los hombres para
invitarla a salir (y ahí me cayó la ficha que estaba sola) y luego una
compañera que hablaba con ella, me dijo: “Tenes una admiradora secreta” (y ahí
me cayó la ficha que lo que había dicho en ese instante, frente a mí, me tenía
como destinatario, pero yo jamás me hice cargo de gustarle a nadie, y seguí con
mi rutina).
Sin embargo, a partir de ese día, la
empecé a joder un poco más. A ponerle más humor a la interacción diaria, a
sacarle gravedad, peso y seriedad a cómo entraba en dicha recepción. Igual
siempre entraba creyendo que era un minón y que me habían vendido pescado
podrido, o que cuando la invite a salir, me iba a decir que no.
Como ella vivía cerca de la empresa,
una vez la acompañé hasta la casa con la excusa “hoy tengo que ir para allá” y
caminé, chamuyé, saqué info, intenté medir cuánta agua había en la pileta antes
de tirarme y hacerme mierda.
Cuando consultaba con mis amigos de
la empresa qué oportunidades podría tener de éxito, se me cagaban de risa. La
flaca no sólo era linda, sino que podría haber sido vedette con un buen manager.
Tenía todo lo necesario…y estaba siempre a la vista.
Finalmente, una vez la encontré
hablando en la recepción de salir por Ramos, e ir a tal o cual bar. Cuando su
amiga se fue, me atreví a decirle: “yo también voy a pasar por tal bar, si
queres nos vemos”. “Dale”, fue la respuesta. Como yo ya tenía su número de
celular (nos teníamos que ubicar en la empresa), le rogué a un amigo que me
acompañe tal noche y me haga de “wing-man”. Coordinamos, caímos en el bar, ella
estaba muy provocadora y acompañada de una amiga - que claramente sólo había
ido a “hacerle gamba”. Mi amigo se fumó a la amiga y yo empecé a chamuyar lo
mejor que pude. A todo esto ambos tomamos y tomamos. Yo tengo mucha tolerancia
a la bebida blanca y puedo relajar sin bardearla. Ella me seguía el paso.
Todo seguía muy flirtero, muy
histérico; la amiga se fue, mi amigo también, nos quedamos solos y transamos,
mal. Cuando le ofrecí venir a mi departamento para seguir tomando, me dijo que
sí, y ahí me di cuenta que quizás le gustaba posta. El loser iba a arrancar a
la bestia de la recepcionista hasta su departamento, inaudito. Se iba a dar la
cosa al final. No era pescado podrido, por alguna razón yo le gustaba.
Caminamos, tomamos aire, subió a mi
departamento, seguimos tomando, y transando. Y ahí comenzaron las sorpresas: la
delantera, era de puro alambre de push up, exagerado. Su busto no era lo que
vendía, ni por asomo. Me comí el amague y ahí no había nada del otro mundo,
pero…igual tenía muy buenos labios y estábamos en mi sillón, a cuatro metros de
la habitación y la cama. Las ropas empezaron a volar, me acuerdo que tenía
problemas con mi cinturón, y antes de pararnos para ir al cuarto, me pide ir al
baño. “Un pis antes del acto”, pensé. Empezó a caminar…y tambalear…se da
vuelta, me mira, con la mirada perdida, pálida, con los ojos blancos tirados
para atrás, con los labios morados, y media en bolas balbucea un: “me voy a
desmayarrrrr”. Y salté del sillón y la atajé al vuelo. Por suerte tenía un peso
razonable, la levanté y la acomodé en el sillón. Se me activó el emergentólogo
y mientras buscaba un repasador, hielo, alcohol, y agua (para sacarle el
desmayo), pensaba: “No te la puedo creer, soy la reencarnación de Peter
Sellers”.
Pálida, parcialmente desnuda, linda,
pero extremadamente inconsciente y en mi sillón, así que más que mirarla un
segundo y decir: “No te la puedo creer”, le apliqué hielo en la nuca, le hice
oler alcohol, tomó agua, le puse la cabeza entre las piernas (las suyas) y poco
a poco la traje al mundo de los vivos. Después de unos minutos se recuperó,
descansamos, hablamos, y yo le dije que se venga a tirar a la cama “todo bien,
no va a pasar nada, ya es tarde” (eran como las 5 de la mañana), pero ella
pidió tomarse un remis y retirarse. Yo quería que se quede y traté de
convencerla hasta en la puerta de casa. Apostaba a que si la cuidaba, quizás en
unas horas podía tener un mañanero…pero no. Me pidió 900 veces que la disculpe
y se fue. Yo más que frustrado estaba todo bien, sabía que iba a tener
revancha…
Pero el pez por la boca muere y el
lunes cuando se me acercaron los amigotes de la oficina: “sabemos que se
vieron, contá” (ella algo habría contado…), no me pude resistir y les conté la
verdad “se me desmayó en casa y no pasó nada”. Después del estallido de risas y
muchos “te dijimos”, nos reímos y pensamos que yo tendría la revancha pronto
con la morocha. Pero alguno de ellos no tuvo códigos, o alguna mano negra
femenina le metió ficha a la recepcionista, quien se enojó demasiado cuando se
enteró que yo algo había contado (y ella también, pero sólo importaban mis
errores). Así que después de una cagada a pedos de cuadras, dejamos todo como
estaba, porque no estaba enamorado ni nada, y ya me había ganado en la empresa
el mote de Leo “garua” Paolini (el que jode pero no moja ;)
Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Dante Ginevra.