Su nombre verdadero ya no
importa, pero en “La Mesa de los Galanes” (el grupo de hombres con quienes
almorzaba todos los días en el trabajo) le habíamos puesto de sobrenombre:
Susanita (por el personaje de Mafalda).
Susana era administrativa
en una empresa donde yo daba clases de inglés y hacía traducciones. Era mi
alumna. Era muy atractiva, muy sexy, muy fresca, muy pizpireta. Pero también
era muy tana, bastante conservadora en su discurso e incluso en su forma de
vestir. Era una contradicción con patas…terribles patas. El tema es que Susana
había hecho natación muchos años y tenía un lomazo, al borde de que los jeans y
las camisas le fuesen a explotar a cada segundo. Susana podría haber sido
vedette de teatro de revista en la Avenida Corrientes. Era un hembrón. Sin
embargo, siempre se declaraba sola y se quejaba de la falta de hombres. Era
tradicional, pero vivía infiriendo cuestiones sexuales después de los fines de
semana. Jamás le hubiese prestado atención porque es el tipo de mujer que creo
nunca me daría bola. Mi radar la captaba, pero su cuerpazo con espíritu Susanil
me hacía ignorarla.
Un día llego a mi
escritorio y me encuentro con la letra manuscrita del tema de Miranda, “El
Profe”. En el encabezado decía “Quiero que seas Mi Profesor”. La canción dice
cosas como:
“Yo quiero ser tu profe mejor dicho
profesor,
el que te enseñe del amor,
lo que sabes y disimulas.
Quisiera que me mientas cuando pregunte tu edad.
Quiero volverme tan vulgar…
Voy a engañarte, tonta,
sólo para tocarte un poco!”
el que te enseñe del amor,
lo que sabes y disimulas.
Quisiera que me mientas cuando pregunte tu edad.
Quiero volverme tan vulgar…
Voy a engañarte, tonta,
sólo para tocarte un poco!”
Tenía cerca de 50 alumnos e
interactuaba con otros 100 empleados, pero creí conocer la letra manuscrita. No
lo podía creer pero intenté comprobar lo que mi cerebro me decía y mi baja
autoestima no entendía.
Estuve más de una década en
dicha empresa y tenía amigos en todos lados. Me acerqué al escritorio de una
secretaria, en el piso donde trabajaba la que sospechaba era la autora de tal
declaración, y le dije a mi cómplice: “¿De quién es esta letra?”. “De la tana”,
me contestó, tapándose la boca en un shock de sorpresa. “Vos no viste nada, o
se entera todo el mundo del archivo de Recursos Humanos” (alguna gente nace
para espía y sabe mantener un secreto, a otros hay que chantajearlos con los
secretos que yo sabía guardar). Mi cómplice no dijo nada y aún hoy guardo el
secreto de lo que hizo en ese archivo de Recursos Humanos.
Continué mi devenir diario
como nada. Susana había definitivamente entrado en mi radar, un poco porque
estaba muy fuerte y otro poco porque ahora yo le interesaba. Aunque ella no
sabía que yo sabía, y la duda y que yo la ignorara la estaban matando. No
resistió mucho más. Para mi cumpleaños me hizo un cartel que decía “Feliz
cumpleaños”, en fibras de colores, una letra de cada color. Eso en mi barrio es
dedicación y amor. Asi que empecé a flirtear a sabiendas de que por más
carteles y cartitas que me hiciese, era un minón y quizás no me diera bola, y
todo quedaba en un caso más de histeria; sobre todo con las advertencias de la
Mesa de los Galanes que me decían que era una loca. Pero las locas son tan
divertidas...
Ella me gana de mano y me
invita a salir en grupo con la gente del trabajo. Decliné la invitación porque
no quería salir con gente que no fuese de mi confianza y no quería que me
histeriquease en público. Prefería que lo hiciese conmigo, sola en un bar. Dejé
pasar la oportunidad…y a la semana me echaron. Después de reponerme del duro
golpe, me puse a pensar cómo contactarla sin caer en el papel de víctima que lo
echaron. Decidí hacerme el superado y me puse en contacto con ella vía
Facebook, pero ya se había enfriado todo. Una oportunidad desperdiciada más y
van…
Pasaron unos meses, me puse
de novio con una flaca, por diferencias irreconciliables entré en un impasse y
un día sonó el teléfono: era Susanita. La cité en un bar, cambié las sábanas,
limpié el baño con Cif, ordené el departamento por las dudas, compré forros
pero no los llevé conmigo porque eso trae mala suerte, me alimenté bien antes
porque sabía que ella tenía mucho aguante tomando alcohol, y cuando nos vimos
empezamos la danza de preguntas de en qué andaba cada uno, cubierto con una
fina capa de histeria. De ambos, debo reconocer. Ella porque ya era así y yo
por querer controlar el partido, y no mostrarme muy entregado, aunque se diesen
vuelta todos los meseros del bar irlandés.
Después de media hora de
contarme cómo había terminado con un ex, comenzó con comentarios como: “Con mi
familia hacemos vino patero los fines de semana, ¿Cómo te ves pisando uvas?”,
“Uy, ya veo que me voy a tener que ver todas las películas de X-Men y
estudiarme todos sus poderes para estar con vos”…ese tipo de comentarios…y yo
no le había tocado una teta aún. Me acordé mucho de la Mesa de los Galanes.
Decidí que Susanita había
terminado una relación y quería rápidamente empezar otra, y por alguna razón yo
era candidato a eso. No me veía pisando uvas los fines de semana, por más buena
que estuviese. Elegí tomar más y hacer que tome más y dejar esta primera salida
como una introducción, con la promesa de una segunda en casa. Y mientras tanto
ganaba tiempo y pensaba qué hacer.
A la semana mi ex me llama
para que pase a buscar algunas cosas mías por su casa. Fui y… nos reconciliamos
un tiempo. Estuve toda la noche bailando mambo horizontal y no me fijé en el
teléfono. A la mañana siguiente, lo miré y tenía 5 llamadas perdidas de
Susanita, en intervalos de 10 minutos...
La primera decía: “Hola
Leo, es sábado, quiero saber si voy a ir a cenar a tu casa” (no habíamos
quedado en nada). Seguido de: “Hola Leo, no se si escuchaste el mensaje
anterior, te quiero ver, fijate”. El tercer mensaje de voz decía: “Leo, quiero
verte, llamame”. El cuarto: “Leo, yo dejé a mi ex para ir a tomar algo con vos,
te puse muchas fichas y ahora no me contestás”. El quinto ya fue a los gritos y
llorando: “Leo, sos cualquiera, me prometés algo y te borrás, te puse muchas
fichas pero no da, que te vaya bien en la vida”. Todo cada 10 minutos. No
habíamos quedado en nada.
La llamé para ver cómo
estaba o intentar recibir una explicación semi racional, pero nunca me contestó
los llamados, y cuando llegué a casa me di cuenta de que me había bloqueado de
Facebook.
Su espíritu de Susanita me
bloqueó todas las ganas que tenía de estar con ella esa noche en el bar, donde
claramente dormí. Sus ganas de hacer vino patero con alguien, lo antes posible,
le jugaron una mala pasada. Por lo menos no tuvo que aprender que Polaris tiene
poderes magnéticos...(¿?).
Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Aleta Vidal.