Si no fuese por la facultad, yo sólo
hubiese tenido sexo seguido en un cabarute turbio de Once. Por suerte, en ese
ambiente académico se me dio de conocer a muchas flacas a las que, por alguna
misteriosa razón, yo les caía bien. Así fue que conocí a una mujer fundacional
en mi vida, la que muchos en mi familia llaman por el nombre, pero a quien yo ahora
simplemente voy a llamar Cecilia…
Conocí a Cecilia en el 4to año de la
carrera de Comunicación Social, yo venía de un período de ayuno horizontal y ella
estaba por casarse, pero el diablo metió la cola; y terminamos juntos.
Primero fueron emails vinculantes de
facultad (y si no fuese por la Era Digital, yo no la pondría nunca), después
hubo algunas salidas en las cuales nos hacíamos los boludos, hasta que finalmente se decidió
y dejó a su futuro esposo. No por mi culpa, el grandote era un boludon y yo era
la novedad y/o excusa. Fin.
Incluso cuando estaba comprometida,
a pesar de que soy muy nabo, hasta yo me di cuenta que algo iba a pasar entre
nosotros…un clásico caso de “Koi no yoban” (como le dicen los japoneses a ese
sentimiento de que algo va a pasar entre dos personas sin ser amor a primera
vista).
Lo loco empieza cuando empezamos a
salir. En las primeras salidas había besos y manos, pero de garchar nada porque
ella me decía: “No quiero que pienses que soy una cualquiera”. Y yo me volvía a
Ramos con un dolor de huevos y espalda inolvidable (sí, la excitación genera
una recarga de esperma que te hace doler los huevos y a veces se ramifica a la
espalda :P
Cecilia es la primera mujer que yo
considero mi novia oficial. Las mujeres anteriores han sido varias cojas
tristes y/o frustradas que espero hayan leído en este blog.
Con Cecilia al principio nos llevábamos bien y en la cama nos empezábamos a entender cada vez mejor. Yo siempre me actualizo como un software…y ella en la primera vez me confesó que...era amante de un gobernador. Si, la misma que no quería ser considerada una cualquiera…
Con Cecilia al principio nos llevábamos bien y en la cama nos empezábamos a entender cada vez mejor. Yo siempre me actualizo como un software…y ella en la primera vez me confesó que...era amante de un gobernador. Si, la misma que no quería ser considerada una cualquiera…
Hasta ahí, ponele, las cosas eran raras
pero no tan extrañas.
Deja a su futuro marido, fue amante
de un gobernador (también fui la excusa para cortar al viejo que se volteaba en un
departamento cerca del Museo Renault) y elije al chico raro de la facu. Y si, yo
era más raro que ahora.
Me había elegido a mí y a nadie más. Pero no todo era color de rosa. A veces eran color rojo, verde y amarillo. Recuerdo una discusión en Recoleta
donde ella casi me dejó y yo le rogué que no fuese tan caprichosa (mientras yo
tenía puesto una remera de Robin, posta). Recuerdo la escena como una de las
más patéticas de mi vida: yo con la remera de Robin (que simulaba el uniforme), rogándole
a una flaca que me llevaba una cabeza de alto que: “la rememos, no tiremos todo
por la borda”, en una plaza pública; y todo porque yo veía que se me esfumaba
la posibilidad de seguir compitiendo en las pistas que algunos llaman cama.
Luego conocí a su familia. El padre
era un comisario retirado (que ahora tenía una fábrica de matrices plásticas) y
el hermano era oficial naval. Ambos familiares eran conservadores, marciales,
les gustaba portar el arma, y no entendían qué hacía su princesa con el pibito
yanqui este (que ya no era tan pibito, ni tan yanqui).
Y un día conocí al padrino. Creí que
era una visita familiar más, hasta que me dice: “Yo trabajo en la sección de
Inteligencia de la Policía Federal. Ceci nos contó que vos sabés de todo y sos
piola, ¿No querés venir con nosotros?”. Yep, reclutamiento live, a la Bourne.
Por suerte recordé las palabras de mi viejo (un ex Fuerza Aerea himself): “Nunca
entres en una Fuerza. Te van a usar igual que a mí”. Así que como en Ramos
odiamos a los chorros y a la cana, decliné su oferta; incluso si el Comi me
seguía vendiendo el producto: “Vos podés mantener tu laburo de periodista,
hasta sería mejor que lo hagas. Y conseguimos créditos para viviendas muy
fácilmente. Tenemos edificios dónde sólo viven agentes”. Ahí ya se estaba enturbiando
la sopa.
Hasta que después de despedir al
padrino, fuimos a un telo con Cecilia…y después del primer…cigarrillo, me dice:
“Yo te tengo que decir porque no aguanto más. Yo trabajo con mi Padrino,
oficialmente”. O sea, estaba noviando una espía. Fin.
La calmé, le dije que no pasaba
nada, que yo no quería ser parte pero que entendía su postura, por herencia
familiar, etc. Con el paso del tiempo, ella se puso cada día más fachista y yo
cada vez más zurdo (la Federal y la facu de Sociales cambian un toque a la
gente, vio?) y cuando estábamos próximos a terminar la facu, me dice: “Bueno,
yo me quiero casar, tener una casa, un auto, un nene y una nena”, “¿Algo más?”,
respondí atónito, mientras caminaba por Rivadavia rumbo a Once, pensando “Beam
me up, Scotty”. “Mirá, yo voy a empezar a escribir en serio y a recorrer
Latinoamérica, así que este es el punto donde cada uno hace lo que quiere”, le
dije y así empezó la separación.
Pero la carne es debil, cojía muy
bien y una vez en una discusión telefónica me desafió, tipo: “Vos no tenes
huevos de hacer una locura, como garcharme en la casa de mis viejos”. Era más
tonto y caía en esas trampas…así que como sabía que estaba sola en lo de los
viejos, me fui hasta la casa, garchamos por todos lados, un descontrol…pero de
repente sentí las llaves en la puerta: “Jodeme que no son tus viejos”, susurré
mientras estaba arriba de ella, cuando estábamos tirados en bolas en el parqué.
“Puede ser mi hermano y a vos te odia. Si te ve acá puede usar el arma. Por
favor metete en el armario”, dijo la espía de familia psicópata. Yo llegué a
decir: “What?”, mientras con la ropa apenas agarrada me metió en un armario.
Ella tiró toda su ropa en el baño, saltó en la ducha, se mojó, salió de la
ducha, abrió la puerta que tenía la llave puesta y recibió a los padres que
habían regresado un día antes de las vacaciones.
Estuve 40 minutos en bolas adentro
de un armario. Luego ella abre la puerta del mueble y me dice: “Ya se van al súper, aguantá
un rato más que mi viejo si te ve acá también te tira”. Mata Hari y la concha
de tu hermana.
Los escuchaba reírse, desayunar.
Escuchaba los platitos pegar en las tazas. Los platitos. Y yo con hambre,
sucio, en bolas, el amigo me goteaba, tenía el forro en una mano y el resto de
la ropa en la otra, adentro de un armario y con el riesgo de que los familiares
lean la situación, investiguen y termine con un cuetazo de un ex comisario, en
un ropero de un departamento de Once.
En un momento pensé: “¿Y si salgo?
¿Y si los encaro y les digo ‘miren, somos todos adultos, yo estuve acá un rato
con Ceci pero ahora me voy a mi casa. Buenas tardes’”. Pero muchos de los
escenarios que imaginaba terminaban con un PUM! Así que aguanté media hora más
y Cecilia finalmente abrió las puertas del armario, porque sus viejos se habían
ido al supermercado, pero estaba por llegar el hermano.
Agarré mis cosas, me vestí, gruñí
un: “No me toques, no te disculpes”, y me fui para nunca más volver. Con el
tiempo ella me volvió a buscar, pero con el paso de los años yo también logré
obtener un set de habilidades particulares y la logré evitar.
Le agradezco los buenos momentos,
pero su trabajo y familia me terminaron de alejar.
Nunca más quise volver. El armario
fue mi Guantánamo.
Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Fernando Baldo.