Mis amores de la escuela primaria y
secundaria fueron fantasmales. Eran distantes, etéreos, aunque quizás en un
giro digno de Shyamalan el fantasma era yo. Salí con pocas, transé con varias
pero de cojer ni hablar. Desde la adolescencia hasta mi primera vez, siempre
pasaba algo tragicómico que evitaba que saliese del equipo de los virgo.
Algunos de esos relatos pasarán por este blog. Sin embargo un día llegó la
actriz.
Empecé la facultad porque era un
joven idealista que creía que iba a cambiar el mundo con la Verdad del
Periodismo. Ella sólo quería ser actriz, pero estudiaba periodismo para tener
un título y calmar a sus padres.
Una tarde me llama a casa y me dice:
“Me lees los apuntes de radio por teléfono que no entiendo algo”. Yo los había
comprado pero no los había leído. Cuando los agarro, noto que están llenos de
poemas con su letra. A la actriz también se le daba por la poesía y esos poemas
estaban evidentemente dedicados a mí. Ella me había agarrado la fotocopia y ahí
me había declarado su amor, de manera solapada. Quedé estupefacto. Le dije:
“Eh, están llenos de poemas con tu letra…eh, ¿Querés que vaya a tu casa para estudiar?”.
“Dale”, me contestó.
La oportunidad de ponerla número 114
se presentaba y aunque estaba acostumbrado al fracaso, o a algún imprevisto,
agarré esos apuntes, las llaves, guita, y corrí hasta la parada de taxis de la
estación de Ramos Mejía. Subí al taxi y recuerdo haberle confesado al tachero:
“Vamos a Palermo y rápido porque creo que hoy garcho”. El tachero sonrió y por
una tarde fue el Airton Senna de Juan B. Justo.
Era invierno, hacía frío y una vez
que estaba adentro del auto, me acordé que abajo del jean, tenía puestos los
pantalones del pijama. No era un pijama cualquiera: era un pijama color
amarillo y violeta de Los Angeles Lakers. Empecé a rezarle a Odín para que la
flaca no me trance de una y cuando me quiera sacar los pantalones se encontrase
con los lompa de los Lakers. En ese momento creía que la vida era un poco como
una película porno.
Llego al departamento de la actriz y
me recibe de jogging azul, con un secador de piso y un trapo de piso en la
mano. Se había puesto a descongelar la heladera. “No la pongo más”, pensé. Entré
al departamento y no entendía nada. No sabía qué hacer. Atiné a decir: “¿Te
ayudo en algo?”. “No, no, ya termino, ponete cómodo”, respondió la mujer menos
sexy de la tierra, al menos en ese momento. “Cómodo”, ¿Cómo carajos me iba a
poner cómodo cuando me recibían así?
Terminó de hacer sus quehaceres,
hablamos boludeces, me senté en la cama, saqué los apuntes de radio (me olvidé
de los pantalones de los Lakers) y creyéndome actor le dije: “Hablemos de estos
apuntes”. “Bueno, ay, no sé”, contestó la actriz que seguía con el jogging
puesto, pero ya tenía cara de cómplice. Empezamos a transar, se calentó el
ambiente, y en medio de una mano y otra (recíproca), me acordé de los
pantalones de los Lakers. Y me cago en Magic Johnson.
Más o menos la pilotee hasta que
estábamos algo desnudos en su cama, con las sábanas apenas corridas, cuando le
dije: “¿Querés que me ponga algo?”. Su respuesta fue claramente afirmativa. Se
me habían abierto las puertas del Valhalla. Y ahí la embarré.
Me levanté y me fui al baño. Entré
en el baño esperando encontrar una ventana por donde tirar el puto pantalón de
los Lakers y me cago en el invierno y en Pat Riley. No había ventana en ese
baño, así que me saqué los pantalones y los guardé - hechos un bollo - en uno
de los bolsillos delanteros del jean. Estaba tan nervioso que no sé por qué me
puse en bolas y salí así del baño y con el forro puesto. El horror. No sé en
qué estaba pensando. Y todavía me acuerdo la cara de la actriz, metida en la
cama queriendo ser sexy, con una clara expresión de what the fuck?...
El baño tenía un escalón, así que
salí del baño como un Adán flaco, con el forro puesto y trastabillando por
haber olvidado el escalón. Por más buena actriz que fuese, su expresión de
“esto es un error”, era indisimulable. Pero como ya estábamos en el baile, bailamos.
Y fue un desastre, fui un desastre. Ella había flasheado algo que yo no era y
yo no la tenía nada clara. Esa fue mi primera vez.
Yo sabía que había salido a la
cancha y que me había puteado todo el estadio. Pero a mí sólo me importaba
debutar y que no se note el pantalón de los Lakers que ahora colgaba del
bolsillo del jean.
Post-coitum balbucee un: “¿Querés
que me quede?”. “No, está bien, andá”, contestó la actriz cargada de
desilusión. Viajé de regreso de Palermo a Ramos en taxi y en el más absoluto
silencio.
De regreso a la facultad todas las
flacas del curso sonreían y en medio de la clase tiraban un “pobrehíto”, que me
tuve que masticar hasta terminar el año.
Facebook me reencontró con la actriz
y seguimos amigotes.
En un cajón todavía guardo los
míticos pantalones de los Lakers, y cuando los encuentro - queriendo encontrar
un par de medias, ponele - no puedo evitar reírme al recordar la desnuda salida
del baño, el forro puesto, el tropezón y los pantalones violetas y amarillos
que colgaban del bolsillo del jean ;)