Una vez por mes subiré alguna anécdota patética (donde yo le doy peso al adjetivo),
que contada suele ser graciosa y tipeada veremos cómo queda.

jueves, 20 de marzo de 2014

Los reflujos de Mamá.



Ya pasaron 3 psicólogas, una amiga, y tarde o temprano iba a tener que hablar de mi madre. Aunque hay mucho para escribir acerca de ella, en esta oportunidad me voy a concentrar en un aspecto particular de mamá: cuando se pone nerviosa, vomita; y suele hacerlo en las situaciones con el peor timing del mundo. Por eso este ranking de las mejores situaciones en las que mi madre…se puso nerviosa ;)
 

- Puesto 3 (“¿Justo ahí?”):

Yo era muy chico y, en familia, veníamos de vacaciones desde San Bernardo, en el Toyota Carina color crema de la familia. Después de una breve discusión con mi padre, mamá empezó a bajar la ventanilla y cubrirse la boca. Todavía no avisaba, todavía no gritaba alarma. Nos seguíamos acercando a Ramos Mejía y a cada cuadra, mamá se ponía más y más pálida. Papá aceleraba y preguntaba: “¿Aguantás?”. Cuadra a cuadra, metro a metro, arcada a arcada y el auto que no se detenía; y yo con mi hermano, sentados en los asientos de atrás, sabíamos que tarde o temprano la explosión iba a llegar. Hasta que en la puerta del garaje del edificio, mamá no pudo contener el reflujo y vomitó sobre la caja de cambios del auto japonés. Lo que parecía ser sopa se mezclaba con el color crema del tapizado. Recuerdo a mi viejo pasando los cambios, mientras agarraba la húmeda y aún caliente palanca de cambio, al grito de: “¡¿Justo ahí lo tenías que poner?! Con mi hermano no parábamos de reírnos. El auto bajaba por la rampa, de regreso de vacaciones, con un conductor enfurecido, una mujer descompuesta y dos niños diabólicos que no paraban de reírse. Bizarro es poco…
 

- Puesto 2 (“El Gaucho Veloz”):

Yo tendría 8 años y habíamos ido en familia a visitar México D.F, camino a nuestra vacación en Miami. En el trayecto se perdió una de las valijas. Mi viejo enfureció y la altura sobre el nivel del mar ayudó a que mi madre se empiece a descomponer. Primero se mareó un poco, pero todos conocíamos la cara que ponía cuando algo no andaba bien. Salimos del aeropuerto, subimos a un taxi y mamá comenzó a avisar que no se sentía bien. Mi padre empezó a protestar y con mi hermano empezamos a reírnos, a sabiendas que en breve el taxi explotaba en una eclosión de gritos paternos y restos de comida de mi madre. El chofer del taxi, que se presentó como “el Gaucho Veloz”, escuchaba las arcadas de mi madre y aceleraba cada vez más. El auto grande como un Cadillac, avanzaba como un elefante esquivando ñus en una manada. Mi madre estaba sentada detrás del conductor y el chofer – en vez de frenar (también porque mi viejo le pedía a mi madre: “¡Aguantá!”), cada vez se hacía más pequeño y aceleraba más y más a la espera del chorro en su nuca. “Que ya llegamos señora, que ahorita estamos en el hotel!”, exclamaba el chofer. “Aguantaaaa!”, gritaba mi viejo. “No doy más”, se quejaba mi madre. “Brrrrrrrrr”, aceleraba el auto entre los millones de Volswagen escarabajos que había en el D.F. “Hahahaha”, reían los demoniacos hijos. “Ya va a ver que soy el gaucho veloz, que ya llegamos señora, ahorita estamos ahí”, dijo el conductor. “Brrrrr”, aceleraba aún más y más….antes del estallido bucal. Finalmente mi madre no pudo aguantar más y frenó el chorro con su paquetísimo vestido…justo cuando llegábamos a la puerta del hotel 5 estrellas. El cuadro era el de un marido enfurecido, un botones que llevaba las valijas y no sabía qué cara poner, dos hijos pequeños que no paraban de reír de manera enferma y una abuela que ingresaba al lujoso hotel con su mejor cara de póquer. Atrás quedó mi madre, quien abrió la puerta del taxi, sacudió la cena del avión de su vestido y entró última al hotel con decoración de ángeles y pianista con piano de cola, con su vestido vomitado y un color oliva en tono…un cuadro de película italiana…  
 

- Puesto 1 (“En lo de Madonna”):

Mi padre quería hacer negocios en Miami. Así conoció a Baruj que tenía una fábrica de chocolates. Mi papá consideraba asociarse al hombre de ascendencia argentino-israelí para ser su socio en la fábrica. Para continuar hablando de negocios, y afianzar los lazos familiares, Baruj nos invitó a su casa para cenar con su familia: Sarah, Abigail y Edgar.

Cuando llegamos, Baruj le dijo a mis padres: “Para los chicos preparé hamburguesas con papas fritas, pero para nosotros tengo una comida típica judía que mi familia se arreglaba para preparar hasta cuando estaban en los campos de concentración”. Yo creo que esa última frase disparó en la mente de mi madre todo tipo de imágenes desagradables, vinculadas a los lamentables campos de concentración de la Alemania Nazi. Nosotros comíamos, ellos también…pero mamá hablaba y comía poco. Papá se retiro a hablar de negocios con Baruj, nosotros jugábamos con Abigail y Edgar, y mi madre intentaba relacionarse con Sarah. Minutos después del postre, mi papá dijo: “Vamos que tu madre se siente mal”. Nos miramos con mi hermano a sabiendas de lo que podía pasar…Cuando subimos todos al auto, mamá sola empezó a confesar por qué se sentía tan mal: “Está bien comer comida típica, pero era necesario hablar de los campos de concentración y de cómo se la rebuscaban para seguir haciendo ese plato, no puedo parar de imaginarme todos cocinando ahí”…y empezaron las arcadas. El “aguantá” de mi papá no se hizo esperar. Mi padre era una especie de piloto de Fórmula 1 que iba pisteando por Washington Avenue tratando de llegar lo antes posible al hotel. “Baja la ventana, toma aire”, decía mi viejo sin parar de acelerar y pasar autos como si fueran conitos. “No doy más Juan Carlos”, llegó a decir mi vieja antes que mi padre acelere una última vez en Ocean Drive y cruce el auto en el estacionamiento, en el frente de un restaurant, con todas las mesitas afuera. A metros del cordón, en el paquetísimo restaurant de Madonna, en las mesitas de donde se reunía mucha gente VIP de Miami, mi viejo frenó el auto, la puerta de mi mamá se abrió y mi madre expulsó el plato típico que la Cole supo preparar en los campos de concentración. Ante la mirada atónita de todos los presentes, mamá escupió una última vez, cerró la puerta y mi viejo aceleró el auto, como un conductor de auto de ladrones. El pato de mi madre quedó en plena vereda del hermoso resto de Madonna Ciccone, ante la mirada asqueada de todos los comensales que comenzaban a tomar una tonalidad oliva.
 
Hace poco, me enteré que mi madre estaba invitada a un Bar Mitzvah, y con la ayuda de una amiga azafata, antes que se vaya, le alcancé una bolsa de esas que hay en el avión, por las dudas ;)     
 
 
 
Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Gustavo Sala.