Una vez por mes subiré alguna anécdota patética (donde yo le doy peso al adjetivo),
que contada suele ser graciosa y tipeada veremos cómo queda.

miércoles, 27 de julio de 2016

La Innombrable.

Me prometí no escribir acerca de ella, pero es necesario, quizás para que a otro/a no le pase lo que me pasó a mí. En mi grupo de amigos cercanos es llamada como: “La Innombrable”, porque es un poco como Voldermort o Sauron, no debe ser mencionada, no debe ser nombrada. Ni siquiera susurrada. No sea cosa que quiera volver…

La conocí hace muchos años, en plena primera etapa Bruce Wayne de mi vida: ganaba muy bien, acomodaba mis horarios a gusto, tonteaba con una actriz con la que rompíamos todo y hacíamos cualquiera (téngase en cuenta a La Segunda Actriz, si te querés ubicar en la cronología del M76Mverse).
Antes del tsunami de las redes sociales, yo ganaba flacas por interacción social: en la facultad, en reuniones, jamás en un boliche. A ella la conocí en un cumpleaños. Tenía el pelo castaño, un ojo color celeste y otro verde. Era tímida y profesionalmente independiente. No hablaba mucho pero si hablaba de trabajo se divisaba cierto fuego. Por suerte compartíamos pulsiones cinéfilas y de viajes. Nos vimos en ese cumpleaños pero yo ya sabía que nos íbamos a volver a ver, y que me iba a ir bien con ella. A veces uno está con la autoestima muy alta y sabe cómo se va a dar el partido. Hice un poco de inteligencia y mis informantes me dijeron que sí, que había mucha onda, pero que debía tener cuidado porque quería estar de novia. Me reuní con mi amigo Marco y discutimos el caso. Me encontré diciéndole a mi amigo que yo no quería seguir con ese reviente vacío, y que una novia para garchar y ver series me vendría muy bien. Uno a veces debe hablar para verbalizar y sacar a flote lo que piensa. La decisión estaba tomada. Asi que armé una cena en casa, con los mismos invitados de ese cumpleaños, y todos sabían lo que iba a pasar. Todos. Cenamos, bebimos, todos se retiraron y ella se quedó. Rompimos todo el departamento y no dormí hasta la madrugada. Cogía muy bien y era muy linda, copada, independiente. Listo. Bruce Wayne se podía retirar tranquilo. Me desperté de novio, en el trato, todo. Bizarrísimo. Más por el devenir de ella que por el mío. Surreal pero bien. Nos veíamos tres veces a la semana, hablábamos todos los días, entendía y aceptaba todas mis pasiones, todo bien.

Así pasó el primer año. Era una novia linda, compañera, permisiva, con gustos distintos, adecuada. Todo bien. El segundo año fue mejor, nos llevábamos mejor que antes. Era mi novia y mi amiga. Cada uno vivía en su casa y nos veíamos más seguido que en el primer año, pero manteníamos nuestra independencia social. Salíamos, bebíamos, descontrolábamos bien. El tercer año fue mejor aún y ahí es donde ella se jugó y me dijo: “Vos vivís solo hace tres años pero yo sola hace siete. Todos los años no llevamos mejor. ¿Por qué no nos vamos a vivir juntos?”. Jugado, pero la lógica indicaba que sí. Nos llevábamos bien. Cogíamos bien. Teníamos gustos culturalmente distintos pero nos nutríamos en nuestras diferencias. Hablé con un gil del laburo y me dijo: “Esta bien que te mudes, ¿Hasta qué edad vas a seguir boludeando?”. Me mudé con ella porque la quería, porque había que intentarlo pero también me pesó la opinión de ese y otros boludos. Dejé que sus fantasmas proyectados me corran.

Hasta ahí todo bien. A partir de acá se suma un tsunami de hechos que en su momento no ví. Aunque eran tan claros como una estampida de elefantes, pero en su momento no-los-ví. Y cuando los ví, no sólo era tarde sino que “mis amigos” (del momento) tampoco ayudaron.
Cuando le planteo de mudarnos a Belgrano (barrio que amo) ella me dice: “No, porque yo trabajo ahí”. “Ok, entonces la lógica indica que si vos trabajas ahí y yo amo el barrio, está bien que nos mudemos a Belgrano”, acoté. “No, porque lo odio”, dijo. Resultado: nos mudamos a Caballito. Es menester de mi parte aclarar que yo puse condiciones y no fui tan pollerudo: “Si nos mudamos a Caballito, yo me quiero mudar a todo culo”, le dije (les recuerdo que yo estaba muy bien de guita). Nos terminamos mudando a un tres ambientes, a dos cuadras del subte y la estación de tren, con baulera, laundry y piscina en la terraza. Yo hasta tenía mi propio estudio donde escribir.
Pusimos sus muebles y mis muebles, yo tomaba sólo un medio de transporte al trabajo y ella también. Cubríamos muy bien nuestros gastos, el sexo no era un problema (teníamos una pared espejada…) y sin embargo en su nuevo devenir diario vivía con cara de culo. “Acá no me hallo”, era su muletilla. Yo hacía las compras y cocinaba. Ella lavaba. Salíamos a comer afuera, a beber, al cine. Pero siempre con cara de culo. Le dije que si era yo, que si era el departamento, “te juro que si no te gustan los muebles, con tal que te halles y seas feliz, los tiro por el balcón y compro unos nuevos; cualquier cosa para que estés bien”. Pero no, me decía que era ella. Que no me preocupe, que necesitaba tiempo para adaptarse a esta vida, que ya se le iba a pasar…

Una noche sonó una sirena de los bomberos, se levantó de la cama y me dice: “Vamos que van a bombardear”. Yo aunque no hubiese estado dormido, igual le contesté: “¿Eh?”. “La sirena, la sirena es una alarma de bombardeo, vamos”, me dijo. “Linda, es una sirena de los bomberos, volvé a dormir”, le recomendé entre risas. “Ah, ok”, dijo antes de dormirse. A la mañana siguiente, cuando desayunábamos, le digo: “Qué locura la de anoche, eh. Lo del bombardeo” (y yo creí que nos íbamos a reír, y el suceso de la noche anterior se iba a convertir en una de esas anécdotas graciosas que uno cuenta en esas soporíferas reuniones con amigos casados). “No, puede ser”, me dice.
- “¿Qué puede ser?”
- “Que nos bombardeen”.
- “¿Quién carajos?”.
- “Brasil”.
- “Y why the fuck would Brasil bomb us?” (sí, me irrito y hablo inglés).
- “Para conquistarnos. Ellos sí invierten en su aparato militar. O Estados Unidos, por nuestros recursos naturales”.
Cuando ví que hablaba en serio, sólo tomé un sorbo de café y le dije: “Nah, linda, ni en pedo”. Era ridículo seguir con ese tema, pero me quedó en la mente igual…

Al poco tiempo me junto a cenar con mi amigo Marco y le cuento: “Está siempre con cara de culo, está siempre laburando, no sabe qué hacer de su vida, cada vez toma más alcohol, y la del bombardeo del otro día fue demasiado”. “¿Cogen bien?”, preguntó mi amigo. “Sí”, contesté. “¿Se divierten, miran series?”, volvió a preguntar. “Y sí, gracias a ella empecé Mad Men y muchas más”, respondí. “Y bueno, jodete, es lo que querías, vos querías una novia linda para garchar y ver series, ahí tenes”. Mi amigo me tiró una molotov en la cabeza, y lamentablemente tenía razón. La expectativa inicial había sido superada, nuestras diferencias ya no me motorizaban sino que me generaban anomia ante sus temas de interés, y ya había empezado a flirtear con muchas en la empresa.
Me tuve que sentar a hablar con ella para superar todo lo que nos pasaba antes que termine todo mal. Yo la quería.
Un día nos sentamos a hablar, pero antes de hablar se abrió una  cerveza (y esa noche no había querido cenar “para no engordar”, pero se clavaba una birra de ¾, como si fuese un vaso de agua…). Ante todos los temas preocupantes expuestos (y mis faltas, porque yo también cometí errores, en una pareja fallan los dos), le recomendé empezar terapia y me decía que no. Expusimos nuestros desacuerdos de convivencia (sobre todo el tema del alcohol, que cuando no convivíamos era cool beber juntos cada tanto, pero en la convivencia que no coma y chupe casi todas las noches, era un poco mucho).
Le dije a mis viejos y mis amigos: “Me parece que me mandé una cagada y no me tendría que haber mudado con ella. Está siempre mal”. “Que no, que es prematuro, que tenés que tener paciencia, que se tienen que conocer en el devenir diario” y mucha sarasa más, me dijeron. Desde  mi punto de vista, si no sos feliz en el comienzo de algo, estás forzando la cerradura y se va a romper. Decidí empezar terapia al año de convivencia (cuando empezamos a discutir hasta de qué lado se pone el papel higiénico, ah; y se pone de arriba, no me jodan). Entré a mi primer sesión y dije: “Hola, me quiero separar y no tengo huevos” (nunca había ido a una psicóloga, y sí las prefiero mujeres, pueden ubicarse en el M76Mverse a la altura de Las Tres Psicólogas). La doctora me confesó (tres meses después de esa primera sesión), que cuando me presenté: “creí que eras un boludito, un cagón, hoy te digo que la dejes, porque hoy te hace creer cosas y mañana te cambia los chicos del colegio porque dice que vos le dijiste, fulana está mal”.

Asi que de a poco se lo fui planteando a con quien convivía. Demás está decir que llegaba a casa cada vez más tarde (9 o 10 de la noche, estaba siempre en la oficina, y si me metió los cuernos no me importa, porque de los cuernos no se salva nadie), sumado a que era costumbre que no cenaba y bebía; ergo se ponía en pedo. Pero no un pedo de los que se duermen, un pedo violento de los que te insultan. Asi que yo me iba a dormir, o me encerraba en el estudio a escribir hasta que se le pasaba. A la mañana siguiente le decía que tenía que hacer terapia y tratar su problema con el alcohol (esconder botellas en los placares es tener un problema). Me decía que exageraba, que una botella de cerveza no es una botella de whisky  y que necesitaba tiempo para adaptarse a todo. Ya había pasado un año de convivencia…

Las vacaciones también eran especiales, porque yo la podía invitar a viajar conmigo a Colombia o Costa Rica pero ella me decía: “no corresponde que gaste tu dinero, vayamos a algún lugar más barato y cercano”. Así fue como me privé de tener buenos viajes y visitamos Uruguay y Chile, con los que está todo bien, pero que no son lo interesantes que pueden ser los países inicialmente mencionados.
Aunque me conoció como escritor amateur, cuando llegaba del trabajo, igual me decía: “¿Otra vez en el estudio escribiendo?”. “Writers write”, era mi respuesta. Pero con el tiempo me empecé a poner la alarma y cerca de las nueve de la noche dejaba de escribir y me ponía a cocinar o mirar la tele, sólo para que no me rompa las pelotas de que otra vez estaba escribiendo. Patético, lo sé, pero intentaba salvar una relación (tóxica y fallida, aunque creí que valía la pena pelearla). El tiempo jugó a mi favor, porque al ver que nuestra relación no mejoraba y se acercaba el final de nuestro contrato de alquiler, al menos había un deadline para tomar una decisión.

Cuando se enfermó Fidel Castro fue peor. Yo tengo un gran interés por la política y la cultura regional. Cuando se enferma Castro, muchos decían que se estaba por morir. Yo tenía días y dinero para viajar a Cuba de vacaciones y estar ahí si ocurría el lamentable hecho histórico de estar en la isla cuando muera. Asi que le digo a la innombrable (ya con los huevos un poco llenos y un poquito de backbone): “Se muere Castro, o vamos los dos una semana o me voy yo dos semanas a la isla. Tengo que estar ahí en este momento histórico”. “Vos sabés cómo opino con respecto a los viajes y tu dinero”, me contestó. Resultado: me fui dos semanas a Cuba de vacaciones (hay sobradas referencias en el posteo La de Cuba del M76Mverse) y nunca me arrepentí de haberlo hecho.
Cuando volví hubo paz pero ya hablábamos de separarnos, de aguantar hasta que termine el contrato de alquiler. Sobre todo porque yo me podía ir, pero ella no tenía a dónde ir: “necesito tiempo”, era la misma frase de antes pero ahora no para funcionar como pareja sino para conseguir un departamento que pudiese alquilar con lo que ganaba. Si yo me iba de la torre, la iban a desalojar. Asi que me quedé y funcionamos como roommates. Tenía los huevos bañados en adamantium y hoy día pienso que me tendría que haber ido al año de convivencia, y no a los dos lamentables años.

¿Y garchabamos? Sí, pero cada vez menos, porque si bien había empezado a beber menos, y ya no sentía bombardeos en medio de la noche, algunas veces después de acabar me decía: “Gracias, necesitaba coger para sentir algo”. El horror, la demencia. Mutua.
Un par de meses antes de que termine el contrato de alquiler le pregunté qué iba a hacer con la mudanza: “Me mudo con mamá”, me dice. “¿No te podrías haber mudado con tu mamá hace meses?”, le contesté. Obvio que terminé siendo yo el hijo de puta que se rindió, no la peleó lo suficiente y el que no quiso ir a terapia de pareja. Porque las caras de culo diarias, el presentarse siempre como hija de padres separados a los 30 años, la falta de interés en la vida, en la aventura, en el futuro, porque el alcoholismo y el tsunami de mentiras, y otros disparates que ahora no recuerdo, calculo que a la larga también eran culpa mía (y sabemos que es elemental que no es así, pero yo tenía los huevos llenos y sólo me quería ir).

Llegó el camión de la mudanza y a los de la mudadora les dije: “Muchachos, me estoy separando y ésta puede armar una escena. Por favor hagan la mudanza más rápida de la historia”. Los tipos fueron un ejército de Usain Bolts moviendo muebles y cajas. Salimos arando con la F-100 de Caballito rumbo al monoambiente que finalmente alquilé en Belgrano. “Claaaro, el señor finalmente se muda a Belgrano, como siempre quiso”, fue una de las últimas cosas que me dijo. “Quizás querías que me mude a San Justo y me cuelgue en la ducha. Pero no te voy a dar el gusto. Aprendé que en la vida hay que hacer lo que uno quiere”, le contesté. Le encanta sufrir y ser víctima. Espero que haya aprendido algo. Yo aprendí un montón.

Cometí muchos errores, pero el abordaje de tener una novia linda y adecuada fue la base del fracaso. Lindo y adecuado es un mueble, no una pareja. Una pareja te tiene que calentar, desafiar intelectualmente, acompañar y tener una buena base para proyectar un futuro. Porque sino uno sigue de garche en garche y listo. Son cosas que uno aprende cuando sale de una relación híper-tóxica, y te das cuenta que la edad del pasaporte no significa nada (excepto cuando salís a correr y te duele la rodilla). No hay que aguantar una pareja por la edad que tengas. Primero viene tu felicidad. La edad es salud física y mental, y actitud ante la vida. Porque hay gente que respiró ochenta años pero no vivió ni dos, y hay otros que tienen cuarenta y viven como uno de treinta y no está mal, porque la vida es de uno. Y uno con su vida sigue un llamado lírico genital: haces lo que se te canta las pelotas.

Quizás algún día me sorprendan en un nuevo momento Bruce Wayne, ya retirado, con una Selina Kyle, en Venecia, tomando un Fernet Branca, al mejor estilo Christopher Nolan. Pero por ahora van a tener que seguir esperando y está bien que así sea.
Desde entonces tuve buenas parejas temporarias y muchas aventuras. No por nada existe este blog. “When a man loves a woman” es una película, no es realidad. Uno no debe ser héroe para nadie. Uno debe ser héroe para uno mismo y ayudar a quien quiere ser ayudado. Dejemos el romanticismo utópico para las películas y los héroes súper altruistas para los comics. No hay que remar contra la corriente.



Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Pablo Vigo.