Una vez por mes subiré alguna anécdota patética (donde yo le doy peso al adjetivo),
que contada suele ser graciosa y tipeada veremos cómo queda.

jueves, 27 de febrero de 2014

La Actriz.


Mis amores de la escuela primaria y secundaria fueron fantasmales. Eran distantes, etéreos, aunque quizás en un giro digno de Shyamalan el fantasma era yo. Salí con pocas, transé con varias pero de cojer ni hablar. Desde la adolescencia hasta mi primera vez, siempre pasaba algo tragicómico que evitaba que saliese del equipo de los virgo. Algunos de esos relatos pasarán por este blog. Sin embargo un día llegó la actriz.

Empecé la facultad porque era un joven idealista que creía que iba a cambiar el mundo con la Verdad del Periodismo. Ella sólo quería ser actriz, pero estudiaba periodismo para tener un título y calmar a sus padres.

Una tarde me llama a casa y me dice: “Me lees los apuntes de radio por teléfono que no entiendo algo”. Yo los había comprado pero no los había leído. Cuando los agarro, noto que están llenos de poemas con su letra. A la actriz también se le daba por la poesía y esos poemas estaban evidentemente dedicados a mí. Ella me había agarrado la fotocopia y ahí me había declarado su amor, de manera solapada. Quedé estupefacto. Le dije: “Eh, están llenos de poemas con tu letra…eh, ¿Querés que vaya a tu casa para estudiar?”. “Dale”, me contestó.

La oportunidad de ponerla número 114 se presentaba y aunque estaba acostumbrado al fracaso, o a algún imprevisto, agarré esos apuntes, las llaves, guita, y corrí hasta la parada de taxis de la estación de Ramos Mejía. Subí al taxi y recuerdo haberle confesado al tachero: “Vamos a Palermo y rápido porque creo que hoy garcho”. El tachero sonrió y por una tarde fue el Airton Senna de Juan B. Justo.

Era invierno, hacía frío y una vez que estaba adentro del auto, me acordé que abajo del jean, tenía puestos los pantalones del pijama. No era un pijama cualquiera: era un pijama color amarillo y violeta de Los Angeles Lakers. Empecé a rezarle a Odín para que la flaca no me trance de una y cuando me quiera sacar los pantalones se encontrase con los lompa de los Lakers. En ese momento creía que la vida era un poco como una película porno.

Llego al departamento de la actriz y me recibe de jogging azul, con un secador de piso y un trapo de piso en la mano. Se había puesto a descongelar la heladera. “No la pongo más”, pensé. Entré al departamento y no entendía nada. No sabía qué hacer. Atiné a decir: “¿Te ayudo en algo?”. “No, no, ya termino, ponete cómodo”, respondió la mujer menos sexy de la tierra, al menos en ese momento. “Cómodo”, ¿Cómo carajos me iba a poner cómodo cuando me recibían así?

Terminó de hacer sus quehaceres, hablamos boludeces, me senté en la cama, saqué los apuntes de radio (me olvidé de los pantalones de los Lakers) y creyéndome actor le dije: “Hablemos de estos apuntes”. “Bueno, ay, no sé”, contestó la actriz que seguía con el jogging puesto, pero ya tenía cara de cómplice. Empezamos a transar, se calentó el ambiente, y en medio de una mano y otra (recíproca), me acordé de los pantalones de los Lakers. Y me cago en Magic Johnson.

Más o menos la pilotee hasta que estábamos algo desnudos en su cama, con las sábanas apenas corridas, cuando le dije: “¿Querés que me ponga algo?”. Su respuesta fue claramente afirmativa. Se me habían abierto las puertas del Valhalla. Y ahí la embarré.

Me levanté y me fui al baño. Entré en el baño esperando encontrar una ventana por donde tirar el puto pantalón de los Lakers y me cago en el invierno y en Pat Riley. No había ventana en ese baño, así que me saqué los pantalones y los guardé - hechos un bollo - en uno de los bolsillos delanteros del jean. Estaba tan nervioso que no sé por qué me puse en bolas y salí así del baño y con el forro puesto. El horror. No sé en qué estaba pensando. Y todavía me acuerdo la cara de la actriz, metida en la cama queriendo ser sexy, con una clara expresión de what the fuck?... 

El baño tenía un escalón, así que salí del baño como un Adán flaco, con el forro puesto y trastabillando por haber olvidado el escalón. Por más buena actriz que fuese, su expresión de “esto es un error”, era indisimulable. Pero como ya estábamos en el baile, bailamos. Y fue un desastre, fui un desastre. Ella había flasheado algo que yo no era y yo no la tenía nada clara. Esa fue mi primera vez.

Yo sabía que había salido a la cancha y que me había puteado todo el estadio. Pero a mí sólo me importaba debutar y que no se note el pantalón de los Lakers que ahora colgaba del bolsillo del jean.

Post-coitum balbucee un: “¿Querés que me quede?”. “No, está bien, andá”, contestó la actriz cargada de desilusión. Viajé de regreso de Palermo a Ramos en taxi y en el más absoluto silencio.

De regreso a la facultad todas las flacas del curso sonreían y en medio de la clase tiraban un “pobrehíto”, que me tuve que masticar hasta terminar el año.

Facebook me reencontró con la actriz y seguimos amigotes.

En un cajón todavía guardo los míticos pantalones de los Lakers, y cuando los encuentro - queriendo encontrar un par de medias, ponele - no puedo evitar reírme al recordar la desnuda salida del baño, el forro puesto, el tropezón y los pantalones violetas y amarillos que colgaban del bolsillo del jean ;)
 

 

Texto: Leandro Paolini Somers.
Ilustración: Colorada Majox.