Una vez por mes subiré alguna anécdota patética (donde yo le doy peso al adjetivo),
que contada suele ser graciosa y tipeada veremos cómo queda.

domingo, 26 de octubre de 2014

La Mujer que no Era.



Estaba medio bajón y una amiga trató de animarme invitándome a una juntada de amigotes. Muchos artistas, toda gente respetada y querida. La mayoría sabían que yo estaba medio bajoneado, por una relación que no se dio, y me la trataban de remar. Así apareció mi amigo Pedro (ponele que así le llamaremos), un dibujante talentoso, exitoso con las mujeres y la buena vida, un tipo notable. “Peter” me dice: “Lea, tengo dos amigas en camino, animo, son lindas, encantadoras en serio, y las dos vienen hasta acá en longboard, como vos”. Más o menos me levantó el ánimo, mientras las charlas y el alcohol seguían corriendo en esa soiree. Cuando llegaron las chicas, ambas bonitas, las dos con mucha onda y con sus respectivos longboards; una claramente estaba con Pedro (llamémosla Tania). La otra, de rebote quedó cerca de mí en la mesa y nos pusimos a hablar (del Mundial, del Padrino 2, cosas de las que uno hablaba a mitad de este año). Mi estado de bajón anímico era evidente y la flaca no tuvo que ser Agatha Christie para darse cuenta que yo tenía mal de amores. Así que me levantó el ánimo, fue cortes, pero yo tenía la cabeza a más de 700 kilómetros. Sin embargo, cuando ya estábamos todos bastante borrachos, decidimos irnos los cuatro juntos rumbo a Belgrano (por donde todos vivimos), y en el ascensor, le dí a esta chica mi tarjeta personal “para cuando no tengas con quien ir a andar en longboard”, una jugada penosa, pero con mi depre y mi curda, fue lo mejor que pude hacer. Pedro seguía montado arriba de su chica, cuan koala, incluso en el ascensor. Viajamos de regreso al barrio en el colectivo, hablamos pavadas y fue un hasta luego que yo creí que era un hasta nunca.

Pasaron veinte días, y yo estaba en la premiere de la peli de un amigote, cuando me mandan un mensaje por outbox a Facebook que recibo en el celular: “No se vaya a olvidar que tenemos que ir andar en long!”. “A la mierda”, pensé, “Mirá quién apareció”, le conté a mis amigos en ese estreno. “Re apareció la piba del longboard”, les afirmé. Todos mis amigos en ese estreno ya estaban contentos, y al verme de mejor humor y con posibilidades de ponerla nuevamente, ya todo era una fiesta. Empecé a flirtear, con la ayuda del celular, pero tuve que deponer la conversación con una elegante: “Te tengo que dejar, porque estoy en un estreno con amigos y el glamour no se abandona”.  Ella lo tomó a bien y quedamos en seguirla. Vi la película, me gustó, me fui a cenar y beber con mis amigos. Quería que se diera algo, la chica era interesante, me parecía que había química pero temía que mi mala suerte fuese a reaparecer, o quizás volvería a cometer otro traspié amoroso, pero de madrugada – por suerte - siguieron los mensajes: “estaba cocinando y de repente me vino a la mente Leo, su yeso, esa chica que no lo quiso y que no vio el padrino 2, y su longboard”, me escribió. Yo seguí el juego, estaba contento pero cauto, me gustaban sus mensajes y su atención (y yo venía de una sequía garchetil de 3 meses). Así que me fui a dormir y a la mañana siguiente – para mi sorpresa y alegría - me volvió a escribir, pero desde su whatsapp (tenía mi número de teléfono por la tarjeta): “¿Qué estás desayunando? ¿Qué partidos vas a ver hoy?”, fueron algunos de sus disparadores de charla. Yo estaba desayunando antes de entrar a la analista y después estuve en la calle haciendo cosas, pero de a ratos me paraba a chatear con la chica del longboard. Volvían las esperanzas, el equipo quizás volvía a jugar en Primera. En un día la flaca ya me interesaba, la súper remaba y sabía que yo venía medio bajón, y sin embargo no le importaba. Sabía de cine, andaba en longboard, era linda, todo me cerraba bastante. Así que cuando en el teléfono vi que me mandó invitación de amistad por Facebook, pensé: “Caíste mamita”. Llegué a casa, envalentonado, queriendo chatear e invitarla a hacer algo el próximo fin de semana, pensé distintas estrategias, variadas ucronías, me conecté online desde la compu, acepté su invitación de Facebook y se abrió su perfil…y con su perfil admiré su foto…y no era la mujer que yo creí que era.
Todo ese tiempo, todo ese chateo, todo ese flirteo, todo ese daydreameo de “el finde la invito a salir y vuelvo a las pistas” se fue a pique cuando vi que no era la chica con la que yo hablé, a quien yo le dí mi tarjeta…sino su amiga, la que estaba con Pedro, o sea Tania.
Todo un quilombo, las dos eran lindas, pero ella estaba con mi amigo y yo tengo códigos.
El chat siguió un poco más, pero ya no era lo mismo. 
Al poco tiempo le dije:
-“Eh, vos no sos quien yo creí que eras”.
- “¿Cómo?”.
- “Eh, yo chateaba con vos…pero creía que eras tu amiga. La tarjeta se la di a ella y…”.
- ¿Pero no viste mi nombre?”.
- “No me acuerdo quién es quién, estaba borracho. Yo le dí la tarjeta a tu amiga, hablé con tu amiga, vos estaba con Pedro colgado como un koala y no me imaginé que vos eras vos. Me di cuenta cuando abrí el perfil en la compu y vi bien la foto…”.

Al poco tiempo le dije que yo no iba a “Mauroicardiar”, así que ahí se cortó todo.

La sequía siguió.
Tania era la mujer que no fue.
Me habían metido en una comedia de enredos sin avisarme. 
Game over a las ucronías.





Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Pablo Tunica.