Una vez por mes subiré alguna anécdota patética (donde yo le doy peso al adjetivo),
que contada suele ser graciosa y tipeada veremos cómo queda.

domingo, 9 de noviembre de 2014

La Chica Instagram.



Hace un tiempo estaba medio a la deriva y no andaba con nadie (sin novia, ni garchar, digamos). Entonces un amigo, en un arrebato de exageración, me ve entrar a una reunión con mi campera cuello Mao y me dice: “Quieto! Estás igual al chofer de Drive!”. Me sacó una foto y la subió a su cuenta de Instagram (donde tiene muchos seguidores), acompañada del texto: “Lea es Drive. Soltero chicas. Gran partido”. Después de esa gestión explotó mi cuenta de Instagram, pero lógicamente acepté sólo a las mujeres que estaban buenas. Ante todo el pragmatismo señores. Que esto no es Bambi.

Pasaron los días y yo subía mis clásicas fotos de dónde puedo estar escribiendo y una chica en particular me empezó a comentar las fotos. Ok. Yo fui cortés y seguí con el juego hasta que se volvió diario y demasiado público. Era muy linda. Hasta sus colmillos me gustaban. Entonces la invité a seguir estas conversaciones via Facebook. El contacto era diario y calculo que los dos queríamos conocer gente y luchar contra la soledad de la posmodernidad, que esta Era Digital ayuda a emparchar.
Con el correr de los días, “la chica Instagram” pasó a ser rotulada por mis amigos como: “la MILF”, ya que es madre y muy atractiva. Fueron estos mismos amigos los que me recomendaron que la invite a La Florería, en nuestra primera cita. La Florería es un gran bar (quizás mi favorito), pero me habían dicho que podía ser un poco caro. Aunque la liquidez no es lo mío este año, igual quería dar una buena impresión la primera vez que me iba a ver. Tenía muchas ganas de mear, me transpiraban las manos, estaba algo tenso, pero de todas maneras, me presenté en el secreto bar, me encomendé al dios VISA e intenté ser esa extraña mezcla de payaso con un poco de pasta de campeón (que nunca me sale). Me sometí a un interrogatorio cliché de primera cita. Yo la invitaba tragos haciendo sumas mentales de cuánto estaba gastando y rezaba que no me salga saldo insuficiente en la tarjeta de crédito, para no tener que terminar la velada lavando los platos. Las cuentas cerraron, yo respiré aliviado y safé una vez más. Finalmente en el bar todo salió bien, y por alguna razón, la chica mordió el anzuelo. Aunque habíamos tomado, de todas maneras me parecía una mujer muy atrayente para desperdiciar su tiempo conmigo. Sobre todo porque mis amigos me alertaban que quizás no se quería acostar conmigo si no con “el amigo de…”(quien subió la foto). Pero hasta los goles de rebote se cuentan y yo tenía que cortar la racha…
Caminamos unas cuadras y de alguna manera me encontré tranzando en la puerta de Cancillería. El alcohol, el frío, la suerte, las razones ya no importaban. Como ya era tarde, y ella es del sur de la ciudad, tuvo la excusa para irse y que no pase nada más, pero logré arrojar un patético: “Conozco un bar que es mejor. Tienen todo tipo de tragos y no me cobran nada”. “¿Dónde está?”, me preguntó. “En mi casa”, fue la respuesta digna de un Jonny Tolengo 2.0. Me miró con cara de que era un picarón, pero igual quedamos en que venga a visitar “el bar donde no me cobraban”.

Así fue que llegó el viernes. El día de la segunda cita (porque en mi mente TOC, los sábados son día de novias y no tengo citas los sábados; sí, tengo problemas). Ordené el departamento, cambié y perfumé las sábanas, compré bebidas, picada, forros y traté de desnerdizar el monoambiente. Todo estaba listo. Ni bien llegó, miró mi colección de animación y dijo: “Cuántos dibujitos”. Listo. “No la ponés nunca más”, pensé. Picamos algo, hablé otro poco, me acerqué torpemente en el sillón, y se ve que la intención básica estaba instalada, porque me encontré revoleándonos por todo el departamento. Éramos Godzilla versus Mothra! Nos sacábamos la ropa, nos mordíamos, nos tropezábamos con todo, nos golpeamos con todo, y llegamos a caer en la cama. Allí nos empezamos a desnudar. Que a mí me quedaban las medias puestas, que a ella los tacos, que el puto corpiño no se salía y que mi jean a botones se amotinaba. Luego de hacer toda la previa que hay que hacer, finalmente volví a las canchas…pero ella sabía cómo moverse…cómo gemir y cómo tensionar sus músculos vaginales…y sufrí la maldición del punk. Duré menos que un tema de Los Ramones.
La noche siguió y la remé, pero la maldición de Jonny, Marky y Didi ya había hecho estragos. Había cumplido pero había sido rápido…como el chofer de Drive.

Con el tiempo el vínculo se diluyó luego de tener una relación muy de “HER” y estar todos los días en contacto mediante whatsapp. Inflador anímico que le dicen. Hasta que la liquidez de nuestros tiempos hizo lo suyo y seguro ya estará rompiendo otro departamento, con alguien que dure más que “Judy is a Punk” ;)

No future.

 
Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Pablo Zweig.