Una vez por mes subiré alguna anécdota patética (donde yo le doy peso al adjetivo),
que contada suele ser graciosa y tipeada veremos cómo queda.

martes, 9 de diciembre de 2014

La Cordobesa.



“Una de las consecuencias de vivir en tiempos modernos es que ya no hay dragones, ni demonios contra quien luchar, ni princesas para rescatar”.

Stephen Rauch.


Cuando empecé este blog fue para escribir un poco de humor. Así fue que con la ayuda de un amigo armé la estética del blog, con una amiga hice las primeras ilustraciones y mediante esa amiga conocí a…Ramona (llamémosla así), mi primer fan desconocida del blog. A Mis 76 Mujeres le debo mucho: me devolvió una cierta disciplina prosaica, afianzó mis lazos con muchos ilustradores, me devolvió la práctica de intentar escribir humor, y me hizo conocer a la cordobesa. Ese último mero hecho justifica la existencia de este blog.

Me escribió por outbox en Facebook para felicitarme por el blog, y por cómo la había hecho reír el posteo de La Actriz. “Viva el pijama abajo del lompa en invierno”, me detalló. Fue de noche, tarde, le agradecí y me fui a dormir. Al otro día me fui a Necochea, pero esta flaca me quedó rebotando en la cabeza y cuando me conecté, ella ya me había enviado un video de música de una banda que no conocía y la invitación de amistad del Caralibro. Ese intercambio fue iniciático, desinteresado de mi parte.
En un próximo chateo con ella, boquee que después de La Actriz iba a hacer un posteo acerca de mi vieja, con ilustración de Gustavo Sala y ella se sorprendió. Y yo sólo tenía eso de idea. Nunca había hablado con Gustavo. Así que tuve que salir volando a contarle a Sala lo que había pasado, y rogarle que me haga el dibujo “porque boquee, la bardee, y voy a quedar como un salame”, le expliqué al dibujante. Pero Sala es grande y generoso, y luego de una mirada que duró una eternidad en la esquina de Agüero y Santa Fe, me dijo que sí. El equipo de los perdedores había sumado un punto más y yo seguía en carrera.

La cordobesa era hermosa, un clon terrenal de Pampita, y encima con buen gusto para la música. La verdad es que veía sus fotos y notaba que tenía mucha noche y vida, y que una flaca así no me podía dar bola. Su Liga no reconoce la existencia de mi Liga. Miraba sus fotos de modelo y confiaba que no podía, que no tenía chance, que mejor era considerarlo una anécdota de café. Pero el contacto siguió. Teníamos gustos y carreras afines, ella comenzó a ver mi otro blog de viajes y comenzamos a hablar de todo lo que teníamos en común. Pero igual yo seguía creyendo que le servía de inflador anímico y nada más. Aunque la hacía reír seguido y me encantaba. Y porque creo que dos personas que se ríen juntas tienen derecho a casi todo, le pedí el teléfono para tenerla en Whatsapp.

Así fue que empezaron los mensajes diarios por whatsapp, y su mensaje de cada mañana ya era lo mejor del día. Conseguí que un amigo venga a mi casa y me ayude a rastrear el link más fácil que se podía obtener para que viese una película que nos vinculaba. Últimamente lo logramos, le envié el link y la hice ver HER. Éramos así, estábamos todo el día conectados por Facebook y Whatsapp. Y lo paradójico es que yo odio hablar por teléfono, y que me anden encima de cualquier medio, pero con ella era distinto. Nos pensábamos todo el tiempo. Nunca era “hasta mañana”, era siempre “hasta pronto”.

Un día le pedí llamarla y hablamos. Esperaba al menos una voz ronca, o nasal, o de fumadora, no una voz tierna y receptiva, pero así fue su voz. La primera vez que hablamos fueron 4 horas seguidas, la siguiente fueron 3. En las siguientes y casi a diario, siempre en un promedio de 2 horas. Me importaba un carajo la cuenta de teléfono y la llamada a distancia. Era mi cable a tierra, no usábamos rótulos pero sentíamos el vínculo, y uno se apoyaba en el otro. Yo igual seguía sin entenderlo. No podía creer que una flaca tan linda, tan interesante, con tanta pasión, tantas expectativas, de esas que se comen al mundo y al verlas crees que lo pueden lograr, invirtiese su tiempo en mí.

Otro amigo me sugirió dar el próximo paso: “¿Acaso no te la mereces? Volvé a ser Bruce Wayne”, y para mí era un momento de opulencia, así que le sugerí ir a conocerla en Córdoba, con una excusa de por medio. Ella me creyó a medias, los dos sentíamos lo mismo y así fue. Contábamos los días y las horas. Coordinábamos qué íbamos a hacer cuando esté en tal ciudad. Medimos y pensamos todo.

Finalmente me tomé un micro y siete horas después me bajé en la Terminal. Ella había ido a otra, así que demoramos en encontrarnos, pero me quedé parado como un soldado que acaba de bajar del avión después de una guerra, a la espera de que su mujer lo vaya a buscar. Y así fue. Aunque habíamos hablado y habíamos intercambiado fotos, cuando la ví me sorprendí. Era más baja de lo que había imaginado, era más morocha de lo que había visto, no es el estereotipo de mujer que me enloquece….y acá es cuando generalmente en mis relatos todo sale mal y empieza lo gracioso, pero el problema es que salió todo bien, porque nos miramos y me perdí. “Hola”, me dijo, “no vamos a tranzar”, continuó. Sin embargo, dejé caer el bolso y nos dimos un beso y se frenó el tiempo. ¿Se acuerdan de eso? ¿Recuerdan lo que es quedar encapsulado con alguien? Besar a otro y que se detenga el tiempo, que nada más importe, tener la ilusión de sentirte completo y en casa, y que todo va a estar bien. No sentir sonido, tacto, estar envuelto en una burbuja, solamente en el mundo estaba ella y yo. Todo mi control, todas mis manías, todas mis estrategias, todo mi personaje, todo, todo a la mierda. En ese instante empecé a creer que le gustaba y me gustó. Le di un beso en los labios más definidos que bese en mi vida y sabía que había cagado fuego. Me di cuenta que me gustaba demasiado y eso te lleva a perder el partido. No la conocía tan bien, todas las palabras que habíamos dicho se tenían que traducir en hechos…pero cuando te gusta alguien en serio es así: irracional. Estas hecho un pelotudo o una pelotuda y no te importa absolutamente nada.

Con Ramona hablamos de ser piolas, de ver películas y dibujos hasta la madrugada, de tener sexo con ganas, de matarnos de risa, de cuidarnos las espaldas, de viajar y sacar fotos para mis textos, de hacer todo lo posible para que salga todo bien. ¿Me embarqué demasiado pronto y con demasiada intensidad? Claro que sí. ¿Pero vos qué hubieses hecho?
“Me haces reír sola como gila” era una de las frases que me alegraba el día. No me importaba estar en un trabajo infernal. Me importaba que me dijese “buen día, chino”, todas las mañanas. En 3,6 billones de mujeres que hay en la tierra, sólo me importaba ella.

Fueron días hermosos en Córdoba. Me quedo con el decirnos “never enough” ante muchas cosas. De sus rulos enquilombados y de los verbos que nos decíamos en inglés, porque decirlos en español le daban demasiado peso. Me quedo con algunas escenas que ahora las veo como cómicas: como cuando le agarré la mano en la calle para que ella me diga: “no, de la mano no, eso es de novios” y yo le conteste “relax, te quería mostrar eso”, todo superado, para hacerla sonrojar por haber saltado supuestamente tan a la defensiva (aunque la verdad es que sí le quise tomar la mano para caminar juntos así). Me quedo con mi pánico de comer un tostado o una pizza con ella, por miedo a que mi intolerancia a la lactosa me traicione y no pudiese resistir un pujante flato.

También me quedo con la alimentación necesaria, ese régimen de palabras lindas y besos que nutren mejor que cualquier proteína. El hablar y el abrazo que es como el agua para las plantas. Me quedo con nuestro rechazo al cautiverio y las escapadas a tomar aire. Y con los cafés (donde ahí sí me agarraba la mano). Me quedo con su amor por las bicicletas y el arte. Me quedo con mi intención de ser siempre un campeón, atento y dejar todo en la cancha, todo el tiempo. Me quedo con los Snickers y nuestra pasión por el helado, todos los días y a la hora que sea. Me quedo con la promesa de ilimitadas noches de sushi, o de puré instantáneo con salchichas.  

Con el tiempo hubo un final. Pero el final no fue por la distancia ni por la diferencia de edad, eso lo creo. Simplemente no fue el momento indicado para estar juntos.

¿Y el resto? El resto y los demás detalles un caballero no los debe mencionar. Suficiente es todo lo que uno pone acá, suficiente la descripción tragicómica de ese destello, brillante, cegador, breve y real.

Quizás esto sea para aprender. Quizás la segundas partes, de lo que sean, nunca han sido buenas…pero El Padrino 2 existe y ella no la vio. Quizás tengamos eso como excusa para vernos. Quizás algún día nos volvamos a cruzar. Quizás ;)



Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Alejandra Lunik.

 

domingo, 9 de noviembre de 2014

La Chica Instagram.



Hace un tiempo estaba medio a la deriva y no andaba con nadie (sin novia, ni garchar, digamos). Entonces un amigo, en un arrebato de exageración, me ve entrar a una reunión con mi campera cuello Mao y me dice: “Quieto! Estás igual al chofer de Drive!”. Me sacó una foto y la subió a su cuenta de Instagram (donde tiene muchos seguidores), acompañada del texto: “Lea es Drive. Soltero chicas. Gran partido”. Después de esa gestión explotó mi cuenta de Instagram, pero lógicamente acepté sólo a las mujeres que estaban buenas. Ante todo el pragmatismo señores. Que esto no es Bambi.

Pasaron los días y yo subía mis clásicas fotos de dónde puedo estar escribiendo y una chica en particular me empezó a comentar las fotos. Ok. Yo fui cortés y seguí con el juego hasta que se volvió diario y demasiado público. Era muy linda. Hasta sus colmillos me gustaban. Entonces la invité a seguir estas conversaciones via Facebook. El contacto era diario y calculo que los dos queríamos conocer gente y luchar contra la soledad de la posmodernidad, que esta Era Digital ayuda a emparchar.
Con el correr de los días, “la chica Instagram” pasó a ser rotulada por mis amigos como: “la MILF”, ya que es madre y muy atractiva. Fueron estos mismos amigos los que me recomendaron que la invite a La Florería, en nuestra primera cita. La Florería es un gran bar (quizás mi favorito), pero me habían dicho que podía ser un poco caro. Aunque la liquidez no es lo mío este año, igual quería dar una buena impresión la primera vez que me iba a ver. Tenía muchas ganas de mear, me transpiraban las manos, estaba algo tenso, pero de todas maneras, me presenté en el secreto bar, me encomendé al dios VISA e intenté ser esa extraña mezcla de payaso con un poco de pasta de campeón (que nunca me sale). Me sometí a un interrogatorio cliché de primera cita. Yo la invitaba tragos haciendo sumas mentales de cuánto estaba gastando y rezaba que no me salga saldo insuficiente en la tarjeta de crédito, para no tener que terminar la velada lavando los platos. Las cuentas cerraron, yo respiré aliviado y safé una vez más. Finalmente en el bar todo salió bien, y por alguna razón, la chica mordió el anzuelo. Aunque habíamos tomado, de todas maneras me parecía una mujer muy atrayente para desperdiciar su tiempo conmigo. Sobre todo porque mis amigos me alertaban que quizás no se quería acostar conmigo si no con “el amigo de…”(quien subió la foto). Pero hasta los goles de rebote se cuentan y yo tenía que cortar la racha…
Caminamos unas cuadras y de alguna manera me encontré tranzando en la puerta de Cancillería. El alcohol, el frío, la suerte, las razones ya no importaban. Como ya era tarde, y ella es del sur de la ciudad, tuvo la excusa para irse y que no pase nada más, pero logré arrojar un patético: “Conozco un bar que es mejor. Tienen todo tipo de tragos y no me cobran nada”. “¿Dónde está?”, me preguntó. “En mi casa”, fue la respuesta digna de un Jonny Tolengo 2.0. Me miró con cara de que era un picarón, pero igual quedamos en que venga a visitar “el bar donde no me cobraban”.

Así fue que llegó el viernes. El día de la segunda cita (porque en mi mente TOC, los sábados son día de novias y no tengo citas los sábados; sí, tengo problemas). Ordené el departamento, cambié y perfumé las sábanas, compré bebidas, picada, forros y traté de desnerdizar el monoambiente. Todo estaba listo. Ni bien llegó, miró mi colección de animación y dijo: “Cuántos dibujitos”. Listo. “No la ponés nunca más”, pensé. Picamos algo, hablé otro poco, me acerqué torpemente en el sillón, y se ve que la intención básica estaba instalada, porque me encontré revoleándonos por todo el departamento. Éramos Godzilla versus Mothra! Nos sacábamos la ropa, nos mordíamos, nos tropezábamos con todo, nos golpeamos con todo, y llegamos a caer en la cama. Allí nos empezamos a desnudar. Que a mí me quedaban las medias puestas, que a ella los tacos, que el puto corpiño no se salía y que mi jean a botones se amotinaba. Luego de hacer toda la previa que hay que hacer, finalmente volví a las canchas…pero ella sabía cómo moverse…cómo gemir y cómo tensionar sus músculos vaginales…y sufrí la maldición del punk. Duré menos que un tema de Los Ramones.
La noche siguió y la remé, pero la maldición de Jonny, Marky y Didi ya había hecho estragos. Había cumplido pero había sido rápido…como el chofer de Drive.

Con el tiempo el vínculo se diluyó luego de tener una relación muy de “HER” y estar todos los días en contacto mediante whatsapp. Inflador anímico que le dicen. Hasta que la liquidez de nuestros tiempos hizo lo suyo y seguro ya estará rompiendo otro departamento, con alguien que dure más que “Judy is a Punk” ;)

No future.

 
Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Pablo Zweig. 


domingo, 26 de octubre de 2014

La Mujer que no Era.



Estaba medio bajón y una amiga trató de animarme invitándome a una juntada de amigotes. Muchos artistas, toda gente respetada y querida. La mayoría sabían que yo estaba medio bajoneado, por una relación que no se dio, y me la trataban de remar. Así apareció mi amigo Pedro (ponele que así le llamaremos), un dibujante talentoso, exitoso con las mujeres y la buena vida, un tipo notable. “Peter” me dice: “Lea, tengo dos amigas en camino, animo, son lindas, encantadoras en serio, y las dos vienen hasta acá en longboard, como vos”. Más o menos me levantó el ánimo, mientras las charlas y el alcohol seguían corriendo en esa soiree. Cuando llegaron las chicas, ambas bonitas, las dos con mucha onda y con sus respectivos longboards; una claramente estaba con Pedro (llamémosla Tania). La otra, de rebote quedó cerca de mí en la mesa y nos pusimos a hablar (del Mundial, del Padrino 2, cosas de las que uno hablaba a mitad de este año). Mi estado de bajón anímico era evidente y la flaca no tuvo que ser Agatha Christie para darse cuenta que yo tenía mal de amores. Así que me levantó el ánimo, fue cortes, pero yo tenía la cabeza a más de 700 kilómetros. Sin embargo, cuando ya estábamos todos bastante borrachos, decidimos irnos los cuatro juntos rumbo a Belgrano (por donde todos vivimos), y en el ascensor, le dí a esta chica mi tarjeta personal “para cuando no tengas con quien ir a andar en longboard”, una jugada penosa, pero con mi depre y mi curda, fue lo mejor que pude hacer. Pedro seguía montado arriba de su chica, cuan koala, incluso en el ascensor. Viajamos de regreso al barrio en el colectivo, hablamos pavadas y fue un hasta luego que yo creí que era un hasta nunca.

Pasaron veinte días, y yo estaba en la premiere de la peli de un amigote, cuando me mandan un mensaje por outbox a Facebook que recibo en el celular: “No se vaya a olvidar que tenemos que ir andar en long!”. “A la mierda”, pensé, “Mirá quién apareció”, le conté a mis amigos en ese estreno. “Re apareció la piba del longboard”, les afirmé. Todos mis amigos en ese estreno ya estaban contentos, y al verme de mejor humor y con posibilidades de ponerla nuevamente, ya todo era una fiesta. Empecé a flirtear, con la ayuda del celular, pero tuve que deponer la conversación con una elegante: “Te tengo que dejar, porque estoy en un estreno con amigos y el glamour no se abandona”.  Ella lo tomó a bien y quedamos en seguirla. Vi la película, me gustó, me fui a cenar y beber con mis amigos. Quería que se diera algo, la chica era interesante, me parecía que había química pero temía que mi mala suerte fuese a reaparecer, o quizás volvería a cometer otro traspié amoroso, pero de madrugada – por suerte - siguieron los mensajes: “estaba cocinando y de repente me vino a la mente Leo, su yeso, esa chica que no lo quiso y que no vio el padrino 2, y su longboard”, me escribió. Yo seguí el juego, estaba contento pero cauto, me gustaban sus mensajes y su atención (y yo venía de una sequía garchetil de 3 meses). Así que me fui a dormir y a la mañana siguiente – para mi sorpresa y alegría - me volvió a escribir, pero desde su whatsapp (tenía mi número de teléfono por la tarjeta): “¿Qué estás desayunando? ¿Qué partidos vas a ver hoy?”, fueron algunos de sus disparadores de charla. Yo estaba desayunando antes de entrar a la analista y después estuve en la calle haciendo cosas, pero de a ratos me paraba a chatear con la chica del longboard. Volvían las esperanzas, el equipo quizás volvía a jugar en Primera. En un día la flaca ya me interesaba, la súper remaba y sabía que yo venía medio bajón, y sin embargo no le importaba. Sabía de cine, andaba en longboard, era linda, todo me cerraba bastante. Así que cuando en el teléfono vi que me mandó invitación de amistad por Facebook, pensé: “Caíste mamita”. Llegué a casa, envalentonado, queriendo chatear e invitarla a hacer algo el próximo fin de semana, pensé distintas estrategias, variadas ucronías, me conecté online desde la compu, acepté su invitación de Facebook y se abrió su perfil…y con su perfil admiré su foto…y no era la mujer que yo creí que era.
Todo ese tiempo, todo ese chateo, todo ese flirteo, todo ese daydreameo de “el finde la invito a salir y vuelvo a las pistas” se fue a pique cuando vi que no era la chica con la que yo hablé, a quien yo le dí mi tarjeta…sino su amiga, la que estaba con Pedro, o sea Tania.
Todo un quilombo, las dos eran lindas, pero ella estaba con mi amigo y yo tengo códigos.
El chat siguió un poco más, pero ya no era lo mismo. 
Al poco tiempo le dije:
-“Eh, vos no sos quien yo creí que eras”.
- “¿Cómo?”.
- “Eh, yo chateaba con vos…pero creía que eras tu amiga. La tarjeta se la di a ella y…”.
- ¿Pero no viste mi nombre?”.
- “No me acuerdo quién es quién, estaba borracho. Yo le dí la tarjeta a tu amiga, hablé con tu amiga, vos estaba con Pedro colgado como un koala y no me imaginé que vos eras vos. Me di cuenta cuando abrí el perfil en la compu y vi bien la foto…”.

Al poco tiempo le dije que yo no iba a “Mauroicardiar”, así que ahí se cortó todo.

La sequía siguió.
Tania era la mujer que no fue.
Me habían metido en una comedia de enredos sin avisarme. 
Game over a las ucronías.





Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Pablo Tunica.

lunes, 29 de septiembre de 2014

La de la Bandeja.



Mi analista me decía que me debo ajustar no a una realidad general, si no a mi realidad: la de un joven burgués nacido en Ramos Mejía, criado en Miami que ahora vive en Belgrano. Al principio el término burgués me sonó peyorativo, pero como mi vida está atravesada por cierta comodidad, y relajo, poco a poco comencé a indagar si el término me era tan lejano.

Hace poco una amiga exaltaba las bondades de mi madre y yo le recordé que también puede ser una mujer que pisa fuerte…o pega fuerte. Tenía 4 años cuando un compañerito de jardín me invitó a su cumpleaños. No recuerdo dónde era, pero ponele que era en San Justo. Con sólo 4 vueltas alrededor del sol, antes de entrar a la casa de mi amiguito, me frené en la puerta y le dije a mi madre: “No quiero entrar”. “¿Por qué?”, preguntó mi mamá. “¿Tenés vergüenza?” añadió mi ilusa progenitora. “No, no quiero entrar porque son pobres”, fue mi respuesta…a los 4 añitos…y la piña que me dio mi vieja, todavía la siento en la mandíbula. “Vas a entrar y te vas a divertir, y te voy a venir a buscar último, hijo de puta”, entre piñas en la cabeza, patadas en el culo y tirones de pelo, fue como ingresé a dicho cumpleaños, en mi propio mar de llanto y aprendiendo desde los 4 que no siempre tengo que decir lo que pienso. Bueno, quizás era un poco burguesín en el jardín.

En la facultad tenía muchas amigas…con las cuales te acostas. De ese tipo. Y usaba la extensión de la tarjeta de crédito de mi viejo, cuando no tenía efectivo encima. En una época de buena racha, iba a un telo que tenía como nombre de fantasía: “Celta Hermanos”. Cuando mis viejos vieron que tenía mucho gasto en un recinto de ese nombre, un día me sentaron y me hicieron una especie de intervención de Alcohólicos Anónimos: “Flaco, te están llegando muchos gastos de este lado…¿Es un pub? ¿Tenés problemas con el alcohol? No chupes tanto, flaco”, me dijo mi viejo. Y yo tomaba, pero no por semejantes montos…hasta que me dí cuenta que era la firma comercial del telo y sonrisas de mis padres de por medio (tipo “ah, bien, el pibe la está poniendo seguido”), todo fue perdonado y olvidado. Sin embargo, y para que no gaste tanto, mis viejos me sugirieron que si quería traer chicas a mi habitación, me las podía garchar tranquilo y que ellos no objetaban nada. Y así fue, que comenzamos con una técnica de coexistencia con compañeras, y de pernocte en mi habitación: sea a la hora que sea (y cuando lograba arrastrar alguna hasta Ramos Mejía), yo ofrecía algo de tomar y cuando iba a la cocina, dejaba un cartel que decía: “No estoy solo”, para que mis viejos sepan disculpar cualquier sonido que salía de la habitación, o para evitar accidentes…pero todo sistema tiene su falla. Un día me olvidé de dejar el cartel, y cuando una compañera se quedó a dormir, después de unos revolcones nocturnos, nos quedamos dormidos…y a la mañana siguiente mi madre quiso ingresar en la habitación con el desayuno, como todas las mañanas. A mis 25 años (sí, siempre me llevaron el desayuno a la cama hasta ese mismo día, ok era/soy un burgués de mierda). Cuando mi madre ingresó a la habitación mi grito de: “¡No entres!”, no amedrentó a mi madre.
-          No voy a ver nada que no haya visto.
-          ¡No estoy solo mamá! (mientras la flaca se cubría con las sabanas).
-          ¿Pero y el cartel? ¿Por qué no dejaste el cartel? (con la bandeja en la mano).
-          Salí mamá, por favor.
-          Bueno chicos, ya está, les sirvo el desayuno y listo.
-          (“gracias, señora”, dijo mi compañera debajo de las sábanas).
-          ¡Saliiiiiii! (fue mi último grito).
-          Bueno, bueno, ya me voy que tanto escándalo.
-          (“ah, vos sos un nene bien, pero mal”, comentó mi compañera, o algo así).

Nos reímos un rato, salimos por la puerta del frente, mi vieja ni la vió. La acompañé a la parada del bondi…y a los días me tuve que comer EL gaste en la facu. Regresé a casa y tuve un breve pero definitivo diálogo con mi madre:
-          Mamá, lo de la bandeja no va más.
-          Pero te serví el desayuno toda la vida.
-          Mamá, no voy a desayunar más en la cama.

Entre sollozos mi madre lo entendió y la imagen que frágilmente construí de joven aventurero latinoamericano, se destruyó en el recinto universitario porque me olvidé de dejar el puto cartel. Con el tiempo me reencontré con…llamémosla Ana…nos llevamos bien hasta que nos dejamos de ver. Desde ese día y cuando nos vimos, nos reencontramos en telos, y en mi círculo familiar o de amigos, no le dicen Ana, ni la nadadora, ni la de pelo caoba: para todos es la del día de la bandeja ;)



Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Colo Majox.

miércoles, 27 de agosto de 2014

Tu Nombre en Clave es Armario.



Si no fuese por la facultad, yo sólo hubiese tenido sexo seguido en un cabarute turbio de Once. Por suerte, en ese ambiente académico se me dio de conocer a muchas flacas a las que, por alguna misteriosa razón, yo les caía bien. Así fue que conocí a una mujer fundacional en mi vida, la que muchos en mi familia llaman por el nombre, pero a quien yo ahora simplemente voy a llamar Cecilia…

Conocí a Cecilia en el 4to año de la carrera de Comunicación Social, yo venía de un período de ayuno horizontal y ella estaba por casarse, pero el diablo metió la cola; y terminamos juntos.
Primero fueron emails vinculantes de facultad (y si no fuese por la Era Digital, yo no la pondría nunca), después hubo algunas salidas en las cuales nos hacíamos los boludos, hasta que finalmente se decidió y dejó a su futuro esposo. No por mi culpa, el grandote era un boludon y yo era la novedad y/o excusa. Fin.

Incluso cuando estaba comprometida, a pesar de que soy muy nabo, hasta yo me di cuenta que algo iba a pasar entre nosotros…un clásico caso de “Koi no yoban” (como le dicen los japoneses a ese sentimiento de que algo va a pasar entre dos personas sin ser amor a primera vista).

Lo loco empieza cuando empezamos a salir. En las primeras salidas había besos y manos, pero de garchar nada porque ella me decía: “No quiero que pienses que soy una cualquiera”. Y yo me volvía a Ramos con un dolor de huevos y espalda inolvidable (sí, la excitación genera una recarga de esperma que te hace doler los huevos y a veces se ramifica a la espalda :P
Cecilia es la primera mujer que yo considero mi novia oficial. Las mujeres anteriores han sido varias cojas tristes y/o frustradas que espero hayan leído en este blog. 
Con Cecilia al principio nos llevábamos bien y en la cama nos empezábamos a entender cada vez mejor. Yo siempre me actualizo como un software…y ella en la primera vez me confesó que...era amante de un gobernador. Si, la misma que no quería ser considerada una cualquiera…
Hasta ahí, ponele, las cosas eran raras pero no tan extrañas.
Deja a su futuro marido, fue amante de un gobernador (también fui la excusa para cortar al viejo que se volteaba en un departamento cerca del Museo Renault) y elije al chico raro de la facu. Y si, yo era más raro que ahora. 
Me había elegido a mí y a nadie más. Pero no todo era color de rosa. A veces eran color rojo, verde y amarillo. Recuerdo una discusión en Recoleta donde ella casi me dejó y yo le rogué que no fuese tan caprichosa (mientras yo tenía puesto una remera de Robin, posta). Recuerdo la escena como una de las más patéticas de mi vida: yo con la remera de Robin (que simulaba el uniforme), rogándole a una flaca que me llevaba una cabeza de alto que: “la rememos, no tiremos todo por la borda”, en una plaza pública; y todo porque yo veía que se me esfumaba la posibilidad de seguir compitiendo en las pistas que algunos llaman cama.

Luego conocí a su familia. El padre era un comisario retirado (que ahora tenía una fábrica de matrices plásticas) y el hermano era oficial naval. Ambos familiares eran conservadores, marciales, les gustaba portar el arma, y no entendían qué hacía su princesa con el pibito yanqui este (que ya no era tan pibito, ni tan yanqui).

Y un día conocí al padrino. Creí que era una visita familiar más, hasta que me dice: “Yo trabajo en la sección de Inteligencia de la Policía Federal. Ceci nos contó que vos sabés de todo y sos piola, ¿No querés venir con nosotros?”. Yep, reclutamiento live, a la Bourne. Por suerte recordé las palabras de mi viejo (un ex Fuerza Aerea himself): “Nunca entres en una Fuerza. Te van a usar igual que a mí”. Así que como en Ramos odiamos a los chorros y a la cana, decliné su oferta; incluso si el Comi me seguía vendiendo el producto: “Vos podés mantener tu laburo de periodista, hasta sería mejor que lo hagas. Y conseguimos créditos para viviendas muy fácilmente. Tenemos edificios dónde sólo viven agentes”. Ahí ya se estaba enturbiando la sopa.

Hasta que después de despedir al padrino, fuimos a un telo con Cecilia…y después del primer…cigarrillo, me dice: “Yo te tengo que decir porque no aguanto más. Yo trabajo con mi Padrino, oficialmente”. O sea, estaba noviando una espía. Fin.

La calmé, le dije que no pasaba nada, que yo no quería ser parte pero que entendía su postura, por herencia familiar, etc. Con el paso del tiempo, ella se puso cada día más fachista y yo cada vez más zurdo (la Federal y la facu de Sociales cambian un toque a la gente, vio?) y cuando estábamos próximos a terminar la facu, me dice: “Bueno, yo me quiero casar, tener una casa, un auto, un nene y una nena”, “¿Algo más?”, respondí atónito, mientras caminaba por Rivadavia rumbo a Once, pensando “Beam me up, Scotty”. “Mirá, yo voy a empezar a escribir en serio y a recorrer Latinoamérica, así que este es el punto donde cada uno hace lo que quiere”, le dije y así empezó la separación.

Pero la carne es debil, cojía muy bien y una vez en una discusión telefónica me desafió, tipo: “Vos no tenes huevos de hacer una locura, como garcharme en la casa de mis viejos”. Era más tonto y caía en esas trampas…así que como sabía que estaba sola en lo de los viejos, me fui hasta la casa, garchamos por todos lados, un descontrol…pero de repente sentí las llaves en la puerta: “Jodeme que no son tus viejos”, susurré mientras estaba arriba de ella, cuando estábamos tirados en bolas en el parqué. “Puede ser mi hermano y a vos te odia. Si te ve acá puede usar el arma. Por favor metete en el armario”, dijo la espía de familia psicópata. Yo llegué a decir: “What?”, mientras con la ropa apenas agarrada me metió en un armario. Ella tiró toda su ropa en el baño, saltó en la ducha, se mojó, salió de la ducha, abrió la puerta que tenía la llave puesta y recibió a los padres que habían regresado un día antes de las vacaciones.

Estuve 40 minutos en bolas adentro de un armario. Luego ella abre la puerta del mueble y me dice: “Ya se van al súper, aguantá un rato más que mi viejo si te ve acá también te tira”. Mata Hari y la concha de tu hermana.

Los escuchaba reírse, desayunar. Escuchaba los platitos pegar en las tazas. Los platitos. Y yo con hambre, sucio, en bolas, el amigo me goteaba, tenía el forro en una mano y el resto de la ropa en la otra, adentro de un armario y con el riesgo de que los familiares lean la situación, investiguen y termine con un cuetazo de un ex comisario, en un ropero de un departamento de Once.

En un momento pensé: “¿Y si salgo? ¿Y si los encaro y les digo ‘miren, somos todos adultos, yo estuve acá un rato con Ceci pero ahora me voy a mi casa. Buenas tardes’”. Pero muchos de los escenarios que imaginaba terminaban con un PUM! Así que aguanté media hora más y Cecilia finalmente abrió las puertas del armario, porque sus viejos se habían ido al supermercado, pero estaba por llegar el hermano.

Agarré mis cosas, me vestí, gruñí un: “No me toques, no te disculpes”, y me fui para nunca más volver. Con el tiempo ella me volvió a buscar, pero con el paso de los años yo también logré obtener un set de habilidades particulares y la logré evitar.

Le agradezco los buenos momentos, pero su trabajo y familia me terminaron de alejar.
Nunca más quise volver. El armario fue mi Guantánamo.



Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Fernando Baldo.

martes, 22 de julio de 2014

La Recepcionista.


Era nueva en la empresa donde yo trabajé muchos años. Era morocha, de labios carnosos, mirada híper provocadora, flirtera y tenía una excelente delantera. La típica mujer que saludo y veo pasar…pero aunque yo la ignoraba (porque yo creía que tenía cero posibilidades de algo), ella no me ignoraba a mí. Igual, obviamente, yo no me había dado cuenta que le gustaba…

Nos cruzábamos a diario, ya que ella me asignaba en qué oficina podía dar clases o hacer traducciones en dicha empresa. Y al principio hablé, pavadas, siempre muy profesional, siempre pensando “qué buena que está la morocha”, pero agarraba mis planillas y seguía camino. Hasta que una vez la escuché quejarse de la falta de valentía de los hombres para invitarla a salir (y ahí me cayó la ficha que estaba sola) y luego una compañera que hablaba con ella, me dijo: “Tenes una admiradora secreta” (y ahí me cayó la ficha que lo que había dicho en ese instante, frente a mí, me tenía como destinatario, pero yo jamás me hice cargo de gustarle a nadie, y seguí con mi rutina).
Sin embargo, a partir de ese día, la empecé a joder un poco más. A ponerle más humor a la interacción diaria, a sacarle gravedad, peso y seriedad a cómo entraba en dicha recepción. Igual siempre entraba creyendo que era un minón y que me habían vendido pescado podrido, o que cuando la invite a salir, me iba a decir que no.

Como ella vivía cerca de la empresa, una vez la acompañé hasta la casa con la excusa “hoy tengo que ir para allá” y caminé, chamuyé, saqué info, intenté medir cuánta agua había en la pileta antes de tirarme y hacerme mierda.

Cuando consultaba con mis amigos de la empresa qué oportunidades podría tener de éxito, se me cagaban de risa. La flaca no sólo era linda, sino que podría haber sido vedette con un buen manager. Tenía todo lo necesario…y estaba siempre a la vista.

Finalmente, una vez la encontré hablando en la recepción de salir por Ramos, e ir a tal o cual bar. Cuando su amiga se fue, me atreví a decirle: “yo también voy a pasar por tal bar, si queres nos vemos”. “Dale”, fue la respuesta. Como yo ya tenía su número de celular (nos teníamos que ubicar en la empresa), le rogué a un amigo que me acompañe tal noche y me haga de “wing-man”. Coordinamos, caímos en el bar, ella estaba muy provocadora y acompañada de una amiga - que claramente sólo había ido a “hacerle gamba”. Mi amigo se fumó a la amiga y yo empecé a chamuyar lo mejor que pude. A todo esto ambos tomamos y tomamos. Yo tengo mucha tolerancia a la bebida blanca y puedo relajar sin bardearla. Ella me seguía el paso.

Todo seguía muy flirtero, muy histérico; la amiga se fue, mi amigo también, nos quedamos solos y transamos, mal. Cuando le ofrecí venir a mi departamento para seguir tomando, me dijo que sí, y ahí me di cuenta que quizás le gustaba posta. El loser iba a arrancar a la bestia de la recepcionista hasta su departamento, inaudito. Se iba a dar la cosa al final. No era pescado podrido, por alguna razón yo le gustaba.

Caminamos, tomamos aire, subió a mi departamento, seguimos tomando, y transando. Y ahí comenzaron las sorpresas: la delantera, era de puro alambre de push up, exagerado. Su busto no era lo que vendía, ni por asomo. Me comí el amague y ahí no había nada del otro mundo, pero…igual tenía muy buenos labios y estábamos en mi sillón, a cuatro metros de la habitación y la cama. Las ropas empezaron a volar, me acuerdo que tenía problemas con mi cinturón, y antes de pararnos para ir al cuarto, me pide ir al baño. “Un pis antes del acto”, pensé. Empezó a caminar…y tambalear…se da vuelta, me mira, con la mirada perdida, pálida, con los ojos blancos tirados para atrás, con los labios morados, y media en bolas balbucea un: “me voy a desmayarrrrr”. Y salté del sillón y la atajé al vuelo. Por suerte tenía un peso razonable, la levanté y la acomodé en el sillón. Se me activó el emergentólogo y mientras buscaba un repasador, hielo, alcohol, y agua (para sacarle el desmayo), pensaba: “No te la puedo creer, soy la reencarnación de Peter Sellers”.

Pálida, parcialmente desnuda, linda, pero extremadamente inconsciente y en mi sillón, así que más que mirarla un segundo y decir: “No te la puedo creer”, le apliqué hielo en la nuca, le hice oler alcohol, tomó agua, le puse la cabeza entre las piernas (las suyas) y poco a poco la traje al mundo de los vivos. Después de unos minutos se recuperó, descansamos, hablamos, y yo le dije que se venga a tirar a la cama “todo bien, no va a pasar nada, ya es tarde” (eran como las 5 de la mañana), pero ella pidió tomarse un remis y retirarse. Yo quería que se quede y traté de convencerla hasta en la puerta de casa. Apostaba a que si la cuidaba, quizás en unas horas podía tener un mañanero…pero no. Me pidió 900 veces que la disculpe y se fue. Yo más que frustrado estaba todo bien, sabía que iba a tener revancha…

Pero el pez por la boca muere y el lunes cuando se me acercaron los amigotes de la oficina: “sabemos que se vieron, contá” (ella algo habría contado…), no me pude resistir y les conté la verdad “se me desmayó en casa y no pasó nada”. Después del estallido de risas y muchos “te dijimos”, nos reímos y pensamos que yo tendría la revancha pronto con la morocha. Pero alguno de ellos no tuvo códigos, o alguna mano negra femenina le metió ficha a la recepcionista, quien se enojó demasiado cuando se enteró que yo algo había contado (y ella también, pero sólo importaban mis errores). Así que después de una cagada a pedos de cuadras, dejamos todo como estaba, porque no estaba enamorado ni nada, y ya me había ganado en la empresa el mote de Leo “garua” Paolini (el que jode pero no moja ;)




Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Dante Ginevra.


jueves, 26 de junio de 2014

La de Cuba.


Durante muchísimos años trabajé en una empresa farmacéutica estadounidense en Argentina. Ese sitio fue como mi segunda casa por más de una década. Ahí tuve mentores, amigos y amores. Daba clases de inglés y hacía traducciones. Tuve demasiados alumnos, pero tuve una alumna en particular que me quemó el cerebro demasiado tiempo.

Llamémosla Marina, aunque ese no es su nombre. Marina se teñía de rojo, era hermosa, misteriosa, rarísima y una acuariana jodida. Solía venir a clase y cada vez que teníamos que tener “conversation” se quejaba de la falta de hombres, y de cómo era desafortunada en el amor. Para mí esa era una etapa donde casi todo lo podía, y particularmente con distintas mujeres: salía con chicas lindas, transaba con una en la máquina de café de la empresa a las 8 de la mañana, después me disputaba el amor de otra rubia…pero Marina era especial, y todos sabían que el mundo se frenaba cuando ella caminaba cerca. “Leito, se te nota mucho”, me llegó a decir una jefa…

Al menos en esa época vivía con la armadura puesta de que nadie, ni nada, me importaba, así que así creía pilotearla con Marina. Pero estaba muerto por ella. Flirteaba en clase, a veces hablábamos por teléfono, o nos mandábamos cosas por email, pero ella siempre con el freno de mano puesto, o con un “por ahora estoy con alguien, pero no soy feliz”.

Llegué a hacer estupideces como decirle: “cuando salgas de la facu de medicina, pasate por Notorius que queda cerca, voy a estar escuchando Jazz ahí” (y me iba de Ramos Mejía a Callao y Marcelo T. montado en la ridícula ilusión de que quizás aparecía, y obviamente jamás fue, y yo me volvía solo como el peor de los perdedores).

Incluso una vez existió una reunión extrañísima con la rubia que también me gustaba (estábamos solamente la rubia, Marina y yo), nos juntamos a tomar algo en casa de Marina, porque sí, y cuando Marina iba al baño, la rubia se me acercaba y me decía: “Marina tiene onda con vos, jugatela”, pero cuando la rubia se iba al baño, Marina venía y me decía: “la rubia tiene onda con vos, jugatela”. Me sentía pelota de beach volley.

Aunque era una etapa de cierto éxito femenino, la sombra del patetismo siempre me acechaba, así que hacía lo imposible para cruzármela en el pasillo, hablaba de lo que le gustaba, revisaba mi celular y mi email demasiadas veces. Muy en tono con uno de mis temas favoritos de Beck.

Hasta que una vez accedió a que nos encontremos en Ramos, en un bar, se la jugó y aceptó mi invitación número 114. Tomamos algo y transamos mal. Toqué todas las bases que se pueden tocar en un lugar público, en la oscuridad de un bar. Sentí que era el momento, pero esa noche no la quiso pasar conmigo; y al otro día (en la oficina) me dijo que seguía enganchada con el ex. Y me empecé a olvidar de ella, porque los “es una histérica”, “te va a volver loco”, de amigos y gente de la empresa eran demasiados. Salí con flacas e incluso tuve una conversación surrealista donde uno de mis mentores de la vida me dijo: “jugatela por Marina de una vez u olvidate para siempre, porque yo voy por la rubia, el que avisa no traiciona”. Y tenía razón, como la mayoría de las veces, porque con la rubia teníamos onda, pero Marina para mí frenaba las gotas de la máquina de café. Hay mujeres (poquísimas) que frenan el tiempo y te dejan en un estado de cámara lenta.

Así que antes de jugármela por otra flaca afuera de la empresa, tuve una última conversación con Marina donde le dije: “Fidel se muere, me voy a Cuba porque quiero estar en ese momento histórico. No le deseo la muerte, pero es como estar en la caída del Muro de Berlín de nuevo”….”yo también voy”, respondió, “encontrémonos allá”, remató, y a mí se me partió la cabeza.

A los pocos días le dije “yo llego a La Habana tal día”, ella me contestó: “yo llego ese mismo día a Santiago de Cuba, en la otra punta. Bueno, viajemos cada uno por su cuenta y nos encontramos en el medio de la isla, en Trinidad si querés”. Y sentí que estaba adentro de una película de Nora Ephron nuevamente, pero un poquito más socialista.

Si bien me fui a la isla honestamente de vacaciones, verdaderamente a estar presente en un momento histórico, también quería cruzarme a Marina y que hubiese magia. Emprendí el viaje, hice amigos de ruta, la pensaba a veces rumbeando mal con cubanos, a veces expectante de encontrarme en Trinidad, también pensaba que quizás no la veía, no sabía con qué me podía encontrar.

Así que seguí la realidad paso a paso y como Fidel no moría, relajé y sólo me dediqué a hacer turismo y esperar que llegase su email donde me decía dónde estaba. Chequear emails en la isla era difícil y carísimo, pero Marina todo lo valía. Fueron muchas las tardes donde a diario iba a ver si tenía algún tipo de indicio. Y finalmente el email llegó. Me decía de encontrarnos en tal casa de familia en la ciudad de Trinidad, tal día.

Tomé un micro, tomé una moto-taxi, quería llegar el día estipulado y que ningún contratiempo me evitase estar ahí. Lo que quería que ocurriese, estaba ocurriendo.

Así que hasta ahí llegué, nos encontramos…y la relación volvió a ser como era en clase, mezcla de amigos y de querer estar juntos pero sin animarse (al menos ella). Caminamos por la playa, hicimos buceo con snorkel y algo pasó en la arena, pero no todo. Me frenó con la excusa de que ella quería estar sola (pero ya había hecho algo conmigo e íbamos a dormir en la misma habitación de la casa de familia…). Así que fluí, esperé, hicimos turismo, sacamos fotos y a la noche nos fuimos a cenar, bailar y tomar. Como no soy un gran bailarín, y venía peleando una batalla cuesta arriba, me encomendé a los poderes del Ron Cubano para que ella pudiese bajar sus defensas. Y nos entregamos al alcohol, nos reímos, bailé lo poco que pude…y se puso en pedo, mal, al punto de no poder caminar. La tuve que llevar a caballito hasta la habitación (donde yo esperaba juntar las dos camas de una plaza – sí, volví a apelar a la estrategia de Perú, nuevamente con desastrosos resultados), donde finalmente la acosté. Como pude, como quiso, se sacó la ropa y se metió en la cama. Yo la cuidaba y me quería matar. Estaba durmiendo al lado de una mujer de la que estaba enamorado hace años, bajo el mismo techo, en la cama simple de al lado, y ésta estaba demasiado en pedo, era inmensamente histérica y era más difícil de derrotar que un cubano jugando al beisbol.
 
 
Me acerqué a la cama una última vez y le dije: “¿para qué me querías acá?”, “no sé” fue la respuesta, y su mirada me dijo que ya nada iba a pasar.

A la mañana siguiente, armé mi mochila, y sin enojarme ni reprochar, le dije que me volvía a pasar mis últimos días en La Habana. Ella, como si nada, me dijo que también iba para allá, pero a otro ritmo. Siempre a destiempo con esta piba…

Así que me fui, “nos vemos” (me dijo) y eventualmente volví a Argentina, con la gran experiencia de haber conocido Cuba, pero con otra desastrosa derrota amorosa.
 
Cuando regresé a la empresa, “la mesa de los galanes” (mis amigotes corporativos), me prohibieron seguir intentando, “olvidate, no podes ser el inflador anímico de esta piba”, fue una de las últimas grandes frases que me dijeron del tema.

Estaba listo a olvidarme, para siempre, hasta que mis amigos del barrio tuvieron una última idea, un último plan, una verdadera jugada “Hail Mary”. Como se aproximaba “La semana de la dulzura”, a los pibes del barrio, los de la primaria, con quienes tomaba birra y escuchaba música acostados en la vereda hasta la madrugada, se les ocurrió que la próxima vez que vea a Marina, tenía que poner en práctica la Operación Bon-o-bon. Me convencieron de que la próxima vez que la viese, me retire de clase y de alguna manera le acerque un Bon-o-bon. “Capaz que le tocas la última fibra sensible y ahora que están de vuelta, se da cuenta que realmente le gustas en serio”, dijeron.

Y así fue, así lo hice…y luego de ejecutar la tan sesuda operación, Marina a la próxima clase me dijo: “encontré lo que me dejaste, gracias”. Pero lo dijo con la cabeza gacha, con vergüenza ajena, como diciendo: “pibe, gracias por intentar, pero es al pedo”.

Llegué a la esquina del barrio, derrotado, y les conté a los pibes que la Operación Bon-o-bon no había funcionado. Y explotaron de la risa: “¡No me digas que lo hiciste, sos un boludo flaco! Era una joda que te hicimos para ver cuán hecho mierda estás. No te puedo creer que lo hiciste en serio”, me dijo uno. Todo había sido una joda interna de amigos y yo estaba demasiado mareado para ver que me habían hecho una joda. Y no me quedó otra que mirar todo desde afuera y reírme, de la situación con Marina, de la crueldad de mis amigos, y del ridículo que había hecho.

Hace dos semanas atrás, hablando de una flaca del presente, uno de esos amigos me dijo: “Mandale un Bon-o-bon”. Nos reímos media hora.




P.d: Fidel sigue vivo.
 
 
Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Colorada Majox.
 

lunes, 12 de mayo de 2014

La Segunda Actriz.


El día que discutí por última vez con la primera actriz, escena de por medio en la Avenida Entre Ríos, me dije: “¡Nunca más me meto con una actriz!”. Las encontraba exageradas, demasiado en carne viva, demasiado APTRA. Sin embargo, a lo largo de mi carrera universitaria, apareció una Segunda Actriz. Esta otra era bastante linda, novata en las tablas y un poco etérea. Flirteaba con media facultad, yo no sabía si se hacía la tonta o era verdaderamente ligera, parecía que teníamos onda, pero, ¿Cómo saberlo? Era actriz…

Después de muchas miradas en clase, recomendaciones de cómo se tenía que sentar y actuar frente a los profesores hombres (me sentía un poco Director), algunos cafés de parado en los pasillos, tiré un: “Yo tengo que ir al cine, ¿Querés venir?”.

En esa época pensaba – equivocadamente - en hacerme el interesante, y en vez de llevarla a ver la comedia romántica de la semana (Fuerzas de la Naturaleza), la llevé a ver La Manzana (cine iraní…). Por suerte, a la media hora la ví muy embolada y arriesgué un: “Do you wanna get out of here?” (Si, a veces me salen frases directamente en inglés). “Dale”, me contestó aliviada, con acento de Avellaneda.

Salimos a caminar y empecé a remarla. Yo hablaba y hablaba, y ella no me daba bola. Me empecé a preocupar. “La cagué”, pensaba, “¿Quién carajos me manda a hacerme el intelectual y traerla a un cine de estos?”, me castigaba. Hasta que me mira y me dice: “Lindo, disculpá, caminá de mi lado derecho porque soy casi sorda del oído izquierdo”. Ok, me ignoraba por sorda y no por desinteresada…ok…era por ser casi sorda…

Entonces la remé desde el humor y le confesé que me quise hacer el intelectual con La Manzana y que claramente me había salido mal. Nos reímos. Me confirmó que la próxima vez deberíamos ir a ver la de Sandra Bullock. Se hizo tarde, no quedaba mucha agua en la pileta, pero igual arriesgué, apenas gané un pico en la parada del colectivo.

Hubo varios días de facultad, los dos jugábamos al desinterés, dí un fin de semana de aire de por medio, pero al próximo, ya con sonrisa de por medio, tiré un: “Ahora tengo que ir a cenar, ¿Querés venir?”. La segunda actriz aceptó una segunda cita.

Fuimos a cenar por Recoleta, caminamos, hablamos y cuando creí que el momento era el indicado, quise transar, pero me frenó: “Lei, creo que voy a volver con mi ex, además vos tenés demasiado mundo”, fue su explicación al por qué no quería que pase nada conmigo. Todavía me acuerdo la frase. Me juré a nunca más vincularme con una mujer que le moleste que sea un trota-mundos, y me cagué nuevamente en Shakespeare, o quien fuese el Dios de las actrices.


Volvió con su novio hincha de Racing y pasaron los meses, y luego los años. Yo seguía cursando en la misma facultad y siempre tiraba un tiro, pero seguía con la mira rota, así que jamás hacía diana…

Eventualmente, años más tarde, nos cruzamos en la facu y me dijo: “Me separé de mi novio”. “¿El hincha de Racing?”, pregunté. “Sí, ahora me gustan los de River”, remató con una sonrisa.

Quedamos para una tercera cita. “La tercera es la vencida”, pensé. Le sugerí que elija un restaurante y ella eligió un restó-temático vinculado al sexo. Ya nos conocíamos, el contexto era más que claro y alentador, empezamos a divagar de qué nos gustaría hacer a nivel sexual y se tiraron palabras como: soga, frutas, tequila, cámara. Gracias a Dios algo transamos. Pedí la cuenta y cuando sugerí ir a un telo, me dice: “Hoy no puedo”. Cuando empecé a construir un “¿Por qu…?”, me cortó con un: “Hoy no puedo, pero pasado mañana seguro que sí”. Comprendí que era ese momento del mes…igual que ganas de joder, me hizo ir justo a ese restaurant, transar mal y me volví en el 166 con un dolor de huevos inigualable.

Hubo un llamado el domingo, una jugada distinta, en vez de registrarnos en un telo a la tarde, elegí registrarnos desde el mediodía en un hotel lindo por Palermo, como si fuésemos turistas. Turistas del garche.

Así fue que nos encontramos en Palermo, hicimos el check-in y subimos a la habitación. Estaba todo dicho. No había sido la tercera, pero si al cuarto intento. Algo es algo. Y con una flaca que me había atraído los putos 5 años de la carrera.

Además de forros, en la mochila había, una soga, frutas, una botella de tequila con shots y una cámara. Lo querés, lo tenes.

Se lo revelé después de varios revolcones, como quien le redobla la apuesta (así que sos actriz y loquita, vos querías esto, a ver qué haces…). Y le encantó. Hicimos todo lo que se podía hacer con esos artículos. Usen su imaginación o llamen a McGyver.


Sobre el final del día, ya mucho más sobrios y calmados, me dice: “Che, lo de las fotos fue cualquiera”. “Si, tenes razón”, contesté. Cuando entró a bañarse, saqué un segundo rollo de la mochila, y cambié el rollo usado por uno nuevo. Cuando salió del baño me dice: “¿Te jode que vele las fotos ahora?”. “Para nada”, contesté, y ella sonreía mientras estiraba el rollo de la cámara…velando las fotos de un rollo vacío ;)

Antes de dormir, tuvimos sexo una última vez y se le dio por el juego de rol. Quiso jugar a la prostituta que viene al hotel y yo era el cliente (y todo era como una película porno de cuarta, pero bueh). Cuando finalmente empezamos, me pide que la llame “puta”. “Soy tu puta, decime puta”, repetía…y yo soy obediente, así que lo hice. Error. Estalló en llanto y se acurrucó en posición fetal. A mí el pene se me metía para adentro, y se me caía el forro solito, mientras yo aclaraba: “pero vos me dijiste que te diga…”.

Terminé haciéndole mimos y diciéndole que ella no era eso, que me había gustado siempre, que ella me dijo que lo diga, pero era al pedo; a ella ya se le había metido en la cabeza que haber hecho lo que habíamos hecho en un hotel, no siendo mi novia, era de puta…

A la mañana siguiente desayunamos y cada uno se fue a su casa. La actriz no pudo sostener el papel que quiso jugar.

Con el tiempo nos volvimos a ver y me agradeció esa noche experimental. Ahora ella convive con un Paya-médico.

Nunca más volví a estar con una actriz, ni a decirle puta a una mujer; ni siquiera si me lo pide…





Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Dante Ginevra.

miércoles, 30 de abril de 2014

La Guerra y la Paz, con la Psicóloga Mochilera.


Después de haber escrito acerca de la actriz, un amigo me reclamó: “¿Y la Julia Roberts cheta? ¿Y la psicóloga mochilera? Antes de la actriz tenías que hablar de esas”. Si bien el orden de mis relatos es netamente lírico-genital, su comentario disparó una cierta rectificación cronológica que espero sea de vuestro agrado humorístico-escatológico ;)

María Eugenia B.S, hermosa colega poliglota nacida en San Isidro, era un clon local de Julia Roberts. La conocí en una fiesta que organizó uno de los institutos para los que trabajé, y ahí fue que me comentó que “quería escaparse de todo, mochilear por Sudamérica”. Con un espontáneo “let’s” y algunos cafés y charlas más, cerramos el pacto y me puse a preparar el viaje. M.E, estudiaba periodismo en el Instituto Grafotécnico. Por ella me decidí a viajar por Latinoamérica y a partir de ese viaje quise ser periodista.

Hasta ese momento yo había transado con muchas, había tocado varias tetas, pero de coger ni hablar. Quise creer que se me podía dar con una flaca de la que me iba enamorando, que se había criado como yo, que hablaba en Spanglish, que era una idealista del Periodismo y que tenía una belleza tan singular que hasta enamoró a un amigo gay.

Fue un viaje plagado de histeria de su parte y de grandes “dormilonas” de las mías. En medio del trayecto, ella se enganchó de paso con un rugbier tucumano y eso fue “the beginning of the end” para mí. Al cruzar la frontera y entrar en Perú, llegando a Cuzco, María Eugenia me dice:

-Cuando lleguemos, yo me voy a tomar el tren que va a Machu Pichu.

-¿No vas a hacer el Camino del Inca? – pregunté.

-No.

-Viniste hasta acá para hacer eso…

-Sí, pero quiero hacerlo en tren y volver a Buenos Aires. ¿Querés venir conmigo?

-No, yo lo voy a hacer a pie – respondí, con el dolor de saber que mi historia con ella terminaba ahí, porque hacer el Camino del Inca a pie era el principal propósito del viaje, y si me iba con ella, nada me garantizaba que la magia iba a llegar de repente. Si no había pasado nada hasta ese momento, solamente iba a ser su compañero de viajes e inflador anímico. Mi posibilidad de estar transpirando con ella se perdía “como lagrimas en la lluvia”.

No hubo diálogo en esas últimas cuadras desde la terminal de micro hasta la terminal de tren. Ella iba callada y yo también, asimilando la derrota final. Cuando llegamos, había un tren que salía en cinco minutos y María Eugenia decidió tomar ese (mejor ponerle un final rápido, habrá pensado). Lo que siguió, fue uno de los diálogos más patéticos de los que participé:

-Te voy a extrañar – dije yo (y qué quieren, estaba enamorado).

-¿Me prestás 50 pesos? – contestó ella (tenía hielo en la sangre, quizás hoy sea asesina a sueldo).

Como un nabo le presté los cincuenta pesos, me dio un beso y se fue…
 

La adoraba y se me había ido. Garchar nunca estuvo tan cerca y tan lejos a la vez. Pero seguí mochileando, aunque seguía descorazonado, seguía virgen y justo apareció Carolina. Caro era rubia, psicóloga, muy sociable y me daba bola; epa, en ese momento era lo único que necesitaba. Venía de un duro golpe, creía haberme levantado un minon como Eugenia, creía jugar una final de Champions con Julia Roberts y la cosa no se dio. Así que cuando apareció Carolina, supuse que era una enviada celestial a rescatarme. La psicóloga era parte de un pelotón de mochileros y con ella caminé casi todo el quinto día de regreso a Cusco, bordeando los rieles del tren. Era rubia, delgada, muy blanca, tenía buen culo y creo que nos gustábamos. Quizás en Cusco finalmente iba a garchar…

Después del Camino del Inca, nos fuimos todos a los hoteles y pactamos encontrarnos todas las noches en un bar irlandés del mismísimo Cozqo. Me crucé a Carolina camino al hotel y me comentó que había sacado un pasaje a Trujillo. Una gran coincidencia. Me lo mostró y tenía el mismo día, el mismo horario, y el asiento al lado mío. Posta. Atónito, le mostré el mío que acababa de sacar. Como había coincidencias dignas de una película de Hollywood,  nos quedamos mirando y me forcé a ver qué había de interesante en Carolina y en esas casualidades que el destino me estaba tirando. Así que juntos decidimos seguir rumbo al norte. Me sentía parte de una comedia tragi-cómica de Nora Ephron.

Los otros mochileros amigos me saludaron con un guiño al ver que seguía de viaje con la rubia. “Grande campeón”, dijeron algunos que me vieron sobreponer el abandono de Julia Roberts con el triunfo de la psicóloga mochilera. La cena estaba servida, y creo que los dos nos alejamos sonriendo.

Por la noche, tomamos el micro rumbo a Trujillo, que pasaba vía Lima. Carolina hablaba y hablaba, y a mi no me importaba nada, por las coincidencias y porque la remaba, seguí de viaje con ella. Tenía ganas de agarrarla en Trujillo y que no me olvide.

Llegamos a Trujillo y nos fuimos para un hostel que recomendaba la Lonely Planet. Solamente quedaba disponible una habitación con dos camas separadas, y como ella no tuvo problemas, nos registramos ahí. Ese mismo día decidimos ir juntos a ver las ruinas de Chan Chan y después terminar el día en la playa. Hasta ahí la cosa venía bien. Mucho dialogo, mucho de conocerse, yo que ya planeaba juntar las dos camas individuales si se me daba, etc.

Por la noche fuimos a tomar algo y a cenar, y ahora era yo el que histeriqueaba y se hacía el boludo porque Carolina ya no era interesante para nada. Cuando le robe un beso, descubrí que tenía mal aliento. Así que la primera noche, mantuvimos las camas separadas, pretendimos estar cansados y dormimos hasta el mediodía siguiente. Fue interesante conocer a una mujer que ronca más que yo.

En nuestro segundo día en Trujillo, el plan era almorzar, caminar mucho y volver a las playas de Huanchaco, para que yo pueda surfear. Fuimos a almorzar ceviche mixto, picante, y aunque yo no tuve ningún problema, tuvimos que volver rápidamente al baño del hostel porque Carolina se empezó a sentir mal. La habitación tenía un baño en suite, pero su puerta, aunque era de madera, tenía el espesor de una cartulina, y ninguno de los dos lo sabía. Ella entró raudamente al baño, y yo me tiré a la cama a leer La Guerra y la Paz hasta que ella salga. La lectura vino con efectos sonoros, ya que podía escuchar los chorros diarreticos de la psicóloga y sus quejidos de los cólicos. Y yo, que no sabía qué hacer. Si me iba, era evidente que había escuchado todo, y la vergüenza iba a ser grande para ella. Así que lo mejor que pensé, en ese momento, fue quedarme en la habitación y poner cara de póquer, como que no había escuchado nada. Cuando Carolina salió del  baño, el vaho a diarrea inundó la habitación, pero yo igual, imperturbable, con mi cara de nada, le pregunté: “¿Todo bien?”.

-“No, estoy un poquito descompuesta” – respondió. Un poquito, nada. La pobre flaca había bajado dos kilos. Así que media insoportable como era y descompuesta, me decidí a partir lo antes posible. Su mal aliento había sido un aviso premonitorio de que su estomago no estaba bien. Ella estaba hecha un desastre. Cada hora la veía peor y no podía olvidar los chorros y quejidos que habían salido del baño. Ya tenía claro que no la iba a tocar ni con un chorro de soda. Sin embargo, ese día me quedé con ella. Fui a una farmacia, le compré pastillas de carbón, y agua para que tome. Salimos a caminar, el mar en Huanchaco seguía planchado, y me dio la excusa perfecta para decirle: “Che, el mar está muerto acá. Así que yo voy a viajar mañana a la mañana para surfear en Ecuador”.

-“Ah, bueno, yo me vuelvo a Lima” – dijo un poco avergonzada. Los dos sabíamos por qué yo me iba, y nos hicimos bien los boludos. Y me alegro que así haya sido.

Esa noche le sugerí comer arroz (“por las dudas, viste” – me seguía haciendo el desentendido) y yo me pedí un hot dog con repollo y jugo de piña. Medio kamikaze lo mío, pero con las comidas era así. Ella se tomó una 7up, sacándole el gas, y cuando regresamos a la habitación, nos pusimos a preparar el equipaje para irnos por la mañana.

Al día siguiente, nos despertamos temprano y mientras ella desayunaba té, yo me bajaba un licuado de banana, después de haber comprado unos recuerdos del lugar. Cuando fuimos a la terminal a sacar los pasajes, a Carolina le dije que me había comprado uno para Quito, pero había sacado uno para Lima y lo había metido rápidamente en la mochila. Hablamos un rato más y le dije que tenga suerte, que siga viajando, que no cambie; muy falso lo mío. Ni le pedí sus datos, encaré para un bus que decía Quito, pero pasé por atrás, y me fui a otro que decía Lima. En ese entré, me senté y me dormí hasta llegar a la capital de Perú. Por suerte ella tomó otro micro.


A Carolina también la volví a ver cerca de mi facultad, pero me hice el boludo y ella no me vio, seguro. No pude evitar sonreír cuando la vi venir. No pude evitar recordar los párrafos de Tolstoi acompañados de sus chorros sobre la porcelana y sus quejidos de cólicos. Nunca pude terminar de leer ese libro. Nunca más lo pude leer con seriedad. Lo vendí la semana pasada. Solamente me quedará el recuerdo de La Guerra y la Paz, y los cañonazos de Carolina.



Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Nicolás Brondo.