Vivía con La Innombrable y tenía
que huir a Canadá. Un día sonó el teléfono y era mi amigo Juan desde Vancouver.
Finalmente se casaba con su novia y me pedía que yo sea uno de los cinco
padrinos de la boda. Sí, como en las bodas de las películas yanquis. Mi amigo
Roberto también era uno de los padrinos. Roberto es argentino y vivíamos cerca.
Se lo dije a mi concubina (otrora novia con quien estaba por separarme) y
aunque la idea no le cayó bien (God forbid I ever feel happy about anything!),
lo entendió y no puso muchos palos en las ruedas.
Compré el pasaje con la tarjeta,
confirmé mi asistencia y Roberto me comunicó que me iba a hospedar con él (en
un hotel), en una habitación con una cama extra, para que no llore por los
gastos. Cuando tenes amigos con guita y te bancan, es así.
El plan era quedarnos una semana.
Todos los que asistíamos a la boda, pedimos una semana de vacaciones y viajamos
desde distintas partes del mundo rumbo a Vancouver.
Junto a Roberto, Juan nos recibió en
el aeropuerto y desde ahí nos fuimos a cenar con su futura esposa. La rutina de
esa semana fue cenar todas las noches en un restaurante étnico distinto e ir
conociendo a todos los invitados que se iban sumando, mientras hacíamos las
prácticas de la boda (sí, con ensayo y todo. Una boda a todo culo).
Yo estaba tranquilo y sin pulsión de
conquista. Los padrinos eran Roberto, Marcelo, David, Dexter y yo. El único
canadiense era Dexter. Marcelo y David eran europeos. Con Roberto éramos la
dupla argenta y los únicos solteros. En la segunda noche tuvimos una cena sólo
para los padrinos, para que nos hiciésemos amigos. Durante el día descansábamos,
hacíamos shopping y comíamos por ahí. En la tercera noche todo empezó a tomar
envión. En esa cena nos juntamos padrinos y madrinas. Como estaban todos
comprometidos, “el jueguito” era ubicarme a mí con una de las madrinas. Roberto
no tenía que sufrir esa presión por ser gay. Adiós Roberto.
La cuestión es que me hicieron
sentar cerca de las madrinas y resaltaban lo que yo hacía y era todo muy
forzado. Me pusieron en oferta con un marcador fluorescente. Como parte de las
madrinas había dos hermanas de la novia. Como ví venir la jugada, le advertí a
mi amigo Juan: “No jodan que yo bardeo, te lleno a tus cuñadas de chirlos y al
otro día no me acuerdo cómo se llaman”. Ahí un poco se calmaron pero otra de
las madrinas de nombre Erica revoloteaba grosso. Erica era linda, piloto de
aviones, pero no me convocaba del todo. Era un toque intensa y yo estaba en un
friendgasm. Asi que decidí hacerme el dobolu hasta la noche de la fiesta. Paso a paso.
Al cuarto día me ví con mi amiga
Lara (la Klingon )
y además de ponernos al día con nuestras cosas, seguimos con ese flirteo confuso
en el que nunca se sabe si nos vamos a cuidar como amigos, o vamos a terminar
transpirados uno arriba del otro. Como con la Innombrable me estaba
separando, y venía bajo de garche, Erica era una posibilidad y Lara también.
Pero antes de ejecutar esas posibles conquistas quería ver qué más me podía dar
la boda (¿Por qué no ir por todas? Paja y porque fui/soy picky). Por la noche
cenamos otra vez con los padrinos y madrinas de la boda, pero se sumaron más
familiares y tanto Erica como Lara flirtearon grosso con unos chinos. China
ataca Kamchatka y yo que por dormido e histérico me estaban por morfar el
asado. Cocodrilo que duerme, se despierta billetera…Made in China.
En el quinto día hicimos fotos profesionales
con el fotógrafo, y prueba de trajes. Además, hubo una gran cena familiar con
todos los invitados a la boda. Erica me daba poca bola y Lara igual. Le comenté
a Roberto que quizás por dormido me iba a ir de Vancouver sin garchar y me
tira: “No si mi plan sale bien”. Ante mi cara de sorpresa, Roberto llama a
todos los padrinos afuera y nos cuenta de su regalo para Juan: “Muchachos, como
regalo para Juan y como actividad vinculante entre nosotros, mañana voy a pagar
una limo para que nos lleve a un par de burdeles y luego nos vamos a registrar
todos en una masiva habitación en el Sheraton. Ya pagué todo. Esa es nuestra
despedida de solteros y todo vale. Lo que pasa en Vancouver queda en
Vancouver”. Todos festejamos y abrazamos a Roberto! Robbie es un bon vivant, al
mejor estilo Bruce Wayne. Es atlético, lindo, sumamente inteligente, tiene un
hotel en Brasil…pero en vez de vestirse de Batman le gusta garcharse comisarios
de abordo en los baños de los aviones, por ejemplo.
Al sexto día nos reunimos con los
padrinos por la tarde en nuestra habitación del Sheraton. Tenía televisores,
piezas separadas, un living, una mesa con comida y bebidas. La buena vida estaba
ahí y se venía el reviente: Limo, alcohol, giras de burdeles, pole dancers! Empezamos
a beber hasta que llegó el móvil y nos subimos ya un poco en pedo.
Cuando llegamos al teety-bar,
encaramos para la mesa con la bailarina más linda. Una especie de Pam Anderson
cuyo nombre artístico era Melissa Mayhem. Bailó pole dancing, le dimos
billetes, bebíamos del bar de esa mesa del burdel, éramos el cliché de los
yanquis burgueses descontrolados en un cabarulo, pero qué manera de divertirse!
Roberto, que a esta altura era el
Mascherano de la joda, le paga un lap dance en privado a Juan (con Melissa) y
todos nos quedamos intrigados. Cuando salió Juan de la sesión me dijo: “Nunca
vas a tener una mujer así tan cerca, aunque no la puedas tocar te mereces un
lap dance de Melissa Mayhem”. La encaré con un: “Do you mind giving me a lap
dance as well?”, y Melissa accedió, como buena profesional. Me llevó a una
especie de cabina, me hizo sentar, poner las manos debajo de mis piernas,
cordialmente me dijo que no la podía tocar, que detrás del espejo había un
guardia de seguridad y que disfrute del momento. Es raro. Porque tenes un minón
descomunal rozándote y vos no podés hacer nada. Pero bueno, es como jugar los últimos
cinco minutos de un River vs Boca en el Monumental, sin tocar la pelota. Algo
es algo.
Cuando terminó el lap dance
(imaginaba que estaban calmando al seguridad escala Bane detrás del espejo),
salí con Melissa hablando de nuestras vidas en Argentina y Australia. Mel era
de Sydney. Juntó a otras amigas bailarinas (todas bestias, a todas les tuvimos
que pagar tragos) y nos pusimos a hablar de la noche de despedida de solteros,
la boda, lo gastamos a Juan y las invitamos a la habitación del Sheraton. ¡Chicas
vamos al hotel! (quizás las cosas con Erica no se tenían que dar, quizás debía
ser sólo un amigo de Lara y evitar el garche, porque quizás se nos daba en
grande finalmente y nos íbamos con unos minones a la suite del Sheraton!). Las
chicas amablemente declinaron la oferta y nos dijeron que sólo bailaban. Morían
mis esperanzas de revolcarme con Melissa. Y encima me imaginaba a los chinos comiéndose
a Erica y Lara, y yo me iba a tener que volver a Buenos Aires sin una alegría a
vivir unos meses más con una desquiciada.
Pero nuevamente se alza la figura heroica
de Roberto. Nos vio borrachos y desilusionados, ante la negativa de las
bailarinas, y nos dijo: “Salimos de acá y vamos a buscar otras chicas, pero en la
calle y que sí quieran venir al hotel. ¡Al menos para Juan!”. ¡Ehhh! Todos
festejamos como una mezcla de adolescentes en Bariloche y brokers sacados de
Wall Street. Éramos los Lobos de Vancouver.
Salimos del cabarulo de lujo y
caminamos unas cuadras para tomar aire. Paramos en una puesto de hot dogs
abierto de noche y mientras bajoneábamos unos panchos, Robbie ve a unas
profesionales en una esquina, con su respectivo proxeneta. Me mira con picardía
porteña y me dice: “ya vengo, empiecen a llamar a la limo para que nos venga a
buscar”. Roberto cruza, habla con el pimp y de atrás de unos matorrales salen
muchas chicas más (posta). Yo no estaba seguro de hacer eso porque
ideológicamente estoy en contra de la actividad esa, aunque en Canadá tengas
seguro médico y muchos derechos adquiridos, pero el frenesí grupal y el alcohol
me superaron. Cuando me di cuenta, estábamos los doce en la limo! Juan, los
cinco padrinos y las seis chicas! El “representante” le dijo a mi amigo que por
más que sólo queríamos servicio para uno (el que se casaba), al ser seis
hombres en una habitación, teníamos que llevar a seis chicas. Había que pagar
seis chicas. O seis o nada. Rob se fundió con su regalo.
Entramos al hotel con las chicas
casi de madrugada, casi les diría como en la cámara lenta de un trailer de
un nuevo capítulo de Ocean Eleven. Me
hice el banana y le acerqué un dinero al recepcionista del hotel (a manera de
coima, para que como un referee coimeado por la FIFA, diga “siga, siga”, y nos
deje subir a todos a la habitación, y así fue), subimos todos a un ascensor. La
algarabía era general. Los padrinos felicitaban a Roberto por la inversión y a
mí por la corrupción argentina de arreglar al conserje de turno. ¡Se venía el
descontrol, se venía la orgía canadiense! Ya ni me acordaba de la Innombrable , Erica o
Lara! Entramos todos a la habitación y éramos todos corteses (estábamos en
Canadá…). En mi mente yo pensaba con quién me podía acostar o con qué padrino
podría compartir una chica. ¿Pintaba Torre Eiffel? Bebimos, hablamos, de las
seis dos eran un infierno, dos eran normales y dos eran un desastre; pero sobre
gustos no hay nada escrito. Mientras yo me debatía si estar con una
profesional, en mi estado beodo, el reloj corría y nadie hacía nada. Nos
miramos un par de veces con David como: “¿Arrancás vos?”. Con el coraje
artificial que a veces otorga el alcohol, con David encaramos a las dos más
lindas y las empezamos a chamuyar. Al rato nos cortaron y nos aclararon que
eran profesionales, y que no era necesario que las sweetalkeemos. En ese
momento nos recibimos de panchos y en ese instante tendría que haber agarrado a
la más fuerte, dejar todos mis pruritos de lado y romper todo un cuarto a puro
rock and sex. ¡Faltaba poco tiempo y ya venía a buscarlas el pimp! Y mientras lidiaba
con mi moral alcoholizada, con entrar a un cuarto con la más bestia o dejársela
a mi amigo, la más linda capitaneó la situación y dijo: “Chicos, son amables y
la pasamos bien, pero les quedan diez minutos. ¿Alguien quiere hacer algo?”.
Dudamos y cagamos. Roberto tomó la batuta y dijo: “Listo, durmieron, todas al
cuarto con Juan y que sea lo que Dios quiera”. Juan sorprendido fue ingresado
por todas las chicas en un estado de estupor jovial. Con David nos miramos y
dijimos: “Dormimos. Encima Juan no va a hacer nada. Vas a ver”. No hubo
gemidos, no hubo gritos, apenas algunas risas, pasaron los diez minutos y
salieron todos de la habitación. Nadie estaba transpirado. Tocaron a la puerta
y era el proxeneta con otros dos amigos pesados que se venían a llevar a las
seis chicas. La coima no alcanzó para
que el conserje los dateara de dónde estaban sus girls. Nos saludaron, rieron y
una hasta dijo: “Es el dinero más fácil que hice en mi vida”. Nos sentíamos los
más virgos del universo. Roberto dijo: “señores, yo cumplí y me voy a dormir,
hasta mañana”. Y se encerró en uno de los cuartos que tenía la terrible
habitación. Yo lo encaré a Juan y le dije: “Decime que hiciste algo. Algo!”. “
No, Lea. Me caso mañana. No hice nada. Me conoces”. Me agarré la cabeza y me
senté en un sillón. David me acercó un trago y nos quedamos los cinco
heterosexuales boludos debatiendo del por qué dejamos pasar la oportunidad de
estar con un par de bestias, de concentrar todas nuestras fantasías en una
orgía, de si era correcta la prostitución, de que ellos tenían parejas, etc.
Hasta que salió el sol y nos quedamos dormidos en los sillones.
Con resaca, a la mañana nos
levantamos y fuimos a desayunar. Nos vestimos y fuimos a la boda. Resacosos, y
con la mirada cómplice de cinco losers, y Roberto que nos quería matar. La boda
fue a todo trapo: comida (langosta, ojota), baile, descontrol, más alcohol,
lujo, afecto, como tenía que salir. Perfecta. La pasamos bárbaro con los
padrinos y las madrinas, hubo flirteo con Erica pero era evidente que no daba
forzar algo por calentura.
En la fiesta encaré de todo, pero lo
mío no es encarar en fiestas. No sé qué es lo mío. Había una sola invitada que
la rompía pero como era invisible para ella me dediqué a bailar con mi amiga
Lara, el resto de la noche. Cuentan los mapaches de Vancouver que en la limousin
en la que me volví de madrugada al hotel, algo pasó con Lara. Pero yo estaba
muy borracho y no me acuerdo. Y los mapaches mienten, siempre.
Al otro día nos encontramos con los
padrinos una vez más, en la casa de Dexter, en una terraza, hacía frío,
recordamos la noche anterior a la boda y la orgía que no fue. Casi como Los
Borbotones de Los Simpsons. Recordamos la grandeza que no fue, nos reímos, nos
abrazamos, brindamos por nuestro amigo casado y nos retiramos cada uno a su
hogar. Esto en Argentina no hubiese pasado.
Ilustración: Nicolás Brondo.
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