Una vez por mes subiré alguna anécdota patética (donde yo le doy peso al adjetivo),
que contada suele ser graciosa y tipeada veremos cómo queda.

miércoles, 27 de agosto de 2014

Tu Nombre en Clave es Armario.



Si no fuese por la facultad, yo sólo hubiese tenido sexo seguido en un cabarute turbio de Once. Por suerte, en ese ambiente académico se me dio de conocer a muchas flacas a las que, por alguna misteriosa razón, yo les caía bien. Así fue que conocí a una mujer fundacional en mi vida, la que muchos en mi familia llaman por el nombre, pero a quien yo ahora simplemente voy a llamar Cecilia…

Conocí a Cecilia en el 4to año de la carrera de Comunicación Social, yo venía de un período de ayuno horizontal y ella estaba por casarse, pero el diablo metió la cola; y terminamos juntos.
Primero fueron emails vinculantes de facultad (y si no fuese por la Era Digital, yo no la pondría nunca), después hubo algunas salidas en las cuales nos hacíamos los boludos, hasta que finalmente se decidió y dejó a su futuro esposo. No por mi culpa, el grandote era un boludon y yo era la novedad y/o excusa. Fin.

Incluso cuando estaba comprometida, a pesar de que soy muy nabo, hasta yo me di cuenta que algo iba a pasar entre nosotros…un clásico caso de “Koi no yoban” (como le dicen los japoneses a ese sentimiento de que algo va a pasar entre dos personas sin ser amor a primera vista).

Lo loco empieza cuando empezamos a salir. En las primeras salidas había besos y manos, pero de garchar nada porque ella me decía: “No quiero que pienses que soy una cualquiera”. Y yo me volvía a Ramos con un dolor de huevos y espalda inolvidable (sí, la excitación genera una recarga de esperma que te hace doler los huevos y a veces se ramifica a la espalda :P
Cecilia es la primera mujer que yo considero mi novia oficial. Las mujeres anteriores han sido varias cojas tristes y/o frustradas que espero hayan leído en este blog. 
Con Cecilia al principio nos llevábamos bien y en la cama nos empezábamos a entender cada vez mejor. Yo siempre me actualizo como un software…y ella en la primera vez me confesó que...era amante de un gobernador. Si, la misma que no quería ser considerada una cualquiera…
Hasta ahí, ponele, las cosas eran raras pero no tan extrañas.
Deja a su futuro marido, fue amante de un gobernador (también fui la excusa para cortar al viejo que se volteaba en un departamento cerca del Museo Renault) y elije al chico raro de la facu. Y si, yo era más raro que ahora. 
Me había elegido a mí y a nadie más. Pero no todo era color de rosa. A veces eran color rojo, verde y amarillo. Recuerdo una discusión en Recoleta donde ella casi me dejó y yo le rogué que no fuese tan caprichosa (mientras yo tenía puesto una remera de Robin, posta). Recuerdo la escena como una de las más patéticas de mi vida: yo con la remera de Robin (que simulaba el uniforme), rogándole a una flaca que me llevaba una cabeza de alto que: “la rememos, no tiremos todo por la borda”, en una plaza pública; y todo porque yo veía que se me esfumaba la posibilidad de seguir compitiendo en las pistas que algunos llaman cama.

Luego conocí a su familia. El padre era un comisario retirado (que ahora tenía una fábrica de matrices plásticas) y el hermano era oficial naval. Ambos familiares eran conservadores, marciales, les gustaba portar el arma, y no entendían qué hacía su princesa con el pibito yanqui este (que ya no era tan pibito, ni tan yanqui).

Y un día conocí al padrino. Creí que era una visita familiar más, hasta que me dice: “Yo trabajo en la sección de Inteligencia de la Policía Federal. Ceci nos contó que vos sabés de todo y sos piola, ¿No querés venir con nosotros?”. Yep, reclutamiento live, a la Bourne. Por suerte recordé las palabras de mi viejo (un ex Fuerza Aerea himself): “Nunca entres en una Fuerza. Te van a usar igual que a mí”. Así que como en Ramos odiamos a los chorros y a la cana, decliné su oferta; incluso si el Comi me seguía vendiendo el producto: “Vos podés mantener tu laburo de periodista, hasta sería mejor que lo hagas. Y conseguimos créditos para viviendas muy fácilmente. Tenemos edificios dónde sólo viven agentes”. Ahí ya se estaba enturbiando la sopa.

Hasta que después de despedir al padrino, fuimos a un telo con Cecilia…y después del primer…cigarrillo, me dice: “Yo te tengo que decir porque no aguanto más. Yo trabajo con mi Padrino, oficialmente”. O sea, estaba noviando una espía. Fin.

La calmé, le dije que no pasaba nada, que yo no quería ser parte pero que entendía su postura, por herencia familiar, etc. Con el paso del tiempo, ella se puso cada día más fachista y yo cada vez más zurdo (la Federal y la facu de Sociales cambian un toque a la gente, vio?) y cuando estábamos próximos a terminar la facu, me dice: “Bueno, yo me quiero casar, tener una casa, un auto, un nene y una nena”, “¿Algo más?”, respondí atónito, mientras caminaba por Rivadavia rumbo a Once, pensando “Beam me up, Scotty”. “Mirá, yo voy a empezar a escribir en serio y a recorrer Latinoamérica, así que este es el punto donde cada uno hace lo que quiere”, le dije y así empezó la separación.

Pero la carne es debil, cojía muy bien y una vez en una discusión telefónica me desafió, tipo: “Vos no tenes huevos de hacer una locura, como garcharme en la casa de mis viejos”. Era más tonto y caía en esas trampas…así que como sabía que estaba sola en lo de los viejos, me fui hasta la casa, garchamos por todos lados, un descontrol…pero de repente sentí las llaves en la puerta: “Jodeme que no son tus viejos”, susurré mientras estaba arriba de ella, cuando estábamos tirados en bolas en el parqué. “Puede ser mi hermano y a vos te odia. Si te ve acá puede usar el arma. Por favor metete en el armario”, dijo la espía de familia psicópata. Yo llegué a decir: “What?”, mientras con la ropa apenas agarrada me metió en un armario. Ella tiró toda su ropa en el baño, saltó en la ducha, se mojó, salió de la ducha, abrió la puerta que tenía la llave puesta y recibió a los padres que habían regresado un día antes de las vacaciones.

Estuve 40 minutos en bolas adentro de un armario. Luego ella abre la puerta del mueble y me dice: “Ya se van al súper, aguantá un rato más que mi viejo si te ve acá también te tira”. Mata Hari y la concha de tu hermana.

Los escuchaba reírse, desayunar. Escuchaba los platitos pegar en las tazas. Los platitos. Y yo con hambre, sucio, en bolas, el amigo me goteaba, tenía el forro en una mano y el resto de la ropa en la otra, adentro de un armario y con el riesgo de que los familiares lean la situación, investiguen y termine con un cuetazo de un ex comisario, en un ropero de un departamento de Once.

En un momento pensé: “¿Y si salgo? ¿Y si los encaro y les digo ‘miren, somos todos adultos, yo estuve acá un rato con Ceci pero ahora me voy a mi casa. Buenas tardes’”. Pero muchos de los escenarios que imaginaba terminaban con un PUM! Así que aguanté media hora más y Cecilia finalmente abrió las puertas del armario, porque sus viejos se habían ido al supermercado, pero estaba por llegar el hermano.

Agarré mis cosas, me vestí, gruñí un: “No me toques, no te disculpes”, y me fui para nunca más volver. Con el tiempo ella me volvió a buscar, pero con el paso de los años yo también logré obtener un set de habilidades particulares y la logré evitar.

Le agradezco los buenos momentos, pero su trabajo y familia me terminaron de alejar.
Nunca más quise volver. El armario fue mi Guantánamo.



Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Fernando Baldo.