Hace un tiempo estaba medio a la
deriva y no andaba con nadie (sin novia, ni garchar, digamos). Entonces un
amigo, en un arrebato de exageración, me ve entrar a una reunión con mi campera
cuello Mao y me dice: “Quieto! Estás igual al chofer de Drive!”. Me sacó una
foto y la subió a su cuenta de Instagram (donde tiene muchos seguidores), acompañada
del texto: “Lea es Drive. Soltero chicas. Gran partido”. Después de esa gestión
explotó mi cuenta de Instagram, pero lógicamente acepté sólo a las mujeres que
estaban buenas. Ante todo el pragmatismo señores. Que esto no es Bambi.
Pasaron los días y yo subía mis
clásicas fotos de dónde puedo estar escribiendo y una chica en particular me
empezó a comentar las fotos. Ok. Yo fui cortés y seguí con el juego hasta que
se volvió diario y demasiado público. Era muy linda. Hasta sus colmillos me
gustaban. Entonces la invité a seguir estas conversaciones via Facebook. El
contacto era diario y calculo que los dos queríamos conocer gente y luchar
contra la soledad de la posmodernidad, que esta Era Digital ayuda a emparchar.
Con el correr de los días, “la chica
Instagram” pasó a ser rotulada por mis amigos como: “la MILF”, ya que es madre
y muy atractiva. Fueron estos mismos amigos los que me recomendaron que la
invite a La Florería, en nuestra primera cita. La Florería es un gran bar
(quizás mi favorito), pero me habían dicho que podía ser un poco caro. Aunque
la liquidez no es lo mío este año, igual quería dar una buena impresión la
primera vez que me iba a ver. Tenía muchas ganas de mear, me transpiraban las
manos, estaba algo tenso, pero de todas maneras, me presenté en el secreto bar,
me encomendé al dios VISA e intenté ser esa extraña mezcla de payaso con un
poco de pasta de campeón (que nunca me sale). Me sometí a un interrogatorio
cliché de primera cita. Yo la invitaba tragos haciendo sumas mentales de cuánto
estaba gastando y rezaba que no me salga saldo insuficiente en la tarjeta de
crédito, para no tener que terminar la velada lavando los platos. Las cuentas
cerraron, yo respiré aliviado y safé una vez más. Finalmente en el bar todo
salió bien, y por alguna razón, la chica mordió el anzuelo. Aunque habíamos
tomado, de todas maneras me parecía una mujer muy atrayente para desperdiciar
su tiempo conmigo. Sobre todo porque mis amigos me alertaban que quizás no se
quería acostar conmigo si no con “el amigo de…”(quien subió la foto). Pero
hasta los goles de rebote se cuentan y yo tenía que cortar la racha…
Caminamos unas cuadras y de alguna
manera me encontré tranzando en la puerta de Cancillería. El alcohol, el frío,
la suerte, las razones ya no importaban. Como ya era tarde, y ella es del sur
de la ciudad, tuvo la excusa para irse y que no pase nada más, pero logré
arrojar un patético: “Conozco un bar que es mejor. Tienen todo tipo de tragos y
no me cobran nada”. “¿Dónde está?”, me preguntó. “En mi casa”, fue la respuesta
digna de un Jonny Tolengo 2.0. Me miró con cara de que era un picarón, pero
igual quedamos en que venga a visitar “el bar donde no me cobraban”.
Así fue que llegó el viernes. El día
de la segunda cita (porque en mi mente TOC, los sábados son día de novias y no
tengo citas los sábados; sí, tengo problemas). Ordené el departamento, cambié y
perfumé las sábanas, compré bebidas, picada, forros y traté de desnerdizar el
monoambiente. Todo estaba listo. Ni bien llegó, miró mi colección de animación
y dijo: “Cuántos dibujitos”. Listo. “No la ponés nunca más”, pensé. Picamos
algo, hablé otro poco, me acerqué torpemente en el sillón, y se ve que la
intención básica estaba instalada, porque me encontré revoleándonos por todo el
departamento. Éramos Godzilla versus Mothra! Nos sacábamos la ropa, nos
mordíamos, nos tropezábamos con todo, nos golpeamos con todo, y llegamos a caer
en la cama. Allí nos empezamos a desnudar. Que a mí me quedaban las medias
puestas, que a ella los tacos, que el puto corpiño no se salía y que mi jean a
botones se amotinaba. Luego de hacer toda la previa que hay que hacer, finalmente
volví a las canchas…pero ella sabía cómo moverse…cómo gemir y cómo tensionar
sus músculos vaginales…y sufrí la maldición del punk. Duré menos que un tema de
Los Ramones.
La noche siguió y la remé, pero la
maldición de Jonny, Marky y Didi ya había hecho estragos. Había cumplido pero
había sido rápido…como el chofer de Drive.
Con el tiempo el vínculo se diluyó
luego de tener una relación muy de “HER” y estar todos los días en contacto
mediante whatsapp. Inflador anímico que le dicen. Hasta que la liquidez de
nuestros tiempos hizo lo suyo y seguro ya estará rompiendo otro departamento,
con alguien que dure más que “Judy is a Punk” ;)
No future.
Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Pablo Zweig.