Una vez por mes subiré alguna anécdota patética (donde yo le doy peso al adjetivo),
que contada suele ser graciosa y tipeada veremos cómo queda.

martes, 22 de julio de 2014

La Recepcionista.


Era nueva en la empresa donde yo trabajé muchos años. Era morocha, de labios carnosos, mirada híper provocadora, flirtera y tenía una excelente delantera. La típica mujer que saludo y veo pasar…pero aunque yo la ignoraba (porque yo creía que tenía cero posibilidades de algo), ella no me ignoraba a mí. Igual, obviamente, yo no me había dado cuenta que le gustaba…

Nos cruzábamos a diario, ya que ella me asignaba en qué oficina podía dar clases o hacer traducciones en dicha empresa. Y al principio hablé, pavadas, siempre muy profesional, siempre pensando “qué buena que está la morocha”, pero agarraba mis planillas y seguía camino. Hasta que una vez la escuché quejarse de la falta de valentía de los hombres para invitarla a salir (y ahí me cayó la ficha que estaba sola) y luego una compañera que hablaba con ella, me dijo: “Tenes una admiradora secreta” (y ahí me cayó la ficha que lo que había dicho en ese instante, frente a mí, me tenía como destinatario, pero yo jamás me hice cargo de gustarle a nadie, y seguí con mi rutina).
Sin embargo, a partir de ese día, la empecé a joder un poco más. A ponerle más humor a la interacción diaria, a sacarle gravedad, peso y seriedad a cómo entraba en dicha recepción. Igual siempre entraba creyendo que era un minón y que me habían vendido pescado podrido, o que cuando la invite a salir, me iba a decir que no.

Como ella vivía cerca de la empresa, una vez la acompañé hasta la casa con la excusa “hoy tengo que ir para allá” y caminé, chamuyé, saqué info, intenté medir cuánta agua había en la pileta antes de tirarme y hacerme mierda.

Cuando consultaba con mis amigos de la empresa qué oportunidades podría tener de éxito, se me cagaban de risa. La flaca no sólo era linda, sino que podría haber sido vedette con un buen manager. Tenía todo lo necesario…y estaba siempre a la vista.

Finalmente, una vez la encontré hablando en la recepción de salir por Ramos, e ir a tal o cual bar. Cuando su amiga se fue, me atreví a decirle: “yo también voy a pasar por tal bar, si queres nos vemos”. “Dale”, fue la respuesta. Como yo ya tenía su número de celular (nos teníamos que ubicar en la empresa), le rogué a un amigo que me acompañe tal noche y me haga de “wing-man”. Coordinamos, caímos en el bar, ella estaba muy provocadora y acompañada de una amiga - que claramente sólo había ido a “hacerle gamba”. Mi amigo se fumó a la amiga y yo empecé a chamuyar lo mejor que pude. A todo esto ambos tomamos y tomamos. Yo tengo mucha tolerancia a la bebida blanca y puedo relajar sin bardearla. Ella me seguía el paso.

Todo seguía muy flirtero, muy histérico; la amiga se fue, mi amigo también, nos quedamos solos y transamos, mal. Cuando le ofrecí venir a mi departamento para seguir tomando, me dijo que sí, y ahí me di cuenta que quizás le gustaba posta. El loser iba a arrancar a la bestia de la recepcionista hasta su departamento, inaudito. Se iba a dar la cosa al final. No era pescado podrido, por alguna razón yo le gustaba.

Caminamos, tomamos aire, subió a mi departamento, seguimos tomando, y transando. Y ahí comenzaron las sorpresas: la delantera, era de puro alambre de push up, exagerado. Su busto no era lo que vendía, ni por asomo. Me comí el amague y ahí no había nada del otro mundo, pero…igual tenía muy buenos labios y estábamos en mi sillón, a cuatro metros de la habitación y la cama. Las ropas empezaron a volar, me acuerdo que tenía problemas con mi cinturón, y antes de pararnos para ir al cuarto, me pide ir al baño. “Un pis antes del acto”, pensé. Empezó a caminar…y tambalear…se da vuelta, me mira, con la mirada perdida, pálida, con los ojos blancos tirados para atrás, con los labios morados, y media en bolas balbucea un: “me voy a desmayarrrrr”. Y salté del sillón y la atajé al vuelo. Por suerte tenía un peso razonable, la levanté y la acomodé en el sillón. Se me activó el emergentólogo y mientras buscaba un repasador, hielo, alcohol, y agua (para sacarle el desmayo), pensaba: “No te la puedo creer, soy la reencarnación de Peter Sellers”.

Pálida, parcialmente desnuda, linda, pero extremadamente inconsciente y en mi sillón, así que más que mirarla un segundo y decir: “No te la puedo creer”, le apliqué hielo en la nuca, le hice oler alcohol, tomó agua, le puse la cabeza entre las piernas (las suyas) y poco a poco la traje al mundo de los vivos. Después de unos minutos se recuperó, descansamos, hablamos, y yo le dije que se venga a tirar a la cama “todo bien, no va a pasar nada, ya es tarde” (eran como las 5 de la mañana), pero ella pidió tomarse un remis y retirarse. Yo quería que se quede y traté de convencerla hasta en la puerta de casa. Apostaba a que si la cuidaba, quizás en unas horas podía tener un mañanero…pero no. Me pidió 900 veces que la disculpe y se fue. Yo más que frustrado estaba todo bien, sabía que iba a tener revancha…

Pero el pez por la boca muere y el lunes cuando se me acercaron los amigotes de la oficina: “sabemos que se vieron, contá” (ella algo habría contado…), no me pude resistir y les conté la verdad “se me desmayó en casa y no pasó nada”. Después del estallido de risas y muchos “te dijimos”, nos reímos y pensamos que yo tendría la revancha pronto con la morocha. Pero alguno de ellos no tuvo códigos, o alguna mano negra femenina le metió ficha a la recepcionista, quien se enojó demasiado cuando se enteró que yo algo había contado (y ella también, pero sólo importaban mis errores). Así que después de una cagada a pedos de cuadras, dejamos todo como estaba, porque no estaba enamorado ni nada, y ya me había ganado en la empresa el mote de Leo “garua” Paolini (el que jode pero no moja ;)




Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Dante Ginevra.