María fue mi primer psicóloga, me ayudó a
separarme y abandonar una relación muy tóxica. A María le debo casi la
vida…pero con el tiempo María entró en un estado de amiguismo y llegaba tarde a
sesión, se tomaba breaks – durante la sesión – para ir al baño o hacerse un
té…y tenía una manera muy flirtera (a veces) de manejarse, lo cual me llevaba a
no saber si me quería voltear. Raro. Pero Maria enfermó, la operaron y en ese
interín empecé a ver a una segunda psicóloga: Damiana.
Damiana era dura, muy Freudiana, menos analista
que María. Las dos me bancaron tarifas accesibles en un período en el que
andaba desempleado y angustiado. Damiana me dio el andamiaje que María había
sabido construir pero no supo mantener. Es en esa instancia cuando le cuento a mi
amiga Florencia que no nos podíamos ver tal día “porque tengo que ir a ver a la
otra psicóloga”. Mi amiga lloraba de la risa y explotó en un “You are the worst
breaker upper, ever!”, en nuestro Spanglish cotidiano. “No podés dejar ni a una
psicóloga!”, remató antes de su catarata de risas y lagrimas, y la exagerada
comparación con que soy un Larry David en mis 30s y casi tan judío como el
original.
A Maria no la quise dejar porque había muerto
su hermano, ella estaba recuperándose de una enfermedad, la veía sola y
francamente me daba lástima. A todo esto Damiana no sabía que yo todavía veía a
María, con lo cual le mentía a mis dos psicólogas. Florencia seguía tentada
ante cualquier novedad de mi affaire psicoanalítico.
Eventualmente le empecé a mentir a María de
manera descarada hasta que me dio el alta (o se dio cuenta que no quería ir
más). Terminé con María y seguí con Damiana…pero al poco tiempo Damiana se
murió.
Sí, se murió. Me llamaron un lunes y me
dijeron: “¿Usted tiene turno los martes con Damiana?”, “sí”, respondí a la voz
misteriosa del teléfono. “Lamento informarle que ella falleció anoche, tuvo un
ACV”.
Había terminado con una, me fui con la otra y
la que elegí se murió. ¿Qué iba a hacer? ¿Volver con la primera? Después de
confirmar que Damiana no planeaba morirse a los 50 y que no había dejado un
protocolo para derivar a sus pacientes, volví a la casa de Florencia a contarle
que había dejado a la primera psicóloga, pero que la segunda se había muerto.
La que casi muere a los gritos de la risa fue Florencia, y entre llantos de
risa me dijo: “Sos re mufa con las psicólogas, pero si querés te contacto con
mi amiga Fernanda”.
Fernanda se convirtió en mi tercera psicóloga y
me ayudó a sobrellevar un 2013 con muchos vaivenes. Y creo que me detesta.
No pego una.
Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Colorada Majox.