Durante muchísimos años trabajé en
una empresa farmacéutica estadounidense en Argentina. Ese sitio fue como mi
segunda casa por más de una década. Ahí tuve mentores, amigos y amores. Daba
clases de inglés y hacía traducciones. Tuve demasiados alumnos, pero tuve una
alumna en particular que me quemó el cerebro demasiado tiempo.
Llamémosla Marina, aunque ese no es
su nombre. Marina se teñía de rojo, era hermosa, misteriosa, rarísima y una
acuariana jodida. Solía venir a clase y cada vez que teníamos que tener
“conversation” se quejaba de la falta de hombres, y de cómo era desafortunada
en el amor. Para mí esa era una etapa donde casi todo lo podía, y
particularmente con distintas mujeres: salía con chicas lindas, transaba con una
en la máquina de café de la empresa a las 8 de la mañana, después me disputaba
el amor de otra rubia…pero Marina era especial, y todos sabían que el mundo se
frenaba cuando ella caminaba cerca. “Leito, se te nota mucho”, me llegó a decir
una jefa…
Al menos en esa época vivía con la
armadura puesta de que nadie, ni nada, me importaba, así que así creía
pilotearla con Marina. Pero estaba muerto por ella. Flirteaba en clase, a veces
hablábamos por teléfono, o nos mandábamos cosas por email, pero ella siempre
con el freno de mano puesto, o con un “por ahora estoy con alguien, pero no soy
feliz”.
Llegué a hacer estupideces como
decirle: “cuando salgas de la facu de medicina, pasate por Notorius que queda
cerca, voy a estar escuchando Jazz ahí” (y me iba de Ramos Mejía a Callao y
Marcelo T. montado en la ridícula ilusión de que quizás aparecía, y obviamente
jamás fue, y yo me volvía solo como el peor de los perdedores).
Incluso una vez existió una reunión
extrañísima con la rubia que también me gustaba (estábamos solamente la rubia,
Marina y yo), nos juntamos a tomar algo en casa de Marina, porque sí, y cuando
Marina iba al baño, la rubia se me acercaba y me decía: “Marina tiene onda con
vos, jugatela”, pero cuando la rubia se iba al baño, Marina venía y me decía:
“la rubia tiene onda con vos, jugatela”. Me sentía pelota de beach volley.
Aunque era una etapa de cierto éxito
femenino, la sombra del patetismo siempre me acechaba, así que hacía lo
imposible para cruzármela en el pasillo, hablaba de lo que le gustaba, revisaba
mi celular y mi email demasiadas veces. Muy en tono con uno de mis temas
favoritos de Beck.
Hasta que una vez accedió a que nos
encontremos en Ramos, en un bar, se la jugó y aceptó mi invitación número 114.
Tomamos algo y transamos mal. Toqué todas las bases que se pueden tocar en un
lugar público, en la oscuridad de un bar. Sentí que era el momento, pero esa
noche no la quiso pasar conmigo; y al otro día (en la oficina) me dijo que
seguía enganchada con el ex. Y me empecé a olvidar de ella, porque los “es una
histérica”, “te va a volver loco”, de amigos y gente de la empresa eran
demasiados. Salí con flacas e incluso tuve una conversación surrealista donde
uno de mis mentores de la vida me dijo: “jugatela por Marina de una vez u
olvidate para siempre, porque yo voy por la rubia, el que avisa no traiciona”.
Y tenía razón, como la mayoría de las veces, porque con la rubia teníamos onda,
pero Marina para mí frenaba las gotas de la máquina de café. Hay mujeres
(poquísimas) que frenan el tiempo y te dejan en un estado de cámara lenta.
Así que antes de jugármela por otra
flaca afuera de la empresa, tuve una última conversación con Marina donde le
dije: “Fidel se muere, me voy a Cuba porque quiero estar en ese momento
histórico. No le deseo la muerte, pero es como estar en la caída del Muro de
Berlín de nuevo”….”yo también voy”, respondió, “encontrémonos allá”, remató, y
a mí se me partió la cabeza.
A los pocos días le dije “yo llego a
La Habana tal día”, ella me contestó: “yo llego ese mismo día a Santiago de
Cuba, en la otra punta. Bueno, viajemos cada uno por su cuenta y nos
encontramos en el medio de la isla, en Trinidad si querés”. Y sentí que estaba
adentro de una película de Nora Ephron nuevamente, pero un poquito más socialista.
Si bien me fui a la isla honestamente
de vacaciones, verdaderamente a estar presente en un momento histórico, también
quería cruzarme a Marina y que hubiese magia. Emprendí el viaje, hice amigos de
ruta, la pensaba a veces rumbeando mal con cubanos, a veces expectante de
encontrarme en Trinidad, también pensaba que quizás no la veía, no sabía con
qué me podía encontrar.
Así que seguí la realidad paso a
paso y como Fidel no moría, relajé y sólo me dediqué a hacer turismo y esperar
que llegase su email donde me decía dónde estaba. Chequear emails en la isla
era difícil y carísimo, pero Marina todo lo valía. Fueron muchas las tardes
donde a diario iba a ver si tenía algún tipo de indicio. Y finalmente el email
llegó. Me decía de encontrarnos en tal casa de familia en la ciudad de
Trinidad, tal día.
Tomé un micro, tomé una moto-taxi,
quería llegar el día estipulado y que ningún contratiempo me evitase estar ahí.
Lo que quería que ocurriese, estaba ocurriendo.
Así que hasta ahí llegué, nos
encontramos…y la relación volvió a ser como era en clase, mezcla de amigos y de
querer estar juntos pero sin animarse (al menos ella). Caminamos por la playa,
hicimos buceo con snorkel y algo pasó en la arena, pero no todo. Me frenó con
la excusa de que ella quería estar sola (pero ya había hecho algo conmigo e
íbamos a dormir en la misma habitación de la casa de familia…). Así que fluí, esperé,
hicimos turismo, sacamos fotos y a la noche nos fuimos a cenar, bailar y tomar.
Como no soy un gran bailarín, y venía peleando una batalla cuesta arriba, me
encomendé a los poderes del Ron Cubano para que ella pudiese bajar sus
defensas. Y nos entregamos al alcohol, nos reímos, bailé lo poco que pude…y se
puso en pedo, mal, al punto de no poder caminar. La tuve que llevar a caballito
hasta la habitación (donde yo esperaba juntar las dos camas de una plaza – sí,
volví a apelar a la estrategia de Perú, nuevamente con desastrosos resultados),
donde finalmente la acosté. Como pude, como quiso, se sacó la ropa y se metió
en la cama. Yo la cuidaba y me quería matar. Estaba durmiendo al lado de una
mujer de la que estaba enamorado hace años, bajo el mismo techo, en la cama
simple de al lado, y ésta estaba demasiado en pedo, era inmensamente histérica
y era más difícil de derrotar que un cubano jugando al beisbol.
Me acerqué a la cama una última vez
y le dije: “¿para qué me querías acá?”, “no sé” fue la respuesta, y su mirada
me dijo que ya nada iba a pasar.
A la mañana siguiente, armé mi
mochila, y sin enojarme ni reprochar, le dije que me volvía a pasar mis últimos
días en La Habana. Ella, como si nada, me dijo que también iba para allá, pero
a otro ritmo. Siempre a destiempo con esta piba…
Así que me fui, “nos vemos” (me
dijo) y eventualmente volví a Argentina, con la gran experiencia de haber
conocido Cuba, pero con otra desastrosa derrota amorosa.
Cuando regresé a la empresa, “la
mesa de los galanes” (mis amigotes corporativos), me prohibieron seguir
intentando, “olvidate, no podes ser el inflador anímico de esta piba”, fue una
de las últimas grandes frases que me dijeron del tema.
Estaba listo a olvidarme, para
siempre, hasta que mis amigos del barrio tuvieron una última idea, un último
plan, una verdadera jugada “Hail Mary”. Como se aproximaba “La semana de la
dulzura”, a los pibes del barrio, los de la primaria, con quienes tomaba birra
y escuchaba música acostados en la vereda hasta la madrugada, se les ocurrió
que la próxima vez que vea a Marina, tenía que poner en práctica la Operación
Bon-o-bon. Me convencieron de que la próxima vez que la viese, me retire de
clase y de alguna manera le acerque un Bon-o-bon. “Capaz que le tocas la última
fibra sensible y ahora que están de vuelta, se da cuenta que realmente le
gustas en serio”, dijeron.
Y así fue, así lo hice…y luego de
ejecutar la tan sesuda operación, Marina a la próxima clase me dijo: “encontré
lo que me dejaste, gracias”. Pero lo dijo con la cabeza gacha, con vergüenza
ajena, como diciendo: “pibe, gracias por intentar, pero es al pedo”.
Llegué a la esquina del barrio, derrotado,
y les conté a los pibes que la Operación Bon-o-bon no había funcionado. Y
explotaron de la risa: “¡No me digas que lo hiciste, sos un boludo flaco! Era
una joda que te hicimos para ver cuán hecho mierda estás. No te puedo creer que
lo hiciste en serio”, me dijo uno. Todo había sido una joda interna de amigos y
yo estaba demasiado mareado para ver que me habían hecho una joda. Y no me
quedó otra que mirar todo desde afuera y reírme, de la situación con Marina, de
la crueldad de mis amigos, y del ridículo que había hecho.
Hace dos semanas atrás, hablando de
una flaca del presente, uno de esos amigos me dijo: “Mandale un Bon-o-bon”. Nos
reímos media hora.
P.d: Fidel sigue vivo.