Romina
en el secundario y otra Romina en la facultad. Ambas eran hermosas, altaneras,
distantes, etéreas e inalcanzables.
Cansado
de las mujeres intangibles, uno vuelve a vincularse con las reales, pero no
puede dejar de pensar en aquellas divinidades vestidas de femme fatale que uno llegó a rozar.
Las
mujeres reales son menos enigmáticas, más vulnerables, más tangibles, menos
ideales, más aburridas. Es inevitable que con el tiempo uno deje de mirar
humanas y vuelva a pensar en esas construcciones casi holográficas que uno
busca: lindas, que hablen idiomas, que viajen, que tengan gustos y actividades,
que acompañen, que se vistan bien, que sean presentables, que tengan amigas y
amigos, que sean cultas, que cojan sin límites, que tengan una vida. Esas que
uno por el rabillo del ojo ve en el subte, en el colectivo, en el trabajo, en
la facultad, en la calle, o por las noches en un bar. Estas mujeres-espectro
son siempre resbaladizas, están y no están (como el gato de Schrodinger), e
incluso en una noche en las que se encuentran en nuestras sábanas, cuando te
dicen que les gustás mucho, que no pueden creer que al fin apareciste, que
siempre van a estar, que quieren vivir con vos y meter un viaje fuerte por año,
etc., vos escuchás y disfrutás, y tratás de sostenerle la mano caminando por
Palermo aunque sabés que se te está escapando, y que sus palabras son sólo
cantos huecos, como los de las sirenas que años atrás escuchó Ulises.
Vos
sabés, y eventualmente dejás de ver visiones y buscás realidad. Y aparece una
mujer en serio, una que te hace olvidar a las inmateriales y salís con ella. Te
enganchás, discutís, garchás, mirás la tele, paseás su perro, compartís comidas
y partidos de fútbol tapados con una frazadita verde…y de a poco comenzás a
notar que se cansa, que duerme la siesta mientras vos entrenás, que le da lo
mismo ver una u otra película, que se queja, y te das cuenta que es demasiado
real y es el comienzo del fin.
Con
mi última ex, la mejor, la única con la que hubiese formado una familia, nos
separamos por querer demasiadas cosas distintas. En el final, uno en paz aunque
triste, le dije: “Nuestro problema también es que estamos enamorados de
fantasmas. De un ideal. No estamos bien con nadie porque siempre buscamos al fantasma
que tiene todo lo que queremos que tengan”.
No
lloramos, hubo un abrazo eterno y a mí se me cayó un “I don’t wanna let go”, y
ella le puso cordura a todo, como siempre, con un “We have to”.
Ella
vive en las montañas, como quería. Yo algún día viviré frente al mar, como
quiero. Nos llevamos bien. Dejó la vara muy alta.
No
vayamos atrás de fantasmas. Son ecos de una realidad. Se ven y no se ven. Son
un remanente de algo que ya no está. Son construcciones intrigantes, bellas y
atractivas, pero no son reales. Ya sean vistas por el rabillo del ojo, estén
presentes en un recuerdo o atrapadas en un celular. Son la píldora azul, son el
OS1.
Las
mujeres fantasma son un proyecto de lo que habría que buscar, pero lo real es
lo que hay que encarar. Si no podemos convivir con diferencias, lo distinto, lo
humano, lo falible, lo espontáneo, es hora de buscar un lindo rincón para
comprarse y poner un helecho en nuestras casas, para que le hagan compañía a
nuestras neurosis y los espectros ideales que acompañan pero no están.
El
amor es la entrega total. Muchos seres vivos no pueden amar. Los fantasmas
definitivamente no pueden dar todo. Los fantasmas no se vuelven tangibles. Andá
a caminar de la mano de un humano.
Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Fer Gris.