Estaba medio bajón y una amiga trató
de animarme invitándome a una juntada de amigotes. Muchos artistas, toda gente
respetada y querida. La mayoría sabían que yo estaba medio bajoneado, por una relación
que no se dio, y me la trataban de remar. Así apareció mi amigo Pedro (ponele
que así le llamaremos), un dibujante talentoso, exitoso con las mujeres y la
buena vida, un tipo notable. “Peter” me dice: “Lea, tengo dos amigas en camino,
animo, son lindas, encantadoras en serio, y las dos vienen hasta acá en
longboard, como vos”. Más o menos me levantó el ánimo, mientras las charlas y
el alcohol seguían corriendo en esa soiree.
Cuando llegaron las chicas, ambas bonitas, las dos con mucha onda y con sus respectivos
longboards; una claramente estaba con Pedro (llamémosla Tania). La otra, de
rebote quedó cerca de mí en la mesa y nos pusimos a hablar (del Mundial, del
Padrino 2, cosas de las que uno hablaba a mitad de este año). Mi estado de
bajón anímico era evidente y la flaca no tuvo que ser Agatha Christie para
darse cuenta que yo tenía mal de amores. Así que me levantó el ánimo, fue cortes,
pero yo tenía la cabeza a más de 700 kilómetros. Sin embargo, cuando ya estábamos
todos bastante borrachos, decidimos irnos los cuatro juntos rumbo a Belgrano
(por donde todos vivimos), y en el ascensor, le dí a esta chica mi tarjeta
personal “para cuando no tengas con quien ir a andar en longboard”, una jugada
penosa, pero con mi depre y mi curda, fue lo mejor que pude hacer. Pedro seguía
montado arriba de su chica, cuan koala, incluso en el ascensor. Viajamos de
regreso al barrio en el colectivo, hablamos pavadas y fue un hasta luego que yo
creí que era un hasta nunca.
Pasaron veinte días, y yo estaba en
la premiere de la peli de un amigote, cuando me mandan un mensaje por outbox a
Facebook que recibo en el celular: “No se vaya a olvidar que
tenemos que ir andar en long!”. “A la mierda”, pensé, “Mirá quién apareció”, le
conté a mis amigos en ese estreno. “Re apareció la piba del longboard”, les
afirmé. Todos mis amigos en ese estreno ya estaban contentos, y al verme de
mejor humor y con posibilidades de ponerla nuevamente, ya todo era una fiesta.
Empecé a flirtear, con la ayuda del celular, pero tuve que deponer la conversación
con una elegante: “Te tengo que dejar, porque estoy en un estreno con amigos y
el glamour no se abandona”. Ella
lo tomó a bien y quedamos en seguirla. Vi la película, me gustó, me fui a cenar
y beber con mis amigos. Quería que se diera algo, la chica era interesante, me
parecía que había química pero temía que mi mala suerte fuese a reaparecer, o
quizás volvería a cometer otro traspié amoroso, pero de madrugada – por suerte
- siguieron los mensajes: “estaba cocinando y de repente me
vino a la mente Leo, su yeso, esa chica que no lo quiso y que no vio el padrino
2, y su longboard”, me escribió. Yo seguí el juego, estaba contento pero cauto,
me gustaban sus mensajes y su atención (y yo venía de una sequía garchetil de 3
meses). Así que me fui a dormir y a la mañana siguiente – para mi sorpresa y
alegría - me volvió a escribir, pero desde su whatsapp (tenía mi número de teléfono
por la tarjeta): “¿Qué estás desayunando? ¿Qué partidos vas a ver hoy?”, fueron
algunos de sus disparadores de charla. Yo estaba desayunando antes de entrar a
la analista y después estuve en la calle haciendo cosas, pero de a ratos me
paraba a chatear con la chica del longboard. Volvían las esperanzas, el equipo
quizás volvía a jugar en Primera. En un día la flaca ya me interesaba, la súper
remaba y sabía que yo venía medio bajón, y sin embargo no le importaba. Sabía
de cine, andaba en longboard, era linda, todo me cerraba bastante. Así que
cuando en el teléfono vi que me mandó invitación de amistad por Facebook,
pensé: “Caíste mamita”. Llegué a casa, envalentonado, queriendo chatear e
invitarla a hacer algo el próximo fin de semana, pensé distintas estrategias,
variadas ucronías, me conecté online desde la compu, acepté su invitación de
Facebook y se abrió su perfil…y con su perfil admiré su foto…y no era la mujer
que yo creí que era.
Todo ese tiempo,
todo ese chateo, todo ese flirteo, todo ese daydreameo de “el finde la invito a
salir y vuelvo a las pistas” se fue a pique cuando vi que no era la chica con
la que yo hablé, a quien yo le dí mi tarjeta…sino su amiga, la que estaba con
Pedro, o sea Tania.
Todo un quilombo,
las dos eran lindas, pero ella estaba con mi amigo y yo tengo códigos.
El chat siguió un
poco más, pero ya no era lo mismo.
Al poco tiempo le
dije:
-“Eh, vos no sos
quien yo creí que eras”.
- “¿Cómo?”.
- “Eh, yo chateaba
con vos…pero creía que eras tu amiga. La tarjeta se la di a ella y…”.
- ¿Pero no viste mi
nombre?”.
- “No me acuerdo
quién es quién, estaba borracho. Yo le dí la tarjeta a tu amiga, hablé con tu
amiga, vos estaba con Pedro colgado como un koala y no me imaginé que vos eras
vos. Me di cuenta cuando abrí el perfil en la compu y vi bien la foto…”.
Al poco tiempo le
dije que yo no iba a “Mauroicardiar”, así que ahí se cortó todo.
La sequía siguió.
Tania era la mujer
que no fue.
Me habían metido en
una comedia de enredos sin avisarme.
Game over a las ucronías.
Game over a las ucronías.
Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Pablo Tunica.