Una vez por mes subiré alguna anécdota patética (donde yo le doy peso al adjetivo),
que contada suele ser graciosa y tipeada veremos cómo queda.

viernes, 30 de octubre de 2015

La Jugadora de Póker.


“Moon river, wider than a mile
I'm crossin' you in style, some day.
Old dream maker, you heartbreaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way”.


Suelo visitar el Hotel Royale, en la esquina de Brubaker y Marlowe, cerca del Hotel Alvear. En el fondo del hotel existe el bar Casino, un bar secreto, exclusivo. Para acceder al mismo, uno entra al Royale, se dirige hacia una de las tiendas de ropa y pide ver al sastre. Esa es la palabra clave para que te otorguen paso detrás de una puerta, donde no se encuentra un hombrecito con un centímetro, sino una de las mejores barras de Buenos Aires; rodeada de mujeres, jugadores y mesas de póker. Conocí este bar gracias a mi amigo Juan Santos. Juan es actor y su mundo es Hollywood y los lugares secretos.  

Sonaba Moon River en versión de Louis Armstrong la primera vez que la vi. Ella estaba en el bar junto a un amigo. Nos estudiamos. Su nombre era Anabella.

Emilio es uno de los mejores jugadores que conozco. Aunque es bastante más joven que yo, su juego es sutil, siempre en control. Mi juego es más arriesgado, más apasionado, no creo ser tan bueno, creo tener buenas rachas y algo de experiencia. Con Emilio nos conocemos gracias a Juan. Muchas mujeres se acercan a nuestro juego porque somos amigos de Santos. Mi amigo actor es pillo, pasa, bromea, no se involucra. Se acerca, incita a nuestro juego, reímos, mucho, nos contamos novedades en la barra, y luego ser retira, elegante, como si nunca hubiese estado.

La rubia al lado de Emilio era delgada, muy sexy, podría haber sido modelo, su perfil no era difícil de decodificar. Con tanto juego encima, uno aprende a leer a la gente más fácilmente. Era tan linda. Nos cruzamos nuevas miradas pero nada más. Era parte de la mesa de mi amigo.


“A little less conversation, a little more action please 
All this aggravation ain't satisfying me 
A little more bite and a little less bark 
A little less fight and a little more spark 
Close your mouth and open up your heart and baby satisfy me 
Satisfy me baby”. 


Sonaba un tema de Elvis la segunda vez que la vi. Nuevamente en el Casino. Era una noche lluviosa y yo entré al bar un poco húmedo. Ella estaba impecable, con un vestido de noche largo, sentada en la barra, me invitó a acompañarla con un gesto. Emilio no estaba en su mesa. Dudé en sentarme, pero lo hice. Tengo una debilidad por las rubias, aunque sean de peluquería. Nos presentamos y hablamos de la vida y el juego. Ella tomó un Johnny Walker saborizado con miel y yo un Gin Tonic con Gin Príncipe de los Apóstoles, mi favorito. Cortésmente comencé a terminar la breve conversación. Me retiré a mi mesa a un poco más tarde. Aunque pensaba en ella, yo seguí con mi juego. Ella dudó en acercarse, pero se fue.

Mi amigo llegó al rato, Anabella ya se había retirado. Cuando nos vemos fuera del Casino podemos ser diferentes, pero en el juego, somos un poco más formales, mantenemos valores y una vestimenta más tradicional. Estar en el Casino nos transporta a otra época, con más códigos pero el mismo grado de oscuridad. Le pregunté acerca de la rubia. Emilio se hincó de hombros, no estaba tan interesado. Me dijo que se tenía que ir a New York al otro día y que no sabía cuándo iba a volver. Reflexionó en voz alta que nadie es propiedad de nadie y que si ella se acercaba a mi mesa, no debería sentirme mal en acercarme a ella. Tomé de grata manera el gesto de mi amigo, su mente estaba en otro lado. Mi mente estaba en la rubia.


“She take my money when I'm in need
Yeah she's a trifling friend indeed
Oh she's a gold digger way over town
That digs on me.
Now I ain't saying she a gold digger
But she ain't messing with no broke niggas”.


La próxima vez que la vi, sonaba un tema de Kanye West y Jamie Fox, en clave de Jazz. Anabella estaba imponente y se acercó directamente a mi mesa. Luego de unas manos, buenas manos, la invité a la barra. Tomamos unos Camparis y reímos mucho. Era tarde y mi torpeza me hizo tirar el final del trago en su vestido. Se rió por mi torpeza y seguimos riendo.

Salimos juntos del bar y nos despedimos en la puerta del hotel. Le quise robar un beso pero me dijo que no le gustaba besar en público, así que con un gesto hice que los conserjes y taxistas se fueran. No había más público, me besó con una sonrisa. Era constantemente sexy y casi perfecta.
En el Royale tengo cuenta y puedo pedir la habitación que quiera, cuando quiera. La invité a pasar la noche conmigo pero no quiso, aunque me invitó a pasar el fin de semana en su casa de campo.

Tuve que llamar a New York. Hablé con Emilio y le dije lo que iba a pasar. Emilio no tuvo inconvenientes, él consideraba que ya había pasado mucho más conmigo que con él, y siguió con sus aventuras en la Gran Manzana. Yo me fui hacia la casa de campo.

Anabella me recibió al mediodía con una fondue. Ella estaba informalmente tradicional, con una hermosa camisa, perfectamente entreabierta. Afuera hacía mucho frío y prendimos el hogar. Nos besamos, mucho, pero siempre sexy y provocadora me dijo que debíamos comer antes. Yo creí que al comer me iba a dar sueño o pesadez estomacal, pero no fue así. Hablamos, apartamos las cosas y antes de preparar un té, nos besamos y se trepó a mí enlazando sus piernas en mi cintura. La llevé cargando hasta su habitación. Me hizo cerrar todas las ventanas, porque no quería ver luz cuando tenía intimidad con alguien. Dejé apenas abierta una de las cortinas. A mi sí me gusta ver. Estuvimos el resto del día en la cama. Yo sabía que era una aventura, pero también conozco cuando alguien me está gustando demasiado.

Eventualmente regresé al Casino. Mi juego no podía ser mejor y ella estaba en mi mesa. Entre juego y juego, los dos bebimos en la barra y hablamos de lo que quería cada uno para su futuro. Ella quería alejarse de su familia y vivir bien. Yo quería vivir frente al mar y dejar de jugar. Los dos, a su manera, estábamos logrando lo que queríamos.
Esa noche la invité a dormir conmigo en el Royale, y accedió. La cama era muy ruidosa y su pudor sexy nos hizo improvisar y probar todo tipo de superficie en la habitación. Me desperté con ella y noté que quería que eso ocurriese más seguido. Le propuse hablar locuras y ella entendió de qué le hablaba. Me sugirió mudarnos frente al mar y que deje de jugar. Sólo pidió viajar juntos y que deje mi sueño de una motocicleta con side-car por un automóvil para los dos. Dejamos la habitación y al firmar la salida, ella firmó con mi apellido, como si fuese mi mujer.
  

“I know you, I walked with you once upon a dream
I know you, the gleam in your eyes is so familiar a gleam
Yet I know it's true that visions are seldom all they seem
But if I know you, I know what you'll do
You'll love me at once, the way you did once upon a dream”. 


Una cantante parecida a Lana Del Rey cantaba Once Upon a Dream (quizás era ella), el día que Emilio volvió de New York al bar. Ambos coordinamos los días que iba cada uno al Casino. Cada uno tenía su juego, por separado. Una mañana me despertaron en la habitación del Royale. Anabella estaba conmigo. Mi padre estaba en el hospital. Dejé a Anabella y me fui a estar con mi familia. Ella se fue con su gente, me hubiese gustado que me acompañase.
Papá estaba muy grave. Me costaba ver a Anabella porque estaba muy ocupado y algo molesto porque no me quiso acompañar al hospital. Nos vimos en el bar. Ella estaba conmigo, pero algo distante. Yo estaba enojado y algo bebido. Le reclamé el por qué no me había acompañado al hospital, ella dijo que era muy personal y que me estaba dando espacio. Intentó alivianar la tensión con una broma y yo no lo tomé a bien. No me acompañaba, estaba distante, sentía que no podía ser yo, me quería alejar del juego y le interesaba acompañarme pero en ciertas condiciones. Como todo jugador, siempre tengo una jugada pensada para lastimar al adversario. Nunca la debería haber usado con ella: le dije que de haberse ido a New York la hubiese pasado mucho peor.
Se mantuvo en silencio un rato. Con la cabeza gacha, hasta que la levantó y me invitó a jugar. Suelo tener suerte, suelo tener buenas manos. Era atípico, me estaban retando en mi territorio en un juego en el que me va muy bien, así que acepté el desafío y jugamos. Jugué fuerte, confiado, casi faltándole el respeto; ella sólo jugó un poco y finalmente decidió terminar la jugada apostando todo lo que tenía. Yo hice lo mismo. Bajó sus cartas y se llevó todo lo que teníamos. Todo. Hasta los sueños de estar juntos frente al mar.
Aunque soy bueno leyendo a los jugadores, en ella me perdí. No quise ver que siempre jugó y ganó con un bluff. Siempre creí que le podía dar vuelta el partido. Nunca pude. No ayudé a mi amigo a que siga con ella, la quise para mí. Yo la había ninguneado…me la había creído y me había gustado, mucho. Demasiado.

Emilio volvió al Royale los mismos días que yo. Anabella ya no venía. Yo estaba en la barra y casi no jugaba. Mi amigo se acercó a mi y me dijo palabras que aún recuerdo: “Te equivocaste, sí, pero no te culpes tanto. Ella simplemente fue mejor jugadora de póker que vos”. Esa frase resumió gran parte de lo ocurrido y el abrazo de Emilio, a pesar de lo que yo había dicho de él, mostraba a las claras lo que éramos: amigos en serio.

Epílogo:
Dejé de ir al Casino un tiempo y comencé a beber en un bar japonés llamado Bujin. Muchos jugadores de alto vuelo se reúnen ahí. Algunos de ellos son amigos míos. Francis es uno de ellos y me informó que era hora de dejar de pensar en Anabella, ella ahora estaba ocupada con otros proyectos y era parte de otra mesa, en un hotel en Bariloche. Francis suele saber cosas.
Francois es en parte mentor de Francis y mío. Fue un excelente jugador. Ganó todo. Pasó por la barra y al ver mi semblante y mi trago, decidió acercarse a hablar un poco: “Un Johnny Walker saborizado con miel…no es tu trago Lea, quizás el de alguna mujer que ya es mejor olvidar. Mon frere, en el juego, o digamos…en el amor, uno debe jugar sin traicionar su esencia y está bien equivocarse. Uno juega y si uno pierde, no pasa nada, uno vuelve a jugar. No hay problemas, se vuelve a empezar”, y con esas últimas palabras y una palmada en el hombro, el calvo y elegante francés me dio permiso para dejar de sentir lastima por mi mismo y de a poco volver a jugar y creer.


Volví a jugar e intento ser menos apasionado. No siempre me sale. Trato de jugar sin traicionar mi esencia y si me equivoco, recuerdo, que uno simplemente debe volver a empezar, hasta que llegue el momento en el que uno decida no jugar más. Idealmente, frente al mar y en compañía. 




Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Juan Manuel Tumburús.