“Moon river, wider than a mile
I'm crossin' you in style, some day.
Old dream maker, you heartbreaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way”.
I'm crossin' you in style, some day.
Old dream maker, you heartbreaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way”.
Suelo
visitar el Hotel Royale, en la esquina de Brubaker y Marlowe, cerca del Hotel
Alvear. En el fondo del hotel existe el bar Casino, un bar secreto, exclusivo.
Para acceder al mismo, uno entra al Royale, se dirige hacia una de las tiendas
de ropa y pide ver al sastre. Esa es la palabra clave para que te otorguen paso
detrás de una puerta, donde no se encuentra un hombrecito con un centímetro,
sino una de las mejores barras de Buenos Aires; rodeada de mujeres, jugadores y
mesas de póker. Conocí este bar gracias a mi amigo Juan Santos. Juan es actor y
su mundo es Hollywood y los lugares secretos.
Sonaba
Moon River en versión de Louis Armstrong la primera vez que la vi. Ella estaba
en el bar junto a un amigo. Nos estudiamos. Su nombre era Anabella.
Emilio
es uno de los mejores jugadores que conozco. Aunque es bastante más joven que
yo, su juego es sutil, siempre en control. Mi juego es más arriesgado, más
apasionado, no creo ser tan bueno, creo tener buenas rachas y algo de
experiencia. Con Emilio nos conocemos gracias a Juan. Muchas mujeres se acercan
a nuestro juego porque somos amigos de Santos. Mi amigo actor es pillo, pasa,
bromea, no se involucra. Se acerca, incita a nuestro juego, reímos, mucho, nos
contamos novedades en la barra, y luego ser retira, elegante, como si nunca
hubiese estado.
La
rubia al lado de Emilio era delgada, muy sexy, podría haber sido modelo, su
perfil no era difícil de decodificar. Con tanto juego encima, uno aprende a
leer a la gente más fácilmente. Era tan linda. Nos cruzamos nuevas miradas pero
nada más. Era parte de la mesa
de mi amigo.
“A little less conversation, a
little more action please
All this aggravation ain't satisfying me
A little more bite and a little less bark
A little less fight and a little more spark
Close your mouth and open up your heart and baby satisfy me
Satisfy me baby”.
All this aggravation ain't satisfying me
A little more bite and a little less bark
A little less fight and a little more spark
Close your mouth and open up your heart and baby satisfy me
Satisfy me baby”.
Sonaba
un tema de Elvis la segunda vez que la vi. Nuevamente en el Casino. Era una
noche lluviosa y yo entré al bar un poco húmedo. Ella estaba impecable, con un
vestido de noche largo, sentada en la barra, me invitó a acompañarla con un
gesto. Emilio no estaba en su mesa. Dudé en sentarme, pero lo hice. Tengo una
debilidad por las rubias, aunque sean de peluquería. Nos presentamos y hablamos
de la vida y el juego. Ella tomó un Johnny Walker saborizado con miel y yo un
Gin Tonic con Gin Príncipe de los Apóstoles, mi favorito. Cortésmente comencé a
terminar la breve conversación. Me retiré a mi mesa a un poco más tarde. Aunque
pensaba en ella, yo seguí con mi juego. Ella dudó en acercarse, pero se fue.
Mi
amigo llegó al rato, Anabella ya se había retirado. Cuando nos vemos fuera del
Casino podemos ser diferentes, pero en el juego, somos un poco más formales,
mantenemos valores y una vestimenta más tradicional. Estar en el Casino nos
transporta a otra época, con más códigos pero el mismo grado de oscuridad. Le
pregunté acerca de la rubia. Emilio se hincó de hombros, no estaba tan
interesado. Me dijo que se tenía que ir a New York al otro día y que no sabía
cuándo iba a volver. Reflexionó en voz alta que nadie es propiedad de nadie y
que si ella se acercaba a mi mesa, no debería sentirme mal en acercarme a ella.
Tomé de grata manera el gesto de mi amigo, su mente estaba en otro lado. Mi mente estaba en
la rubia.
“She take my
money when I'm in need
Yeah she's a trifling friend indeed
Oh she's a gold digger way over town
That digs on me.
Yeah she's a trifling friend indeed
Oh she's a gold digger way over town
That digs on me.
Now I ain't
saying she a gold digger
But she ain't messing with no broke niggas”.
But she ain't messing with no broke niggas”.
La
próxima vez que la vi, sonaba un tema de Kanye West y Jamie Fox, en clave de
Jazz. Anabella estaba imponente y se acercó directamente a mi mesa. Luego de
unas manos, buenas manos, la invité a la barra. Tomamos unos Camparis y reímos
mucho. Era tarde y mi torpeza me hizo tirar el final del trago en su vestido.
Se rió por mi torpeza y seguimos riendo.
Salimos
juntos del bar y nos despedimos en la puerta del hotel. Le quise robar un beso
pero me dijo que no le gustaba besar en público, así que con un gesto hice que
los conserjes y taxistas se fueran. No había más público, me besó con una
sonrisa. Era constantemente sexy y casi perfecta.
En el
Royale tengo cuenta y puedo pedir la habitación que quiera, cuando quiera. La
invité a pasar la noche conmigo pero no quiso, aunque me invitó a pasar el fin
de semana en su casa de campo.
Tuve
que llamar a New York. Hablé con Emilio y le dije lo que iba a pasar. Emilio no
tuvo inconvenientes, él consideraba que ya había pasado mucho más conmigo que
con él, y siguió con sus aventuras en la Gran Manzana. Yo me fui hacia la casa
de campo.
Anabella
me recibió al mediodía con una fondue. Ella estaba informalmente tradicional,
con una hermosa camisa, perfectamente entreabierta. Afuera hacía mucho frío y
prendimos el hogar. Nos besamos, mucho, pero siempre sexy y provocadora me dijo
que debíamos comer antes. Yo creí que al comer me iba a dar sueño o pesadez
estomacal, pero no fue así. Hablamos, apartamos las cosas y antes de preparar
un té, nos besamos y se trepó a mí enlazando sus piernas en mi cintura. La
llevé cargando hasta su habitación. Me hizo cerrar todas las ventanas, porque
no quería ver luz cuando tenía intimidad con alguien. Dejé apenas abierta una
de las cortinas. A mi sí me gusta ver. Estuvimos el resto del día en la cama.
Yo sabía que era una aventura, pero también conozco cuando alguien me está
gustando demasiado.
Eventualmente
regresé al Casino. Mi juego no podía ser mejor y ella estaba en mi mesa. Entre
juego y juego, los dos bebimos en la barra y hablamos de lo que quería cada uno
para su futuro. Ella quería alejarse de su familia y vivir bien. Yo quería
vivir frente al mar y dejar de jugar. Los dos, a su manera, estábamos logrando
lo que queríamos.
Esa
noche la invité a dormir conmigo en el Royale, y accedió. La cama era muy
ruidosa y su pudor sexy nos hizo improvisar y probar todo tipo de superficie en
la habitación. Me desperté con ella y noté que quería que eso ocurriese más
seguido. Le propuse hablar locuras y ella entendió de qué le hablaba. Me
sugirió mudarnos frente al mar y que deje de jugar. Sólo pidió viajar juntos y
que deje mi sueño de una motocicleta con side-car por un automóvil para los
dos. Dejamos la habitación y al firmar la salida, ella firmó con mi apellido,
como si fuese mi mujer.
“I know you, I walked with you once upon a dream
I know you, the gleam in your eyes is so familiar a gleam
Yet I know it's true that visions are seldom all they seem
But if I know you, I know what you'll do
You'll love me at once, the way you did once upon a dream”.
I know you, the gleam in your eyes is so familiar a gleam
Yet I know it's true that visions are seldom all they seem
But if I know you, I know what you'll do
You'll love me at once, the way you did once upon a dream”.
Una
cantante parecida a Lana Del Rey cantaba Once Upon a Dream (quizás era ella),
el día que Emilio volvió de New York al bar. Ambos coordinamos
los días que iba cada uno al Casino. Cada uno tenía su juego, por separado. Una
mañana me despertaron en la habitación del Royale. Anabella estaba conmigo. Mi
padre estaba en el hospital. Dejé a Anabella y me fui a estar con mi familia.
Ella se fue con su gente, me hubiese gustado que me acompañase.
Papá
estaba muy grave. Me costaba ver a Anabella porque estaba muy ocupado y algo
molesto porque no me quiso acompañar al hospital. Nos vimos en el bar. Ella
estaba conmigo, pero algo distante. Yo estaba enojado y algo bebido. Le reclamé
el por qué no me había acompañado al hospital, ella dijo que era muy personal y
que me estaba dando espacio. Intentó alivianar la tensión con una broma y yo no
lo tomé a bien. No me acompañaba, estaba distante, sentía que no podía ser yo,
me quería alejar del juego y le interesaba acompañarme pero en ciertas
condiciones. Como todo jugador, siempre tengo una jugada pensada para lastimar
al adversario. Nunca la debería haber usado con ella: le dije que de haberse
ido a New York la hubiese pasado mucho peor.
Se
mantuvo en silencio un rato. Con la cabeza gacha, hasta que la levantó y me
invitó a jugar. Suelo tener suerte, suelo tener buenas manos. Era atípico, me
estaban retando en mi territorio en un juego en el que me va muy bien, así que
acepté el desafío y jugamos. Jugué fuerte, confiado, casi faltándole el
respeto; ella sólo jugó un poco y finalmente decidió terminar la jugada
apostando todo lo que tenía. Yo hice lo mismo. Bajó sus cartas y se llevó todo
lo que teníamos. Todo. Hasta los sueños de estar juntos frente al mar.
Aunque
soy bueno leyendo a los jugadores, en ella me perdí. No quise ver que siempre
jugó y ganó con un bluff. Siempre
creí que le podía dar vuelta el partido. Nunca pude. No ayudé a mi amigo a que
siga con ella, la quise para mí. Yo la había ninguneado…me la había creído y me
había gustado, mucho. Demasiado.
Emilio
volvió al Royale los mismos días que yo. Anabella ya no venía. Yo estaba en la
barra y casi no jugaba. Mi amigo se acercó a mi y me dijo palabras que aún
recuerdo: “Te equivocaste, sí, pero no te culpes tanto. Ella simplemente fue
mejor jugadora de póker que vos”. Esa frase resumió gran parte de lo ocurrido y
el abrazo de Emilio, a pesar de lo que yo había dicho de él, mostraba a las
claras lo que éramos: amigos en serio.
Epílogo:
Dejé
de ir al Casino un tiempo y comencé a beber en un bar japonés llamado Bujin. Muchos jugadores de alto vuelo se
reúnen ahí. Algunos de ellos son amigos míos. Francis es uno de ellos y me informó
que era hora de dejar de pensar en Anabella, ella ahora estaba ocupada con
otros proyectos y era parte de otra mesa, en un hotel en Bariloche. Francis
suele saber cosas.
Francois
es en parte mentor de Francis y mío. Fue un excelente jugador. Ganó todo. Pasó
por la barra y al ver mi semblante y mi trago, decidió acercarse a hablar un
poco: “Un Johnny Walker saborizado con miel…no es tu trago Lea, quizás el de
alguna mujer que ya es mejor olvidar. Mon
frere, en el juego, o digamos…en el amor, uno debe jugar sin traicionar su
esencia y está bien equivocarse. Uno juega y si uno pierde, no pasa nada, uno
vuelve a jugar. No hay problemas, se vuelve a empezar”, y con esas últimas
palabras y una palmada en el hombro, el calvo y elegante francés me dio permiso
para dejar de sentir lastima por mi mismo y de a poco volver a jugar y creer.
Volví
a jugar e intento ser menos apasionado. No siempre me sale. Trato de jugar sin
traicionar mi esencia y si me equivoco, recuerdo, que uno simplemente debe
volver a empezar, hasta que llegue el momento en el que uno decida no jugar
más. Idealmente, frente al mar y en compañía.
Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Juan Manuel Tumburús.