Tenía
dos entradas para un recital y un amigo me había cancelado en el día. Me
sobraba una entrada, la había pagado cara y estaba a pocas horas del evento. Mi
amigo se negó a devolverme el dinero de la entrada que él me había hecho sacar.
En esa etapa cada moneda contaba para mi supervivencia.
Corrían las horas y de fondo sentía los acordes de Lalo Schiffrin y Misión
Imposible: mi misión era vender la entrada para recuperar algo del dinero, antes
que empiece el recital. Chan cha chan cha chan chan cha chan…
Ofrecí
la entrada sobrante en la página de Facebook de la banda y
enseguida una flaca me contestó: “Me interesa pero no quiero ir sola. Si te la
compro, ¿te molesta que vaya con vos?”, me dijo. Aunque levanté una ceja frente
al monitor, yo sólo quería recuperar el dinero invertido y no me importaba
tener que estar toda la noche acompañando a una posible densa. Money talks, people walks…and I ran, back then.
La
cité a tres cuadras de mi casa para darle el ticket, que ella me diera el
dinero y luego nos iríamos juntos al recital, y dependiendo cuán pesada pudiera
llegar a ser, me iba a “perder en medio de la muchedumbre”.
Cuando
me acerco a la esquina de la cita, había dos mujeres: una era una mujer muy
grande que me miraba con interés y la otra era un hembrón. La lógica era que me
vaya con la mujer grande, frustrada y recién divorciada…pero por alguna razón, la bestia de un metro ochenta que vestía una remera recortada de los Foo
Fighters, de pechos imponentes, fue la que me dijo: “Leo, soy yo”. Esa era la
chica que no quería ir sola a un recital…
Miré
para arriba y sólo dije: “Gracias”. Le di la entrada, me dio la plata y fuimos
juntos a ver a la banda.
Yo
esperaba que algo saliera mal, que se desmayara, que fuera nazi, qué sé yo…pero no: la pasamos de puta madre porque le gustaba la misma música que a mí,
tenía mucha onda y la diferencia de 15 años no se notaba. Terminó el evento,
nos volvimos juntos, pero no hice nada porque no notaba mucha agua en la pileta
y porque yo estaba de novio con una flaca a la que adoraba y no iba a
traicionar. Sin embargo, le saqué el teléfono y quedé en contacto con
Esperanza. Si, se llama así, luego ampliaré el por qué…
Sinceramente,
que la historia haya comenzado en un recital y no mediante una red social, era
un alivio. El equipo todavía tenía con qué encarar en la vida real. Ponele ;)
Lamentablemente
terminé mi relación y al poco tiempo ya estaba en contacto con la chica grunge
a través de Facebook. Este blog recién comenzaba y algo de esto le puede haber
interesado, lo cual me facilitó el trámite de ir a tomar cerveza artesanal con
ella. Aunque estaba todo aparentemente bien, no podía evitar agregar una capa más de preocupación a mis neurosis: la posibilidad de
volver a acostarme con alguien de 22, después de haber estado dos años con una
de 30. No sabía si estaba a
la altura. Esperanza era muy atractiva. Podría ser una vedette de la calle
Corrientes sin problema alguno. Mucho antes de verla nuevamente ya le estaba
rezando a todos los dioses el poder garchar y durar más que un tema de Los Sex
Pistols…
Esperanza
era estudiante de psicología y se ajustaba a mi teoría de que los estudiantes
de dicha carrera entran a lafacultad primero para arreglar sus quilombos internos (ojo, que
todos los tenemos) y de rebote salen con un título, si tienen la disciplina del
trajín académico. Saber que estudiaba psicología me dio la ventaja de estudiar
ciertas variables que podía sacar a mi provecho. Alguna vez un amigo me
describió como: El Bielsista del Amor. Más bien diría que soy un neurótico que
pisa los 40, tiene algo de experiencia y punto.
Me
reuní con ella y la cita fue normal:
bebimos (porque tomar es otra cosa), hablamos de música, de películas, de la
facu y cuando salimos ya estábamos los dos un poco entonados.
Caminamos
por una avenida y le dije de venir a casa. Se rehusaba. “No te conozco”, me
decía. “Más público no puedo ser, así que conmigo estás segura”, le dije.
Hubiese dicho cualquier cosa con tal que viniese a mi casa. No sólo estaba muy
buena sino que los meses sin sexo que yo tenía me estaban poniendo en un marco de alerta
amarilla.
Caminamos, chapamos. “Ya fue, vamos a casa”, “La primera cita no da”,
ese típico diálogo boludo que se suele repetir demasiadas veces. Finalmente le
dije “el alcohol nos exonera”, y le debo haber tocado alguna fibra académica poco
histérica, porque gracias a esa frase ridícula, la convencí de subir al taxi.
Como
en el taxi no podíamos chapar mucho más (sobre todo porque yo no me quería
sobre excitar y acabar en el ascensor), le pregunto: “Che, ¿Tus padres son muy
hippies? ¿Por qué te pusieron Esperanza?”. “Mi hermano se llama Camilo, mis
viejos son muy de izquierda”. A lo que contesté: “Grosso”, mientras pensaba en
qué maniobra iba a tirar la bandera de Canadá que tengo en casa, o cualquier
otra simbología imperialista en mi departamento cipayo.
Llegamos
al departamento y se me ocurrió no prender todas las luces para que no se noten
mis elementos imperialistas, y para generar más clima. Preparé unos tragos
dulces y antes de terminarlos ya estábamos chapando nuevamente.
Todo
bien, en el sillón, pero cada vez que me acercaba a su ropa interior me frenaba
y me sacaba la mano. OK…puedo esperar. Seguimos chapando y en eso me dice:
“¿Vos tenés algún mambo?”. “¿Eh?”, fue mi respuesta automática.
-
Qué si tenés algún mambo del que me tenga que
preocupar…
-
Mambos tenemos todos…
-
No, porque si esto perdura tengo que saberlo.
“No,
nada fuera de lo común”, dije (mientras pensaba: “Ojo, flaco! Todavía no le
tocaste una teta y ya está usando el verbo per-du-rar!”. Los enanos dentro de mi
cerebro me mandaban una alerta naranja, aunque yo no los escuchaba).
Seguimos
chapando y suelta: “Digo, porque si esto perdura tenemos que inventar que nos
conocimos caminando por Palermo o algo así”. “Si, claro”, dije yo mientras me
volvía loco tratando de sacarle el corpiño. Había usado el término “perdura”
nuevamente y la alerta anaranjada estaba entrando en zona roja. Hasta que me
dice: “Ese no lo vas a poder sacar porque primero tenés que sacar el
otro”. “¿Eh?”, fue mi respuesta
automática.
“Claro”,
dijo y se paró. Yo quedé sentado en el sillón y frente a mí, se erige como
Afrodita reencarnada, se saca la remera que tenía puesta, y debajo tenía dos
corpiños. Dos.
“Tengo
que usar dos porque tengo mucho busto”, me dice mientras se sacaba el primero.
Y yo ya sonriendo le dije: “¿Cuánto tenés?”.
“120
de taza, 60 de cintura y 90 de cola. No la podes creer. ¿No, Paolini?”.
Solamente
atiné a decir “Aha”, mientras escuchaba el Himno de la Alegría en mi cabeza a
todo volumen.
Se
abrían las puertas del Valhala y llegamos a mi cama. Nos quedamos los dos sólo
con la ropa interior de abajo. Finalmente iba a volver a las canchas y…
súbitamente, y casi en un grito, la Fantinea: “Pará, pará, pará…”. “¿Eh?”, fue
mi respuesta automática.
“Cuando
me excito mucho me tengo que poner unas gotas en la nariz”, me dice,
prácticamente en bolas, una mina que no se entendía lo buena que estaba.
Solamente
atiné a decir “Aha”, mientras escuchaba la sirena “Abuuuuuga, abuuuuga”, de una
planta nuclear. Alerta Roja.
Se
puso las gotitas y seguimos chapando, comencé con el juego previo que todo
hombre debe hacer y nuevamente Alejandro Fantino la poseyó con un: “Pará, pará,
pará…que me tengo que poner más gotas”. Yo ya estaba para colgar una bandera y
le digo: “Bueno, pero si estamos así, isn’t that the point: to get excited…”.
En situaciones límites me pongo lógico y hablo en inglés cuando me entienden. Todos tenemos mambos.
“Si, pero igual necesito las gotitas”, me contestó...
Se
dio otro jalazo más de gotas y arrancamos nuevamente. Cuando el sol ya entraba
en el departamento, ambos completamente en bolas y yo con los forros en la
mano, me dice: “No me mates, pero se me acabaron las gotitas y ya es de día.
Así que mejor lo dejamos para otro día. ¿Dale?”.
Traté
de que se quede a dormir y la gasté con ser una vampiresa del sexo que sólo lo
podía hacer de noche. No mencioné lo de las gotitas. No quiso quedarse.
Quedamos en vernos en otro encuentro u otro recital. Todavía no hubo revancha.
Esa
noche toqué primera base y nada más. Quizás zafé de una alerta roja y una loca
importante. Esa noche en mis sábanas quedó un manchón trasnochado del contorno
de Canadá… como la bandera imperialista que se ubicaba sobre mi cabeza. No sé
si podemos considerar que gané en un recital.
Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Rubén Gauna.