Una vez por mes subiré alguna anécdota patética (donde yo le doy peso al adjetivo),
que contada suele ser graciosa y tipeada veremos cómo queda.

domingo, 24 de abril de 2016

La Vasca.

Creo que nos empezamos a gustar haciendo cuchara en un simulacro de bombardeo. Soy periodista y lo saben, lo que quizás no sepan es que la especialidad que más me convoca es la de Periodista en Zona de Conflicto. Hasta hace unos pocos años, la O.N.U daba cursos con especialistas, en distintas partes del mundo; con el objetivo de capacitar a los colegas que quisiesen tener esa especialidad. Todos los años en un país distinto. La tradición marcaba que los que vivían en ese país pagaban con moneda local y los extranjeros lo hacían en dólares. Cuando me enteré que este curso existía, y se iba a dictar en Buenos Aires, no dudé y me alisté. Y no me equivoco en el uso del verbo. Para realizar el curso había que vivir una semana entera en cuarteles militares que tiene Naciones Unidas en Argentina, y convivir con cascos azules. Dormíamos seis horas, desayunabamos con los militares argentinos de la O.N.U, teníamos instrucción teórica por la mañana, un almuerzo en la cafetería militar, instrucción teórica por la tarde e instrucción práctica por las noches. Y se dormía con un ojo abierto porque se amenazaba con simulacros de evacuación. Todas las noches. En ese contexto conocí a Itzal.

La Vasca era callada pero súper inteligente, ella trabajaba para una sección de Naciones Unidas y coordinaba cómo avastecer de agua a las regiones del planeta con refugiados, que no tenían ese elemento vital. Aunque era más joven que yo, tenía una personalidad con decisión y profundidad de conocimiento que me llamaba bastante.
Yo estaba para entrenar y estudiar ahi. Estaba bastante enfocado. Interactuaba mayormente con un periodista mexicano que finalmente triunfó en Argentina y otro colega colombiano con quien todavía nos debemos unas cervezas en alguna parte del mundo.
Como soy auxiliar de Cruz Roja y estoy siempre en forma, las partes prácticas no me costaban. La lectura de contenidos tampoco. Yo me sentía en mi salsa. Mi papá fue militar un tiempo y no me crió, me entrenó. Rodeado de milicos de los buenos (de la O.N.U, asi que ponele), especialistas en cada disciplina (cómo moverse en una zona bajo fuego, cómo ser un periodista embedded, cómo negociar con los militares y las agencias de prensa) y con colegas de todas partes del mundo - con quienes hablaba de todo: desde comida hasta sexo – me sentía muy a gusto. Con la parte práctica de moverme e interactuar con colegas y hasta capitanes, no me pesaba la camiseta. Itzal sí estaba más retraida en el aspecto físico y social. Se la veía más segura en lo teórico o cuando podía dar órdenes. Ahí vi una grieta en la armadura. La vasca me interesaba, me parecía extrañamente atractiva, además de ser un cerebro con patas. Me gustan las mujeres con quien puedo hacer un ping pong mental y que en algunas jugadas me dejen sin palabra, o sin pelota. No siempre voy atrás de la que está buenísima.
Un día la vi descansar en una de las salas de estar con una campera de jean puesta, con un símbolo etarra pintado. Ahí tenía otra grieta. Como tengo algo de sangre irlandesa, sería hipócrita negar que parte de mi familia ha apoyado al I.R.A. Asi que algo de experiencia tengo en lo discursivo vinculado a la resistencia guerrillera urbana. Encaré haciéndole notar que yo sabía qué significaba la bandera pintada en su chamarra, y que respetaba el coraje que tenía de usarla en público; y sobre todo en un ambiente militar y de la O.N.U. Se ve que le llamé la atención en que sabía esa información, o que simplemente la encaré cuando estaba aburrida. No es fácil decodificar qué piensan las mujeres verdaderamente. Hace años dejen de intentarlo.

Durante el curso yo hacía mi vida, entrenaba, estudiaba, me reía con los flacos y con los milicos de ahí, pero a la distancia la medía a lo Costner en The Bodyguard. Cuando iba a tropezar en una entrenamiento, la empujaba y la aguantaba con un “let's go, move“, y desaparecía a ranchear con mis camaradas, mi Team 7. Cuando la veía muy sola, aparecía y le dejaba un café, “Here, te va a hacer bien, no te olvides de dormir vestida, tener los zapatos al lado de la cama y la mochila lista al lado de la puerta, por si hay simulacro de noche. Si vienen, vienen tipo 4 o 5 a.m. Cuando uno está más dormido. Si después de las 6 no vienen, dormí tranquila hasta el desayuno“. Y desaparecía con mis amigotes. Yo tutoreaba. Han Soleaba. Nunca mostrar que te encanta. Nunca.

En el vínculo con las mujeres tengo mis reglas. Mi viejo me enseñó que hasta los ladrones tienen códigos. O quizás fue un pibe llamado LeBeau. Pero bueno, por ejemplo, no me vinculo con mujeres casadas. Es para quilombo grosso. No miento. Quizás omita información, pero no te voy a decir rojo si se que es negro. Soy buen anfitrión y la vamos a pasar bien. No te voy a prometer la luna porque seguramente no te la pueda dar. Con Itzal sabía que era para pasarla bien. Adentro o afuera de los cuarteles. No me veía noviando. Sabía que en breve ella volvía a España. Las relaciones a distancia no funcionan. Sin embargo, ¿por qué privarse de unos momentos de felicidad si sabés que se va a acabar? Para eso nunca tengas un perro, porque newsflash: a los diez años se te muere. Disfrutá el estar.
Anyway, en clase la vasca se daba vuelta cuando yo decía algo gracioso o algo que le parecía interesante. Yo recordaba a In the Line of Fire y cuando la vi darse vuelta varias veces pensé: cagaste, you're hooked.
Así fue que un día finalmente vino el simulacro de evacuación del cuartel, a mí no me agarró desprevenido y a la vasca más o menos, por su cara de dormida. La crucé en el pasillo, la ayudé con su mochila y la acompañé hasta una zona que simulaba ser segura, donde nos metieron en carpas y nos tiraron bombas de estruendo toda la noche para que aprendamos a movernos repentinamente y nos instruyamos en lograr dormir con un bombardeo afuera. Aunque sabíamos que era mentira, Itzal (quizás por su infancia en el País Vasco) tenía miedo. Fui caballero pero hice una jugada arriesgada y le dije que podíamos compartir una bolsa de dormir. Se metió en mi bolsa. Yo pensaba: “si me la garcho en el simulacro de bombardeo, soy un genio“. Pero no. Cuchareamos y ahí fue que noté que algo más podía ocurrir cuando saliesemos de los cuarteles.

A los pocos días terminó la instrucción, nos dieron los diplomas, nos sacamos la foto de grupo e intercambiamos emails, porque Facebook todavía estaba en pañales. A los pocos días le mandé un mensaje de texto: “¿Podés dormir?“. “No, ¿tú?“. “Tampoco“. La adrenalina de esa semana todavía la teníamos en las venas, o las ganas de vernos. Estaba todo muy claro. Ella me invitó a cenar, yo llevé algo para beber...y nunca terminamos el pollo al horno que empezó a hacer. ¿Gran triunfo? No necesariamente...Así como el hombre a veces puede fallar y lucha contra el Síndrome Soga, con las mujeres también tenemos el pavoroso drama de la muertita. Con Itzal hice todo el fore-play que tenía que hacer, pero a la hora de estar unidos, ella se quedaba quieta como una rama caída. No se debe preguntar: “¿Todo bien?“, post coito porque da inseguro, pero como esta flaca no hacía nada, nada, lo tuve que preguntar. Me constaba que había acabado varias veces...but she simply didn't move, or moan, or shout. Nothing.
Lo atribuí a los nervios de la primera noche y lo volvimos a hacer en la mañana y nada, como mucho le saqué un respiro profundo, y un “es el mejor polvo que me han 'echao desde que llegué a Buenos Aires“. Pero de palabras no vive el hombre y yo quiero rock. Este equipo no tiene intercourse, I fuck.
Después de una ducha (también tibia, en todo sentido), fue a buscar facturas y el diario. A mi me compró las facturas que más me gustan y además de Página 12 me compró La Nación, porque sabía que leía las dos puntas del espectro. Tuvo gestos geniales, pero sus acciones estaban cayendo estrepitosamente. Nos vimos algunas veces más y todo fue igual. Cuando me di cuenta que me interesaba hablar más de política exterior post coito, que de tener sexo fue cuando me di cuenta que era hora de tirar la bomba de humo y desaparecer. No tuve que hacerlo. Un día me llamó por teléfono y me hizo una escena telefónica de que cómo podía pasar días sin mandarle un mensaje siquiera, que ella siempre pensaba en mí, etc. Nos juntamos pero por las caras largas las cartas estaban hechadas. Ella quería más, quería una pareja en Buenos Aires y yo (por razones varias) no podía darle lo que necesitaba. Fui lo más claro posible pero omití los detalles que la pudiesen herir. Nunca te voy a mentir pero no me pidas que no omita información para no herirte más. Hablamos bien y nos despedimos como amantes y colegas de una guerra que no fue.

Epílogo: A los pocos meses yo viajaba a Canadá, a la boda de uno de mis mejores amigos (algo de lo que ya relaté y es parte del Leaverse). En el asiento de atrás había alguien con una boina celeste de la O.N.U. Lo miré bien y era uno de los sargentos con los que había entrenado:
-         “Sargento, buenas noches“, dije.
-         Disculpá, ¿de dónde te conozco?
-         C.A.E.C.O.P.A.Z, el año pasado.
-         Claaaro, vos andabas con la vasca.
-         ¿Tanto se notaba?
-         Sí, pichón. ¿A dónde vas?
-         A una boda, en Vancouver.
-         Yo voy a entrenar en Halifax, con menos 54 grados.
-         ¿Menos 54? Wow, tengo que ir, haha.
-         Se volvió a España, sabés.
-         Supongo.
-         Se hubiese quedado por vos.
-         Sargento...
-         Todo bien, ella vive para su trabajo con los refugiados y vos te vas a una boda pero también te gustaría venir a conocer Halifax porque te tentó la aventura de los menos 54 grados, y yo voy a entrenar ahí en serio. Somos lo que somos.
-         Amén, sargento. Si me necesita estoy en el asiento de adelante, hehe.
-         Igualmente, pichón.

“Timing is the essence of success“, Kevin Johansenn.




Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Hernán Ricaldoni.